Sin atajos para la impunidad

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Por Pablo Callejón Periodista

Apenas 15 metros antes de llegar al puesto de la Caminera en Holmberg, un oficial se apresuró a frenarles el paso. Enzo Moriena recuerda que conducía la motocicleta “a 40 ó 45” kilómetros por hora cuando observó sorprendido al policía agitando una baliza de advertencia. El conductor buscó desacelerar y en medio de una maniobra brusca, comenzaron los gritos desesperados de “¡guarda, guarda!”. Detrás se acercaba un camión cargado de maíz y Enzo decidió lanzarse a la banquina. Fue demasiado tarde, el estruendo anticipó un aire viciado de sonidos sordos en la noche que se hizo oscura, profundamente oscura.

A las 19,30 del 5 de mayo de 2013, Sergio Re se encontraba patrullando junto al agente Sebastián Creao cuando le informaron por frecuencia radial del “accidente con lesionados”. Al arribar al lugar, vislumbraron la moto Honda Wave 110 color negro y a su lado, “dos personas con el casco protector tiradas en el suelo”. Enzo había sufrido una fractura de tibia y peroné que le entumecía la pierna derecha y la mujer estaba gravemente herida.
La ambulancia de emergencias trasladó a Soledad Correa hacia el Hospital donde los médicos confirmaron la muerte de la joven de 25 años. El desenlace fue también la advertencia de un caso que dispuso a la Policía Caminera en el centro de todas las sospechas.

Una hora antes del fatal siniestro, María del Pilar debió detener su auto en el puesto de la Caminera por un desperfecto técnico. La mujer se convirtió en una testigo clave de de las causas que provocaron la tragedia. En su declaración testimonial relató cómo se inició el control policial y cuál fue el accionar del agente que intentó detener la motocicleta en la que viajaban Enzo y su novia. Pudo ver también que el vehículo comenzó a disminuir la velocidad y un camión con acoplado que venía detrás “chupó a los motociclistas”. Aunque sufrió un shock y no pudo evitar que temblara su cuerpo tras observar el brutal impacto, pudo advertir que “el mismo uniformado asistía a las personas en el lugar”.
Las pericias determinaron que el camión al mando de José Alberto Flores se trasladaba a 45 kilómetros por hora, una velocidad excesiva para zona de curvas y contra curvas. El transporte no tuvo fallas técnicas que hubieran impedido el impacto. La clave fue la ausencia de una distancia prudente con la motocicleta y la decisión policial de frenar el tránsito. Según surge de la investigación del fiscal Javier Di Santo, “Mores se vio obligado a llevar a cabo una maniobra imprudente de esquive hacia la banquina pero no resultó suficiente y el acoplado terminó arrollando al vehículo menor en el que se conducían las víctimas”.

El control policial estuvo a cargo del suboficial inspector Orlando Bildoza y los cabos Cristian Giannini y Facundo Gómez, quienes habían resuelto avanzar con el procedimiento a pesar de las normativas de la Caminera que rechazan ubicar puestos “en lugares de existencia de curvas, pendientes, puentes u otras zonas que pudieran resultar peligrosos para la seguridad vial”. Di Santo está convencido de que los agentes “abusaron de sus funciones” y provocaron el riesgo. Los efectivos “colocaron un sólo cono de señalización en el medio de la carpeta asfáltica” y se ubicaron a la vera de la ruta para iniciar el operativo. Enzo y Soledad viajaban a la velocidad permitida, por el carril correcto y contaban con los cascos de protección de seguridad. No había faltas visibles que fundamentaran su detención. Cuando los obligaron a frenar, se generaron las condiciones para que pudieran ser embestidos por el transporte. “La imprevista medida adoptada por el trío de funcionarios públicos, unido a la mala señalización en un horario en el que ya había caído el sol y la irrupción intempestiva con el objeto lumínico sobre la ruta, coadyuvaron para que una vez detenida la motocicleta, fuera impactada por el camión que iba a una velocidad mayor a la reglamentaria y sin respetar la distancia de frenado”, argumentó el fiscal.
Di Santo resolvió que el camionero José Mores vaya a juicio por “lesiones graves culposas y homicidio culposo agravado”, mientras que los tres efectivos policiales enfrentarán el proceso oral con la imputación de “homicidio culposo, lesiones graves culposas, abuso de autoridad y violación de los deberes de funcionario público”

En su declaración defensiva, Bildoza aseguró que “el puesto de control contaba con seis conos ubicados en forma lineal, con una distancia de entre 15 y 20 metros entre cada uno, para alertar sobre la presencia policial”. El acusado habló de la existencia de “buena iluminación artificial y un cartel rojo que exigía parar, ubicado antes del control”.
Apuntó, además, al conocimiento que los conductores debían tener del “histórico” puesto caminero y aseguró que los operativos se hacían “con conocimiento de la Jefatura de Policía y por disposición de la Dirección General de Caminera”.
El agente afirmó que “había un móvil policial detenido al costado de la banquina con las balizas encendidas, estacionado del lado oeste de la calzada y que habría permitido alertar sobre el procedimiento”.
Bildoza admitió que utilizó el bastón lumínico para pedir que los vehículos “ajustaran la velocidad a la reglamentaria”, pero negó haber intentado “detener la marcha de la motocicleta”. De esta forma, apuntó a la negligencia del camionero como principal razón del impacto que provocó la muerte de Soledad.
El relato de los efectivos se contradice con el testimonio de la principal testigo y la letra fría de las normas policiales. Para el fiscal Di Santo, no existen dudas de que intentaron frenar el paso de la moto “generando un grado de confusión en los conductores que ofició como desencadenante de la tragedia vial».

Con el tiempo, el puesto de la Caminera se redujo a una casona de uso administrativo que los vecinos de Holmberg divisan con indignación. La disputa desigual contra la burocracia judicial ya sumó 6 años de espera y la ratificación de la elevación a juicio de la causa intenta ser la oportunidad para develar la responsabilidad penal de los agentes policiales y el camionero. La clave para evitar el olvido fue una mujer de ojos que interpelan y gestos que envuelven la tensión del dolor más profundo. Mercedes Murúa debe cruzar a diario la curva que anticipa la imagen de una estrella amarilla en recuerdo de su hija. Como otras madres de víctimas de accidentes viales, se impuso no descansar ni arropar el duelo hasta encontrar el alivio de la Justicia. Le ofrecieron un acuerdo económico que nunca aceptó. Su lucha es una advertencia permanente para los que intentaron hallar el atajo de la impunidad.

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