¿Podrá la visita del Papa cambiar el incierto futuro del Líbano?
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Por Pablo M. Wehbe | Líbano, el país de los cedros. Ex protectorado de Francia, históricamente vinculado a Siria, país que lo considera “parte de su historia” y que durante la dictadura de la familia Al-Assad lo consideró casi como “parte de su proceso de toma de decisiones”. País de casi seis millones de habitantes constituido constitucionalmente como una República parlamentaria, donde las confesiones ejercen una enorme influencia en las diferentes áreas de Gobierno, y donde en las últimas décadas se constituyó un verdadero Estado dentro del Estado, y donde Jizballah tiene más peso que las propias Fuerzas Armadas del país.

Informa el portal Datosmacro.com que “Líbano ha obtenido 24 puntos en el Índice de percepción de la Corrupción que publica la Organización para la transparencia Interna-cional.Su puntuación no ha sufrido ningún cambio respecto a la obtenida en 2022, así pues sus ciudadanos mantienen estable su percepción de la corrupción en Líbano. No obstante, con esa puntuación Líbano mejora su situación hasta la posición 149, de los 180, luego la percepción de corrupción de sus habitantes es muy alta.
La evolución de la percepción de la corrupción en los últimos cinco años en Líbano ha empeorado, lo que ha venido acompañado de un descenso de su posición en el ranking internacional de corrupción”.
Es que su dirigencia, más preocupada en confrontar que en pensar en cómo salir de la acuciante asfixia económica y financiera, es la misma que se va reciclando; los apellidos de los principales partidos se repiten, así como los proyectos. Parece que de nada sirvió la espantosa experiencia de la explosión en el puerto de Beirut del 4 de Agosto del 2020, donde fertilizantes depositados en un galpón –presuntamente destinados a producir explosivos en África-, tomaron contacto con fuegos artificiales, desatando una tragedia que dejó 220 muertos, más de 6.000 heridos y destrucción total en un importante porcentaje de la Capital.

Luego del último conflicto con Israel a raíz de los ataques del Jizballah y que duró casi un año y dejó más de 4.000 muertos y casi un millón de desplazados, la situación del país es crítica; pero lo que tal vez sea más difícil de entender es que el aparente fin de la guerra –Israel sigue llevando adelante bombardeos y Jizballah se niega al desarme-, la población de Líbano se muestra profundamente dividida. El sector musulmán shiíta, en su gran mayoría apoya al movimiento Jizballah, que como partido político regular tiene inclusive presencia ministerial en el Ejecutivo Nacional. Los sectores sunnitas y cristianos, por su parte, se muestran divididos entre cuestionar a Jizballah o apoyar a Israel en su lucha contra el movimiento irregular (que Argentina, junto a EEUU y muchos Esta-dos de Europa considera “movimiento terrorista”).
Las consecuencias del último enfrentamiento armado están resumidas en un informe del portal France24.com, según el cual “En lo económico, el panorama es desolador. Según el Banco Mundial, los costos de la guerra ascienden a 8.500 millones de dólares, provo-cando una caída del PIB de un 6.5%.Sectores clave como el turismo y la reconstrucción avanzan con una lentitud desesperante, mientras la ayuda internacional sigue siendo incierta. Los países árabes, que en 2006 apoyaron con recursos la reconstrucción, ahora se muestran cautelosos”.
Y más podría agregarse a este preocupante coctel si se habla de la situación política. El cristiano Joseph Aoun finalmente pudo ser elegido Presidente del país entre las diferentes fuerzas, pero el Gabinete, dirigido por el Primer Ministro NawafSalam (musulmán sunnita), no comulgan ideológicamente ni en su mirada del mundo. Salam sostiene que el fin de la guerra con Israel y un eventual acuerdo de paz podría crear las condiciones de un crecimiento económico, pero aclaró que lo ve muy lejano. Lo llamativo es que hizo estas declaraciones durante la visita del Papa León XIV, que llamó de manera persistente a que Líbano deje atrás sus divisiones para volver a ser lo que alguna vez fue.

Y aquí se llega a una síntesis que deja más preguntas que certezas: la visita del Papa, ¿pudo haber contribuido a un futuro diferente del Líbano? Sin dudas que la visita del Papa fue importante. Al menos logró que los diferentes credos pudieran sentarse a dia-logar con él (en Líbano son 38). Pero cuando se observa que en su salida de Turquía y su llegada a Líbano el Papa llamó a una “paz duradera que sólo se garantizará con la solución de dos Estados, uno israelí y otro palestino”, ya pueden empezar a verse fracturas.
Es que los sectores cristianos maronitas son habitualmente cercanos a Israel; de hecho, la terrible masacre de Sabra y Shatila –en la que tuvo particular incidencia la presencia del general israelí Ariel Sharon-, fue perpetrada por la Falange, movimiento frontalmente opuesto a las fuerzas musulmanas shiítas que comulgan con Jizballah como única alternativa frente a lo que ven como un continuo intervencionismo israelí.
Tal como puede apreciarse, las palabras pueden ayudar, y las presencias religiosas que simbolizan a un importante porcentaje del mundo (como el Papa), seguramente llaman a la reflexión. Pero mientras Líbano no decida dejar atrás su propia historia de miserias políticas, corrupción escandalosa y la supina incapacidad de desarmar a los movimientos irregulares, todo será parte de una triste fantasía.
Al menos por ahora, se asiste a lo siguiente: el Gobierno de Líbano dice que “tiene la voluntad de desarmar a Jizballah”; Jizballah, por su parte, dice que “sólo se desarmará si Israel abandona Líbano”; e Israel dice que “sólo abandonará Líbano cuando Jizballah se desarme”. En fin…
A esto se suma un vacío de poder alarmante.
(*) Pablo M. Wehbe es doctor en Derecho, especialista en relaciones internacionales. Además es profesor en la Universidad Nacional de Río Cuarto y en la de Villa María. En televisión, es columnista del programa “Argentina en Noticias” de Telediario Televisión




