Cara y ceca – opinión

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«Quienes accionaron el gatillo ó murieron bajo sus balas, naufragan en las mismas urgencias…»

 

Muchos creen que se trata de un problema de inseguridad. O lo reducen a la falta de control y a leyes vulnerables, inconclusas, fallidas. Apuntan contra menores amparados por la impunidad, a policías que no intervienen y a jueces demasiado flexibles. Hablan de los otros, tan lejanos de los propios. Exponen el drama como una huella irreverente que desaparecerá con el próximo viento.
En solo 7 meses murieron 7 pibes de entre 14 y 22 años. Fallecieron tras ser asesinados a sangre fría, por causas que el expediente judicial resumirá en un ajuste de cuentas. En todos los casos, se trata de adolescentes y jóvenes inmersos en una marginalidad, donde la violencia dispone de la vida como un estacazo de la fatalidad.
“Esto es el resultado del sistema: poquitos tienen mucho y muchos tienen poquito. A veces pedimos lindas luces ó lindos puentes, pero después hay un alto costo social. Lo primero, es un mundo más equitativo. Cuando la balanza esté más equilibrada, encontraremos los elementos para mejorar muchas cosas de la ciudad” Pablo Carrizo reflexiona mientras repara los juegos de la placita en Cola de Pato, la urbanización que creció a la par de una relocalización de villas que el Estado abandonó a medio camino.
La imposibilidad en el acceso a una vivienda digna y el impacto del hacinamiento se revelan en un dato contundente: 12 años después de las primeras erradicaciones, en Río Cuarto existen la misma cantidad de asentamientos y familias afectadas.
El INDEC calificó en septiembre del año pasado a la ciudad como uno de los conglomerados con menor índice de pobreza, apenas el 2,1 por ciento. El exabrupto estadístico, que revelaría que casi no hay riocuartenses pobres, confronta con los índices de asistencia municipal que abordan a más de 28 mil vecinos.
Son también las cifras del INDEC las que ubicaron a Río Cuarto entre las 6 ciudades con más deserción escolar en el año 2011. Según los números oficiales, un 18,13 por ciento de jóvenes de 15 a 17 años abandonaron definitivamente la educación formal.  El Consejo Económico y Social brindó un marco todavía más grave. En un informe presentado en noviembre de 2012, se indicó que un 43 por ciento de las personas de entre 15 y 24 años no asiste a ninguna instancia de escolarización.
Aún con la reducción de los índices de desocupación –se ubicó en el 6,2 por ciento en el último trimestre del año pasado- y el alcance de la Asignación Universal por Hijo (AUH) – llega a 22 mil beneficiarios en el departamento Río Cuarto-, la problemática se expande vulnerando expectativas futuras y un presente siempre inminente.

Silencio oficial

Tras la sucesión escalofriante de crímenes, los funcionarios municipales, provinciales y nacionales prefirieron el silencio. Por su parte, los familiares de las víctimas optaron por cortar calles, rutas y puentes. Unificaron en el reclamo de Justicia la necesidad de ser vistos y escuchados; de ser identificados en el dolor por sus hijos muertos. El resultado les dejó poco lugar para el optimismo. El drama pareció cercarse en las resoluciones policiales y judiciales.
Los chicos tienen fácil acceso a un arma, que se convierte en un peligroso instrumento de inclusión grupal. “Si no actúa la Justicia lo hacemos nosotros”, amenazan sin más reparos ante las cámaras de televisión. No confían en la Policía que en muchos casos ni siquiera recepta sus denuncias. La rebelión se asume como una señal de respeto.
“Los que merodearen (…) o permanecieran en las inmediaciones en actitud sospechosa, sin una razón atendible, según las circunstancias del caso o provocando intranquilidad entre propietarios, moradores, transeúntes o vecinos”, señala el artículo 98 del Código de Faltas de la Provincia, en un justificativo legal para la detención de jóvenes que nunca llegarán al centro. Muchos de ellos son reconocibles desde el manual de la “portación de rostro” y se convierten en permanentes contraventores de la rigurosidad policial.

Un proceso estructural

“La exclusión, más que un estado, es una construcción social, un proceso a la vez biográfico y estructural. Los jóvenes, en especial, los más vulnerables parecen ser la punta de lanza de una crisis en la organización social de los ciclos de vida  considerada desde el doble punto de vista de las instituciones y de los individuos”, describió la investigadora del Conicet, Claudia Jacinto.
Para el economista, Rubén Lo Vuolo, “la noción de inclusión social significa englobar al conjunto de la población en el sistema de instituciones sociales” y advierte que “importa tanto el acceso a sus beneficios, como a la dependencia del modo de vida individual con respecto a los mismos”. En su investigación sobre “Desempleo de Jóvenes Y Exclusión Social: Dimensiones, Experiencias”, los profesores de la Universidad Nacional de Río Cuarto, Mariel Zamanillo, Enrique Grote y Thomas Kieselbach, subrayaron que “la exclusión social debe ser entendida como exclusión en la sociedad”
Las oportunidades que emergen naturalmente para algunos y se manifiestan, por ejemplo, en el acceso a una casa con servicios, educación en todos su niveles, empleo formal, diversión sin segregación y un sistema sanitario confiable, surgen como inalcanzables para otros miles.
El INDEC afirma que la diferencia en los ingresos entre el 10 por ciento de las familias de mayor poder adquisitivo y el 10 por ciento más pobre, alcanzó el menor nivel en 20 años. El «Coeficiente de Gini» mide la desigualdad del ingreso, teniendo a «cero» como el nivel de mayor igualdad y a «uno» como el de mayor desigualdad. Al término del cuarto trimestre del 2012, quedó en 0,364 puntos, por debajo de 0,391 del período octubre-diciembre del año anterior.
Las mejoras coyunturales no logran erradicar, sin embargo, décadas de un acceso diferencial a beneficios básicos.  Roxana Kreimer, licenciada en Filosofía y doctora en Ciencias Sociales, advierte que “las sociedades de consumo proponen, en lo formal, las mismas metas para todos, pero, en la práctica, sólo algunos las pueden alcanzar. La frustración, la violencia y el delito son los frutos de la desigualdad»
Quienes accionaron el gatillo ó murieron bajo sus balas, naufragan en las mismas urgencias. La indiferencia mayoritaria los describe como un número más de la violencia barrial, los sentencia al accionar policial y les endilga el enojo popular cuando sus allegados marchan sobre las calles congestionadas de tránsito. Un destino furioso, que parece definirse en el cara y ceca de un arma cargada.

Por Pablo Callejón (callejonpablo@yahoo.com.ar)
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