Nos enseñó luchando

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Por Pablo Callejón

María Inés Castressana había sido delegada escolar suplente en la escuela Adolfo Alsina hasta que un año antes del mítico 2 de abril de 1997, asumió como secretaria adjunta de la Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba. En el país del uno a uno y el individualismo que cotizaba en dólares entre los meritócratas de la pizza y el champagne, la maestra de voz poética lideraba en Río Cuarto la protesta por la Ley de Financiamiento Educativo. La Carpa Blanca se mostraba irreverente en el Congreso de las bancas del neoliberalismo y fue una severa advertencia para el economista de ojos verdes que se asomaba en la economía argentina como Jack Torrance entre las maderas quebradas de la puerta del Resplandor.
Durante largos días, María Inés se sumó al ayuno que imponía el reclamo colectivo para evitar que la educación fuera una moneda de cambio del Banco Mundial. Fueron tres años de una protesta histórica que anticiparon la caída del modelo de la convertibilidad ficcional, en la que algunos imaginaron una vida en dólares mientras se desmoronaba un país con cimientos de pobreza, exclusión y hambre.

María Inés nació el 22 de agosto de 1951 en Capital Federal y era hija de inmigrantes. Su madre, Alicia Eliana Gilabert, había arropado sus sueños de juventud en el cruce de la cordillera chilena y su padre, Juan Bautista Pieraldo, era el hijo único de una familia de italianos. Don Pieraldo había logrado reconvertir su taller en una pequeña fábrica de bombas de agua y aquel esfuerzo significó para la mayor de los tres hermanos una lección de perseverancia que no olvidaría.
A los 18 años, María Inés se recibió de maestra normal nacional en el instituto privado Patrocinio de San José y comenzó el profesorado de Historia en la Universidad del Salvador. El deterioro en la salud de su padre la obligó a dejar la carrera y comenzó a ejercer como docente en la escuela Jean Piaget.
La mujer de espíritu rebelde y solidaridad a prueba de patriarcados y olvidos ingresó a trabajar como maestra hospitalaria en la Asociación Pro Ayuda al Quemado, del nosocomio municipal Arturo Humberto Illia, y durante otros dos años fue docente en la escuela número 41 Belisario Roldán.

María Inés se había casado con Juan Carlos, un riocuartense con el que fueron padres de Alejo, Fermín, Violeta, Alelí y Jazmín. En abril de 1985 decidieron dejar la ciudad de la furia sin fábulas y se radicaron en la esquina de calles de tierra unidas por Uruguay y San Luis. Estaban a solo una cuadra de la escuela Santa Cruz, donde sus cinco hijos hicieron la primaria. Con el tiempo se mudarían a la vivienda en Jujuy al 1500, siempre en Banda Norte, donde la maestra reposó los años de sabiduría y lucha.
En la escuela Adolfo Alsina comenzó su experiencia como maestra de grado en 1986 y nueve años después, fue designada vicedirectora suplente. Sobre los pupitres de madera oscura, los libros de Paulo Freire le recordaban que “si no somos tratados con dignidad y decencia por la administración privada o pública de la educación, es difícil que se concrete el respeto que como maestros debemos a los educandos”. Y María Inés decidió representar esa Justicia Social que surgía como un mandamiento de la religiosidad provocativa en las aulas. Fue elegida delegada gremial y su decisión de dar la cara por todos la llevaron a formar parte de la conducción de la UEPC. En el ardor de la rebeldía por la Carpa Blanca y el desguace moral de los 90, fue electa secretaria general del gremio. En aquellos años de desocupación récord su esposo perdería el trabajo y el sueldo docente se convertiría en bastión de la cena caliente en el hogar donde nunca faltaron las banderas de solidaridad.

En 2005, María Inés ganó el concurso de directora titular y fue designada en la escuela Lugones del humilde barrio de Las Delicias. Se desempeñó hasta el 31 de marzo de 2013, cuando recibió el protocolar telegrama de la jubilación. Pero las mujeres que luchan suelen descreer de los formalismos de la verdad y María Inés resolvió no abandonar las calles en ruidosas movilizaciones, ni las asambleas que interpelaron en un salón repleto de pasiones gremiales por los recortes presupuestarios.
En 2012, fue designada delegada departamental de la UEPC y se convirtió en referente ante la conducción provincial del sindicato. Estaba convencida sobre el valor en la defensa de los propios y se asumía como una leona en el cuidado de los otros.

María Inés nunca abandonó los detalles de mamá presente en los días en que faltaban las horas y sobraban las necesidades. La defensa de la educación pública y de calidad fue un legado de resistencia que heredaron sus hijos. La mujer que miraba a los políticos a los ojos para reclamar por la precarización laboral y lideraba marchas contra la degradación salarial, les enseñó que la educación es el arte de pensar y nunca de las falsas obediencias.

Un 21 de noviembre de 2016 el corazón de batallas mesiánicas dejó de latir a los 65 años. María Inés había confrontado durante días contra una enfermedad que no pudo con su legado. La mujer del pelo de cenizas y ojos de mar no pudo ser domesticada por los mandatarios de las causas injustas y tampoco podría con ella la muerte.
Hoy un espacio público del barrio donde vivió lleva su nombre. El reconocimiento surgió en el recinto del Concejo Deliberante donde sus hijos y nietos fueron testigos del homenaje a la maestra que parió su lucha en las aulas y fue, sobre todo, bandera en las calles.

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