El contraluz de la ciudad

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Opinión

Una mujer de unos 60 años que camina junto a su marido lo sacude del brazo para acercarse al gobernador vestido de impecable ropa informal blanca. “Quería saludarlo, uno lo ve por la tele y verlo acá… no se… “ Dice la mujer y no habrá tiempo para completar la frase. De la Sota la saluda con una sonrisa que se parece a la risa y continúa caminando por la senda de asfalto que zigzaguea entre la remodelada ribera. A pocos metros, reunidos en corralitos de alambre, cientos de chicos les piden a sus padres la última tregua antes de abandonar los flamantes juegos de madera. El final de la tarde tiene la plenitud de un otoño iluminado por el neón y los vehículos en caravana.

Un automóvil gris espera en la intersección de Jaime Gil y Avenida España. Dos niños murmuran desde el asiento trasero la cuenta regresiva del semáforo en rojo y la mujer que acompaña al conductor chusmea en el interior de un bar con nombre de banda de rock. El paseo comercial solo está abierto parcialmente pero su fachada deslumbra la paquetería riocuartense. El vehículo dobla hacia la izquierda y sigue hasta cruzar el iluminado puente carretero. La fila es tediosa y lenta. De uno y otro lado los vehículos parecen detenidos, como en una postal de correo. Hacia la derecha, otro parque temático de juegos reúne a cientos de personas. A una década de la relocalización de viviendas, la costa se divide entre la villa del olvido político y la diversión de un parque de campaña.

Un hombre calvo con camiseta de Atenas mira de reojo el paso por calle Estrada. Con la pavimentación, la arteria se convirtió en una avenida de tramo angosto. La velocidad se multiplicó en forma proporcional al paso de los vehículos. El Cispren, barrio de periodistas, y Buena Vista, tierra de la barra brava del albo, lucen un pavimento recién estrenado. En pocos meses se hicieron 160 cuadras de asfalto en toda la ciudad, un récord, aún en tiempos de competencia electoral.

De la Sota se detiene entre un grupo de padres que le piden un beso para sus hijos. Otros, siguen la escena indiferentes. Ya es de noche pero el paseo permanece repleto de gente. Tres hombres vestidos con remeras que los identifican como “Guardianes del río” buscan su posición detrás del gobernador. Parecen promotores cumpliendo al pie de la letra el guión que les ordenaron.

En Estrada y Moreno, un grupo de candidatos se presentan ante una mujer de 40 años,vestida de jogging. Se muestran como peregrinos de la religiosidad oficialista. La vecina cree reconocer a dos de ellos pero les habla sin abandonar la puerta. Después de algunos minutos  los saluda amablemente. Los políticos cruzan la calle y la mujer los observa por algunos segundos desde la ventana.

Las ráfagas de espuma apuntan en direcciones erróneas, aunque a veces dan en el blanco. Una joven funcionaria municipal no oculta su malestar cuando la cortina pegajosa se desploma sobre su pelo. Sigue caminando sin detenerse en la búsqueda del responsable. Son miles los que rodean el Corsódromo y la música gana todos los espacios acompañando las murgas y muñecos cabezones. El festejo de carnaval es otra reunión multitudinaria y el primer antecedente de un inicio de año donde las grandes concentraciones cotizan en oro.

“La entrada es por la derecha, hasta Balcarce”, señala un policía con chaleco naranja. El olor a chiropán es un aroma gastronómico que sirve de guía hacia el predio principal. Finalizó el recital de Los Pericos y los rockeros inician su ritual de espera. “Las Pelo…, Las Pelo…, Las Pelotas…” Un hombre de anteojos y peinado de oficina luce ostentoso una remera del Cosquín Rock. Enfrente, un cartel que cruza a lo ancho la parte superior del escenario indica que el encuentro es obra de la Gobernación.

En Las Ferias un fotógrafo acompaña el momento en que una anciana, su yerno y 6 chicos rodean al candidato del afiche. Uno de ellos tiene la camiseta con letras amarillas y azules que promueve “mucho más”. Minardi le devuelve el saludo a un verdulero vestido con guardapolvo blanco y  suman una docena los vecinos que rodean al postulante. Entre promesas de industrias, viviendas, centros de salud y calles asfaltadas, el cardiólogo toma en brazos a un bebé abrigado con una campera color rosa. El fotógrafo registra la imagen. “En la barriada, sobre todo el Alberdi, antes se sudaba peronismo, pero ahora Jure nos ganó el terreno”, admitió días después un militante. La caminata sigue.

Gira oficial. El intendente no necesita tomar licencia. Cada jornada se replica en uno ó dos actos programados convenientemente. La carpeta de imágenes lo muestra recorriendo  un consultorio odontológico recién estrenado, lanzando la bocha que no fue chanta en la flamante cancha de Alberdi ó compartiendo el rugir de un zoótropo en manos de un carrero de Alberdi.  Hay otras fotografías recientes junto a los hermanos Rodríguez Saa y el riocuartense Claudio Poggi. Uno de los registros describe a Jure de camisa blanca y corbata, frente a las viviendas en construcción en San Luis. Los técnicos puntanos buscan explicar las condiciones de las unidades y a la par, el secretario Mana parece resignado a que el viento le juegue otra mala pasada a su peinado.

El intendente y Minardi se saludan antes del acto. Sus esposas también se expresan un gesto cordial frente a la Catedral cercada por funcionarios y dirigentes partidarios. Se enciende  el juego de luces LED y un hombre se detiene en Plaza Roca. Su hijo lo apura con tironeos. Detrás hay una exposición de raras maquinarias y una máscara multicolor cubre la fuente central. La calle Constitución permanece cortada. Muchas otras arterias serán afectadas por la campaña.

En calle Colombia un anciano permanece inmutable al paso aburrido de los vehículos. Colocó la pava todavía caliente sobre la mitad de un ladrillo y el mate reposa desde hace minutos sobre la palma de su mano derecha. La casa que habita tiene una luz tenue sobre la cocina y el faro callejero se encarga del resto. Hace más de 30 años que vive allí. En el mismo lugar crecieron sus hijos y murió su esposa. Por la ampliación de la villa, el río dejó de ser su patio trasero y el tiempo envolvió el laberinto de precarias viviendas entre puentes de acero y parques de madera. Hace varios días le pregunté si aceptaría ser relocalizado y su negativa fue tajante. No busca negociar su espacio. Hace años que no espera ofertas, ni escucha propuestas. Quizás tampoco vaya a votar. En la villa la noche parece más oscura cuando se impone el contraluz de la ciudad.

Foto: Archivo

Por Pablo Callejón (callejonpablo@yahoo.com.ar)
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