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Dos mujeres unidas por una aventura: el regreso de Los Gigantes a Achiras

  • Foto del escritor: Telediario Digital
    Telediario Digital
  • 20 nov
  • 3 Min. de lectura

Patricia Russo y Anabella Anit caminaron durante 18 días por las sierras grandes de Córdoba para unir Los Gigantes con Achiras y reinterpretar una expedición que se hizo hace 15 años. En el camino lidiaron con la falta de agua, problemas de energía y días enteros sin cruzarse con nadie.

Durante 18 días, Patricia Russo y Anabella Anit caminaron la columna vertebral de las sierras grandes de Córdoba para unir Los Gigantes con Achiras. La travesía, que se extendió más de lo previsto por las dificultades del camino, las llevó a cruzar la cuenca hídrica de la provincia, enfrentar tramos de alta exigencia y poner a prueba algo más que el físico: la cabeza, la paciencia y el compañerismo.


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La historia en realidad empezó hace 15 años, cuando Patricia participó de la “expedición del bicentenario”, organizada por el Club Andino Córdoba y guiada por Fernando Álvarez, que se propuso desandar unos 300 kilómetros de montaña hasta llegar a la escuela de la base de Los Gigantes el 25 de mayo. Desde entonces, ella soñaba con “volver a Río Cuarto caminando”, repetir ese recorrido de otra manera. Durante años la idea no encontró eco… hasta que apareció Anabela y dijo la frase que lo cambió todo: “A mí me gustaría”.


Ambas son montañistas formadas en el Club Andino Córdoba: Anabela hace 11 años, Patricia desde hace más de dos décadas. Salieron el 29 de septiembre con un plan de 15 días, que terminaría recién el 16 de octubre.


Los primeros nueve días fueron “en tiempo y forma”, con encuentros programados en altura donde amigas y amigos del club les acercaban bolsones con comida y ropa seca. Pero después la montaña empezó a marcar el ritmo: se complicó el acceso al agua, aparecieron los tramos de mayor dificultad —como la temida quebrada del Tala— y la energía del GPS empezó a escasear, obligándolas a administrar cada carga con un pequeño panel solar.


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El agua fue uno de los desafíos más duros. “Estuvimos días recogiendo agua estancada, poniéndole plata coloidal para cuidarnos”, contaron. Al principio siguieron cursos de agua limpia, pero después de pasar por la zona de Merlo debían desviarse de la ruta prevista, bajar y volver a subir en busca de alguna vertiente que no siempre aparecía.

A veces, si no encontraban suficiente, la cena se reducía a lo que hubiera. “Si no teníamos agua, esa noche no comía”, recordó Anabela sobre sus alimentos liofilizados que dependían de poder hidratarse.

A la exigencia física se sumó la soledad. Hubo varios días en los que no vieron a nadie. Solo al final, en uno de los tramos más duros, se cruzaron con dos vaqueanos que las miraron con una mezcla de curiosidad y admiración y les preguntaron:

“¿Y ustedes dos qué estarán haciendo en un lugar como este?”.

Del otro lado, un equipo del Club Andino las seguía con un dispositivo satelital que enviaba su posición cada pocos minutos. Tanto fue el compromiso que llegaron a descender la quebrada del Tala a buscarlas sin que ellas lo supieran, para no generarles ansiedad. Cuando finalmente alcanzaron la zona de las antenas, las esperaba un bolsón con alimentos, agua y una nota breve pero demoledora: “El agua es para hervir. Las queremos”.


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El último día fue pura supervivencia: ya no quedaban pañuelos, ni ropa para cambiarse, ni comida más allá de “las últimas galletitas”. Decidieron bajar por donde se pudiera, sin GPS, guiadas por la intuición y las ganas de llegar. Terminaron frente a una casa en las afueras de Achiras; mientras pensaban cómo avisar, un auto se detuvo en la entrada.


No eran los dueños: eran Fernando Álvarez y Patricia Salazar, que gracias al rastreo satelital habían seguido sus pasos. “Dicen que la alegría iluminó nuestros rostros”, contó Patricia. Habían cumplido el objetivo: el regreso desde Los Gigantes a Achiras era una realidad.


Recién “el día después”, como le gusta llamarlo a Patricia, tomaron dimensión de lo vivido. No solo habían atravesado la sierra durante 18 días, con sed, frío y cansancio: también habían protagonizado la primera expedición femenina de este tipo para el montañismo cordobés, algo que les remarcaron montañistas con 30 o 40 años de experiencia en el Club Andino.



Anabela ahora sueña con volver a algunos tramos y, sobre todo, con acompañar a quienes se animen a intentarlo: “Me gustaría ayudar el día de mañana a alguien que la quiera hacer, desde otro rol”. La travesía terminó, pero la historia recién empieza: quizá el próximo regreso ya se esté gestando en la cabeza de alguna otra montañista que hoy las escucha y piensa, en silencio, yo también me animaría”.

 
 

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