Tics: es posible hacerlos invisibles

0
Compartir

Son contracciones nerviosas y movimientos involuntarios. No se curan, pero son controlables. Requieren tratamiento interdisciplinario.
No se curan, se controlan y hasta pueden hacerse invisibles socialmente. Los tics nerviosos llegan para quedarse, aunque puedan en algunos casos tener manifestaciones frecuentes y en otros esporádicas. El gran debate sobre el origen de estas alteraciones parece haber quedado zanjado desde el momento que se admite, desde las distintas disciplinas, que tiene un componente genético y un desencadenante o detonante psicosocial. Pero resta aún mucho por conocerse acerca del gen donde se asienta el desorden y si hay posibilidad de actuar sobre él.
Por lo general se manifiesta durante la infancia, entre los 5 y los 10 años; pero ocasionalmente pueden aparecer en adultos. Cuando niños, no se busca más que el control de la situación y las vías de superarlo, aunque pueden ser manifestación de patologías neurológicas que ameritan estudios más profundos, especialmente si aparecen a edades mayores. Esto es, aunque se manifieste de adulto, ya se encontraba latente. Los nervios, el estrés, las situaciones de tensión, son factores que contribuyen, pero no son determinantes. Hoy, las neurociencias hacen referencia a una carga genética predisponente.

¿Qué son?
“Llamamos ‘tics’ a contracciones involuntarias musculares en forma intensa, que suelen darse sobre todo en el rostro por la cantidad de terminaciones nerviosas que tenemos en ese sector”, explica Ariadna Isabel Moreschi, especialista en Psiquiatría miembro de la Asociación de Psiquiatras de Córdoba y directora médica de Psique. “Estos movimientos anormales se realizan compulsivamente. El paciente es consciente de ello, al punto de que puede presentirlos y, si se concentra, lo puede suprimir”, añade María Isabel Arrigoni, jefa del Servicio de Neurología del Hospital Italiano. Acota que “pueden tomar un músculo aislado o un conjunto de ellos, pero siempre los mismos”.
Se presenta por lo general en niños, cuyos padres acuden a la consulta preocupados por algunos movimientos llamativos, o la falta de atención o bajo rendimiento escolar. Si la consulta es oportuna, se propone un abordaje interdisciplinario con psicoterapia y, si fuera necesaria, alguna medicación (del orden de los ansiolíticos), y en pocos meses se pueden lograr grandes avances. Con el tiempo, los tics disminuyen su intensidad, pueden hacerse menos visibles o mutar en movimientos socialmente disimulables. “Los pacientes tienen una sensación premonitoria, sienten la necesidad de realizar esos movimientos. Por eso, si se concentran, pueden evitarlos”, recalca Arrigoni.
“Si la persona está bajo niveles de estrés altos, y/o tiene problemas de autoestima o está en un medio exigente, por ejemplo, empeorará la frecuencia e intensidad del tic. De ahí que planteamos que es una patología con origen mixto, biológico y psicológico”, sostiene Moreschi.
“Considero a la manifestación del tic como un síntoma más a atender sin focalizar la mirada en el mismo, sino teniéndolo en cuenta como un todo a la hora de enfrentarse a los factores estresantes”, explica Virginia Grosso, psicóloga vincular, especialista en familia y pareja, e integrante del Gabinete de Orientación Psicopedagógica de nivel inicial del Instituto Jesús María. “Muchas veces se tiende a dar más importancia al tic que a las causas que lo ocasionan. Al prestarles más atención, las activamos más y, eso que nos molestaba, aumenta su frecuencia e intensidad”, 
añade.
Grosso defiende a la escuela de psicología vincular porque, dice, es indagando en los vínculos primarios que podemos encontrar cómo los modos de relación entre padres e hijos provocan y potencian esta manera especial de respuesta frente a situaciones de ansiedad.

Enfoque vincular
“Me he encontrado con consultas donde la historia de la familia muestra cómo la transmisión de patrones de educación, en algunos casos exigentes y represivos, han desarrollado como respuestas estos tics nerviosos variados que luego se repiten en generaciones siguientes sin ser consientes de ello”, continúa.
Los tics pueden ser simples movimientos o gestos, como guiñar un ojo, mover una mano o un carraspeo, o más complejos que pueden incluir imitaciones de sonidos o gestos de personas presentes en el lugar. “Pueden ser síntoma del Síndrome de Gilles de la Tourette, casos más complejos que pueden incluir proferir gritos y obscenidades, lo que suele traer serios problemas al paciente. Lo hace de manera impulsiva, no lo puede controlar”, dice Arrigoni. Y en algunos casos se llega a situaciones de lesiones o automutilación, como quienes se golpean contra objetos contundentes o filosos. Pero no son los más frecuentes.
La presencia de un tic, por más simple que sea, puede acarrear problemas de socialización. Es por eso que se busca tratarlos y disminuir sus efectos controlando ansiedades y movimientos. “Dentro del concepto de las neurociencias, ha quedado demostrado que la ansiedad, y todas las demás las emociones, tienen una base bioquímica; y que deben ser abordadas en forma conjunta, porque operan como desencadenantes de distintas patologías”.
La personalidad del sujeto en esta situación tiene mucho que ver con su evolución. Los tics por lo general llaman la atención, y pueden dar lugar a bromas y otro tipo de comportamientos sociales que pueden ser molestos. Moreschi recalca que “si la persona no les da mayor importancia, tanto su frecuencia como la intensidad ceden y no afectan su situación personal”. “Por el contrario, si por cualquier motivo su personalidad se encuentra en situación más delicada esto puede vivirse como un serio problema social, llegando a ser invalidante en algunos casos. La personalidad es afectada por los tics y a su vez los tics afectan, para bien o mal, la personalidad”, agrega.
El niño con tics nerviosos suele sufrir mucho por no poder controlar los movimientos bruscos e involuntarios. Eso lo avergüenza y, en ocasiones, dificulta las relaciones con otros niños. Esto provoca aún más ansiedad, que se manifiesta en más movimientos.
Es por eso que la comprensión de las personas que rodean al paciente es primordial. Grosso sostiene que los tics pueden ser también manifestaciones de deseos no satisfechos, conflictos que el niño no puede resolver por sí mismo, dolores y frustraciones acumuladas “que expresa mediante estas descargas de tensión”.
La psicóloga remarca que no depende de la voluntad del niño. “Marcarle o retarlo para que deje de hacerlo y estar encima del niño no es lo óptimo. Los padres deben mantener la calma, tener paciencia, comprenderlos y esperar a ver cómo evoluciona el trastorno”, insiste. Y asegura que lo esperable es que desaparezcan si no se les presta tanta atención.
Agrega que si se tiene en cuenta la edad en la que los tics se presentan con mayor intensidad (5 a 10 años), es posible considerar que coincide con el periodo de escolarización, etapa de mucha ansiedad, de adaptación a las estructuras que impone el sistema educativo. Y concluye: “Si se tiene en cuenta este factor, la intervención en la escuela, con las docentes, puede ser de gran ayuda para el proceso de aprendizaje que se establece, ya que el personal de la institución puede ser el primero en detectar los tics en los niños”.

Fuente La voz del Interior

facebook-logo Horacio Vivir Mejor

Commentarios

commentarios

Compartir

Dejar una respuesta