La ciudad impaciente

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Opinión – La Biblia y el Calefón

Hay una ciudad vidriosa, de maniquís en faldas y lujos en saldo. Las pasarelas de pasillos angostos unen la Biblia y el calefón donde algunas vez todos se queman.
Hay una ciudad con cercas, que fija los límites entre la gorra y la riqueza. Las faltas de un código sin merodeos los pone contra la pared, como trofeos de guerra.
Hay una ciudad que dormita, entre acolchados de barro y cielo de hierros y estrellas. En el lugar donde la moneda siempre cae en ceca, Don Juan es dueño de un ambicioso y borroso sueño de libertad.
Hay una ciudad ceñida en corredores de muerte. La vida vale menos que la firma de un contrato, donde la conveniencia nunca paga peaje.
Hay una ciudad donde mueren sus niños. La infancia se muele a golpes en cunas de sábanas blancas con sangre.
Hay una ciudad de madres que no viven. Jimena lo vio morir a Thiago pasada de noches que entretejía con alcoholes baratos y colchones de piso.
Hay una ciudad de puentes que dividen. Entre el río y la pobreza hay visitantes que surcan veloces el camino donde el viento es una brisa de tierra y dolor.
Hay una ciudad de crímenes perfectos. En la escotilla del edificio con clase, hay lecciones de impunidad y  banquillos ausentes de culpables.
Hay una ciudad devota de las urnas. Los electores marcaron boleto de un poder que nunca partió, en elecciones con voto cantado.
Hay una ciudad con verdades que mienten. Las palabras se develan en consignas y las razones son máscaras de agua con sal.
Hay una ciudad de tibio candor. En otoño, las calles de Villa Dalcar y la Quírico Porreca son postales del alma que susurran entre hojas de seco marrón.
Hay una ciudad afónica de tablón. La pasión hace bandera en corazones sin blindaje por el desvarío de un gol.
Hay una ciudad ausente de tapujos. No hay rubor frente a la lente que espía los pasos de la víctima y ruega por el traspié del ladrón.
Hay una ciudad en do re mi. La melodía cruza los aires donde vuelan los artistas y un palacio centenario abre el telón del libreto principal.
Hay una ciudad que da vértigo. El hogar es una línea vertical con atajos en ascensor y balcones a 10 pisos de altura.
Hay una ciudad impaciente. Por los perdedores de siempre y por el indulto al tiempo en el que verse ganador, no valía la pena.

Por Pablo Callejón (callejonpablo@yahoo.com.ar)
En Facebook: Pablo Callejón

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