A 45 años de la noche de los bastones largos

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Opinión, Agrupación HIJOS

Agrupación HIJOS
Especial para TD Digital

La noche del 29 de julio de 1966 trascendió en la historia como un episodio decisivo para la  ciencia y educación universitaria de nuestro país. A sólo un mes del golpe de Estado que derrocó a Arturo Illia, el dictador Juan Carlos Onganía ordenó la intervención de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA).
Este hecho fue conocido en el mundo como la “noche de los bastones largos”, por ser el modo en que entraron las fuerzas de seguridad a la universidad, desalojando a estudiantes, docentes, científicos y autoridades a los “bastonazos”, con un resultado de más de 200 detenidos  y varios heridos, producto de la golpiza.
La represión producida durante esa jornada  sería una antesala más de la ferocidad con que actuaron las Fuerzas Armadas y de seguridad años más tarde. Los objetivos de tal intervención a una de las principales universidades de nuestro país fueron claros: quitarle autonomía a la UBA, eliminar la libertad de cátedra, atacar al ámbito intelectual, silenciar todo tipo de críticas u oposición al régimen dictatorial y vaciar la construcción científica en ascenso que se gestaba en la argentina de los años ´60.
Entre fines de los  ‘50 y comienzo de los ´60, la UBA vivió un agitado proceso de crecimiento, signado por el avance en las investigaciones científicas, la visita constante de docentes y científicos extranjeros, la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (CONICET), la fundación de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), entre otros logros.
Tras la noche del 29 de julio, nada sería igual. Como consecuencia de este hecho, más de mil trescientos docentes renunciaron y centenares de científicos e investigadores partieron al exilio. De este modo comenzó a producirse la llamada “fuga de cerebros”, que se extendería hasta la actualidad, con miles de argentinos formados académicamente en nuestras universidades, pero residiendo en el exterior y trabajando para universidades y capitales extranjeros.
Traer a la memoria aquel episodio histórico no es un gesto caprichoso. Es más bien un disparador para pensarnos hoy, para indagar en nuestra realidad actual, la realidad de un contexto que nos invita a recuperar lo nuestro.
En este marco es justo reconocer  los logros que protagonizan cambio concreto en el desarrollo de la ciencia argentina. Hablamos de la jerarquización de las políticas públicas de Ciencia y Tecnología, tras la creación ministerios, tanto a nivel nacional, como provincial. El incremento de recursos para investigación y aumento de becas de investigación. Hacemos referencia  a la repatriación de 834 científicos que eligieron regresar y hacer ciencia en nuestro país. Seguramente también pensamos en la existencia infinidad de aciertos silenciosos que no llegan a oídos de la sociedad.
Pero es necesario plantearnos nuevos desafíos en relación a la construcción científica argentina. Necesitamos formar jóvenes que lleguen a nuestras universidades asumiendo posturas críticas, interpelando a la ciencia, jóvenes comprometidos con proyectos profesionales que respondan a las demandas actuales de los argentinos.
Cuando hablamos de tender un puente entre la ciencia y la sociedad, hacemos referencia a la urgencia de conocer qué se está investigando en nuestras universidades y cuál es el impacto y relación directa que dichas investigaciones tienen en la resolución de problemas concretos que nos atraviesan. Ese puente nos sugiere, al mismo tiempo, cierta coherencia en las políticas que vinculan a la ciencia con la sociedad. Porque es imposible divorciar ambos términos.
Ahora bien, debemos comprender que para ello no alcanza con dejar todas las decisiones en manos de los representantes encargados de diseñar y  gestionar políticas de Estado. Hay que ir más allá y asumir el desafío profundamente democrático de ejercer una participación crítica, desde el humilde rol que cada uno cumple en la vida de nuestras instituciones.
Quizás por eso suenen  tan vigentes las palabras mencionadas hace más de 30 años, por el Lic. Augusto Klappenbach, ex rector de la U.N.R.C., cuando decía:
“compañeros, yo les pido que tratemos  en delante de no abrir un libro, ni tomar un tubo de ensayo sin preguntarnos qué relación tiene ese gesto nuestro con la inmensa mayoría de los argentinos, muchos de los cuales carecen de las condiciones elementales que hacen posible una vida digna, aquellas condiciones que a nosotros, aunque pasemos momentos difíciles, nos han sido otorgadas generosamente. Todo ese privilegio que nos ha dado la sociedad estamos obligados en estricta justicia a devolverlo y esta devolución no se limita a acompañar al pueblo a las movilizaciones masivas y a la lucha callejera, sino también que incluye un  serio trabajo científico y técnico que haga posible al pueblo romper con la situación de dependencia y explotación en que ha sido mantenido durante años por el imperialismo de turno” (28-09-1973. Discurso de asunción, en Revista Latinoamérica).

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