Donald Trump reescribe las reglas de la guerra en el Siglo XXI
- Telediario Digital

- 18 sept
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Por Pablo M. Wehbe | Las normas del Derecho respecto de las guerras se refieren a las justificaciones para entrar a una guerra (jus ad bellum), así como las conductas una vez que se está en una guerra (jus in bello). La guerra ya no es una justa deportiva -como nos cuentan que pudo haber sido en algún momento histórico de alguna parte de Europa-, ni una puja sin reglas, como probablemente pudieron haber sido los conflictos hace unos cuantos siglos.

Desde el Siglo XIX, el Derecho Internacional Público comenzó a codificar normas que sirvieran para reglar -si pudiera ser- algo tan espantoso como las guerras. Y, en esa búsqueda, el Derecho Internacional Público (previo a lo que sería el Derecho Internacional Humanitario), aspiraba a que: a) Las guerras deben limitarse a la consecución de los objetivos políticos que iniciaron la guerra (por ejemplo, control territorial), y no debe incluir la destrucción innecesaria; b) Las guerras deben ser llevados a su fin lo más rápidamente posible; c) Las personas y los bienes que no contribuyen al esfuerzo de guerra deben ser protegidos contra la destrucción y penurias innecesarias. Con este fin, las leyes de la guerra están destinados a mitigar las penurias de la guerra: a) Protección tanto de los combatientes y no combatientes del sufrimiento innecesario; b) Salvaguardar ciertos derechos humanos fundamentales de las personas que caen en las manos del enemigo, sobre todo prisioneros de guerra, heridos y enfermos, y de la población civil; c) Facilitar la restauración de la Paz.
Luego vinieron los Convenios de Ginebra de 1949, verdaderos Códigos Internacionales del Derecho de la Guerra. Pero la guerra es algo muy diferente a lo que dicen las normas internacionales. Tal vez porque sea más fácil escribir en escritorios de Organismos Internacionales que entender lo que a un ser humano le sucede cuando debe matar o morir, más allá de lo cual las normas existen y los Ejércitos del mundo deben observarlas y respetarlas. Salvo que se trate de los Estados Unidos de América bajo el liderazgo de Donald Trump…
Son demasiadas cosas que deberían decirse, pero en respeto del tiempo de quien lea se hará una breve síntesis. En primer lugar, es el único líder de una potencia militar que sostiene la continuación de la locura en Gaza. Asimismo, apoya la brutal política enunciada por el Ministro de Finanzas israelí, Smotrich, que ya avizora un “negocio inmobiliario millonario” para construir hoteles y resorts en Gaza “cuando termine esta costosa guerra” (sic), e impulsa la anexión total de Cisjordania.

Por otro lado, el Gobierno de Trump llevó una enorme flota de guerra al borde del mar territorial de Colombia y Venezuela para -según dijo- “detener el narcotráfico internacional”.
Lo único y concreto que existe -y sólo por las fuentes de ellos- es una información de que buques de guerra norteamericanos atacaron a 3 supuestas lanchas-narco hundiéndolas y matando a sus tripulantes. ¿Existió declaración de guerra? No. ¿Alegó Estados Unidos legítima defensa propia o de terceros? Tampoco. Simplemente justificó lo que claramente son espantosos crímenes en aguas internacionales diciendo que “eran embarcaciones que salían de países que envían droga a Estados Unidos”.
¿Existió alguna requisa? No. ¿Se les advirtió que se detuvieran para controlar las embarcaciones? Las propias filmaciones de las fuerzas norteamericanas evidencian que no. ¿Estaban huyendo de algún control? De hecho, la primera de ellas (ahora se sabe), había dado la vuelta y estaba retornando a puerto. ¿Existió algún disparo “sobre el timón” como advertencia? Las propias filmaciones de los atacantes evidencian un primer y único disparo en contra del casco de cada una de las embarcaciones.

Queda más que claro que el narcotráfico debe ser detenido, pero la pregunta es si esta es la forma, supuesto que las embarcaciones hundidas estuvieran al servicio de ellos. Está también claro que NINGÚN Estado del Planeta tendrá fuerzas para detener la barbarie, pues la estructura jurídica internacional fue construida sobre el fin de la Segunda Guerra, y hoy es casi imposible cambiar ese club del privilegio que es el Consejo de Seguridad de la ONU.
Pero lo que no puede aceptarse de ninguna manera es que se siga manteniendo un silencio cómplice de parte de muchos Gobiernos con influencia y poder frente a verdaderos crímenes de lesa humanidad como los que genera el inquilino de la Casa Blanca, amparado por mayorías circunstanciales que, aparentemente, lo habilitan para reescribir las normas del comienzo, desarrollo y término de los conflictos armados. Al menos vuelve a la teoría del “primer tirador”.
Lo que seguramente no podrá lograr -pese a que lo está buscando-, es reescribir la historia. Y, tarde o temprano, se escribirá objetivamente que la guerra tiene reglas que deben ser observadas y cumplidas, por más poder que se tenga, aunque por ahora no esté de moda confrontar con quien hace uso y abuso del poder.
(*) Pablo M. Wehbe es doctor en Derecho, especialista en relaciones internacionales. Además es profesor en la Universidad Nacional de Río Cuarto y en la de Villa María. En televisión, es columnista del programa “Argentina en Noticias” de Telediario Televisión




