La presencia de los otros

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Por Pablo Callejón

Vanesa está embarazada de su segundo hijo. Si nada cambia, Thiago nacerá en cuarentena y convivirá con sus padres en la única habitación que aún no se llueve. Es un cuarto pequeño, donde solo caben dos colchones de un plaza para la mamá, su pareja, una niña de 3 años y el bebé que esperan. En el comedor dejaron libre una cómoda apoyada en ladrillos blocks para resguardar la ropa de la humedad. Frente a la ventana cubierta de un nylon transparente está la cocina y a su lado, una garrafa de 10 kilos. Sobre una mesa de madera oscura resiste en vano el televisor que dejó de funcionar después del último apagón. Debajo del techo de chapas y plásticos los cables unen el espacio formando una cruz y bajan sobre las paredes en un camino sinuoso y desprolijo. Dos espigas secas adheridas a la estampita de San Cayetano recubren el imán sobre la heladera de puerta oxidada. La pareja de Vanesa no deja de lamentarse. En esta maldita cuarentena, ni el santo pudo devolverle la changa que los ayudaba a sobrevivir.

El aislamiento social asfixia en los asentamientos y barrios más vulnerables. Las callecitas que unen y dividen el entramado de precarias unidades habitacionales son un punto de tránsito cotidiano. Las familias necesitan confiar en la ausencia comunitaria del virus. No tienen opción. El hacinamiento será una mala señal cuando los casos lleguen. Aún con síntomas leves, quienes sufran un contagio de COVID19 en las villas necesitarán resguardarse en soledad, contar con servicios básicos, un baño y dos comidas diarias. La ausencia de condiciones mínimas, los obligará a ocupar alguna de las 300 camas que se dispondrán en la Universidad y la Sociedad Rural. Solo el Estado podrá garantizar que todos puedan tener la posibilidad de sobrevivir a la pandemia.

La consultora Lephare destacó que el 70 por ciento de los hogares de Río Cuarto están compuestos por casas de tres o menos ambientes. 7.040 unidades habitacionales solo tienen un espacio en el que conviven, al menos, cuatro personas. El ingreso promedio de las familias más carecientes no supera los 27 mil pesos y un tercio necesita alquilar en condiciones informales. El informe describió que el mayor impacto por el hacinamiento se revela en 4352 hogares riocuartenses. Allí residen más de 6 personas y un 16,1 por ciento lo hace en viviendas de un ambiente. La mitad ni siquiera es propietaria de las casas que ocupan.

El Coronavirus contagia a ritmo febril y no hay cura conocida. Su grado de letalidad aumenta en los pacientes con patologías previas y en los mayores de 60 años. La muerte ya se ensañó con los ancianos del primer mundo que vieron desvanecer el estado de bienestar en la intransigencia del virus. Las consecuencias son dantescas.
En Río Cuarto, 6400 personas viven solas y del total, 2.600 son miembros de la tercera edad, advirtió la consultora Lephare. En medio del aislamiento, no solo deberán asegurarse la atención médica. La soledad los obligará a disponer de recursos sociales y alimentarios para evitar que sean obligados a violar la cuarentena. El 56,9 por ciento de los hogares unipersonales afecta a 3640 mujeres.
Casi un tercio de quienes viven solos lo hacen en casas ó departamentos alquilados. El decreto nacional que impide los desalojos será un atenuante ante la falta de ingresos, pero anticipa un tiempo sombrío si la economía no mejora. Quienes superan los 60 años tienen un desafío aún mayor. Sus ingresos promedios son de 28,900 pesos, reveló el informe.

Raquel enviudó hace 20 años, cuando sus hijos y nietos aún vivían con ella. En poco tiempo se quedó sola. Su esposo había salido de la cárcel con una fibrosis pulmonar y la maña intacta por los cigarrillos armados. Nadie faltó al funeral en la habitación que compartían. Raquel aún conserva la foto que se tomaron con los chicos frente al salón comunitario como único recuerdo de su esposo. La mujer tiene las piernas hinchadas por las várices que le entumecen los pies y su caminar es cada vez más lento. Norma y su hija la visitan cada día para asegurarse que esté bien. Las vecinas le hacen las compras y la ayudan con el caldo que entibia los almuerzos. En el barrio todavía se abrazan y ningún pibe falta a la merienda aunque no haya espacio. Los cuadernos a rayas sobre los tablones de madera permiten olvidar que ya no pueden ir a clases. La ayuda escolar no podrá medirse en videollamadas, ni plataformas virtuales. Afuera de la Copita de leche hay ruidos de motos, sirenas policiales y el galopar cansado de caballos. Los días de cuarentena transcurren viciados por el temor a un virus que podría ensañarse con sus vidas humildes. Pero aún en soledad, nadie logra arrancarse definitivamente de la presencia de los otros.

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