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Nepal, o la preocupante debilidad de la Democracia en el Siglo XXI

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    Telediario Digital
  • hace 1 hora
  • 3 Min. de lectura

Por Pablo M. Wehbe | En este pequeño país que alberga a varias de las montañas más altas del mundo, se ha vuelto a instalar la inestabilidad política con una violencia llamativa. Un país que lleva tan solo 17 años como República -anteriormente era una monarquía, primero absoluta y luego constitucional- y que esta semana vio caer al Gobierno tras una manifestación que merece un análisis más filosófico que político.



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Las protestas en Nepal, conocidas como la protesta de la Generación Z, comenzaron tras el bloqueo gubernamental de plataformas como Facebook, X y YouTube, que se habían negado a inscribirse en un registro donde debían designar un responsable ante eventuales conflictos. El gobierno argumentó que estas empresas no se registraron ni se sometieron a su supervisión. No obstante, las manifestaciones se transformaron en una expresión de descontento más amplio.


El país venía siendo gobernado por un Gabinete dirigido por el Primer Ministro, Khadga Prasad Sharma Oli. La dimisión del líder, de 73 años, ocurrió después de que la represión de las protestas del Lunes 8 contra el bloqueo de redes sociales dejara al menos 19 muertos y más de un centenar de heridos.

El Gobierno dio marcha atrás con la medida, pero nada calmó a la multitud. El Gobierno renunció; sus ahora ex funcionarios fueron perseguidos, golpeados y, en algún caso, humillados públicamente como el Ministro de Finanzas, que fue obligado a caminar por el río casi desnudo.



La cuestión es qué pasará “el día después”. Y no se está hablando de cómo la sociedad nepalesa recuperará la calma, sino a qué tipo de Gobierno o de políticas aspiraban los

jóvenes que manifestaron. Si bien es cierto que varias de las consignas tenían que ver con el rechazo a la vida lujosa y ostentosa de los llamados “nepo kids” (los hijos y familiares de políticos y ex funcionarios), así como de la corrupción de las elites dominantes, las manifestaciones se generaron por una causa puntual: el bloqueo a redes sociales.


Lo poco que se sabe es que el Ejército controla las principales ciudades y la calma está volviendo de a poco al país. Pero lo que no puede saberse es qué Gobierno se establecerá en Katmandú, porque pese a que en el Legislativo -cuyo edificio fue incendiado- la izquierda tiene mayoría, nadie puede garantizar que en Nepal hay un antes y un después.


Lo que también está en discusión -y probablemente sea lo más grave- es el valor real de la Democracia como herramienta para canalizar inquietudes, debates y propuestas. Está claro que las redes sociales pusieron en cuestión al sistema de partidos y la representación política basada en sistemas constitucionales creados hace más de un siglo.

Se sabe que desde la generalización de las redes sociales la comunicación política y el valor de algunos trabajos sociológicos -las encuestas, por ejemplo-, han sufrido cambios muy profundos. Y no queda claro que los partidos hayan interpretado este proceso. Tal vez -y es muy preocupante- quienes sí pueden moverse como pez en el agua en el nuevo mundo de las redes sean los dirigentes que despotrican, azuzan, insultan y menosprecian. En un mundo donde el pretender que alguien se haga responsable de incitar al odio o a la violencia en las redes sociales está “violando la libertad”, ninguna sociedad podrá construirse sobre bases sensatas.


Indudablemente, hay una generación que está obligando a un replanteo de ciertas reglas de juego, tanto en la comunicación como en la enseñanza, en la política y en todo tipo de relaciones interpersonales.


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Cabría preguntarse si una sociedad en la cual los “gordos Dan” de la vida pueden darse el lujo de imponer agendas a fuerza de agraviar, menospreciar e insultar, es una sociedad en la que pueda verdaderamente hablarse de la construcción de un “nosotros” común.


Por suerte para algunos, la Democracia y la Libertad (la de verdad, no la que se alega a fuerza de gritos e insultos) siguen siendo valores fundamentales. Ojalá que su vigencia no sea tan breve como los nuevos tiempos que imponen las redes sociales.


(*) Pablo M. Wehbe es doctor en Derecho, especialista en relaciones internacionales. Además es profesor en la Universidad Nacional de Río Cuarto y en la de Villa María. En televisión, es columnista del programa “Argentina en Noticias” de Telediario Televisión


 
 

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