16 de junio de 1955: un atentado contra el pueblo argentino

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Opinión de HIJOS

«Como saldo de esa jornada trágica hubo más de 300 muertos y centenares de heridos. Personas de diferentes edades, ocupaciones e ideología política que circunstancialmente transitaban las calles aledañas a la Plaza de Mayo el medio día esa jornada fatal…»


Opinión: HIJOS
Especial para TD Digital

El 16 de junio de 1955 se produjo en nuestro país quizás  el episodio más violento que cuentan las páginas de la historia del Terrorismo de Estado argentino. Esa fecha, muchas veces silenciada por la historia oficial, marca el día en que sectores de las fuerzas armadas bombardearon indiscriminadamente la Plaza de Mayo de la ciudad de Buenos Aires, con el principal objetivo de asesinar al Presidente constitucional, Juan Domingo Perón.
El profundo odio de clase y el sostenimiento de un régimen de privilegios llevó a que en un acto de la marina de Guerra  para desagraviar nuestra bandera nacional concluyese en un terrible hecho solo comparable con el bombardeo de Guernica o los bombardeos para derrocar en 1973 a Salvador Allende.
Como saldo de esa jornada trágica hubo más de 300 muertos y centenares de heridos. Personas de diferentes edades, ocupaciones e ideología política que circunstancialmente transitaban las calles aledañas a la Plaza de Mayo el medio día esa jornada fatal.
Ellos sufrieron las consecuencias de una masacre protagonizada por  el mismo Estado, a través de la Marina y sectores de la Fuerza Aérea, en conjunto con los sectores más reaccionarios de la sociedad civil. Este hecho marcó el comienzo del Terrorismo de Estado como la práctica política de los mismos sectores reaccionarios que provocarán más tarde,  el Golpe de septiembre de 1955 y formarán parte activa de los diferentes episodios golpistas que irrumpieron en la segunda mitad del siglo XX.
Esta masacre no hubiera sido posible sin la participación e instigación de la Iglesia Católica, enfrentada con el gobierno peronista, quien logró aglutinar al arco opositor para derrocar al presidente. El hecho político más revelador al respecto fue celebración del Corpus Christi, concretada el 11 de junio, en la que se produjo en el Congreso de la Nación, bajo confusas circunstancias, la quema de la bandera nacional. En su lugar fue izada la bandera blanca y amarilla del Vaticano.
La celebración cristiana contó con la presencia de muchos autores de los bombardeos y con integrantes de los llamados “comandos civiles de acción”, conformados por militantes nacionalistas católicos, activistas católicos tradicionales, radicales de diversas líneas internas, militantes del Partido Socialista y Comunista, entre otros.
Estos comandos no eran otra cosa que grupos de civiles organizados con intención golpista que actuaron en diferentes lugares de nuestro país, atentando directamente contra los defensores del gobierno constitucional de Perón.
Río Cuarto no fue ajeno a esa historia y cuenta entre sus ciudadanos al único civil a bordo de los aviones de aviación naval encargados de bombardear: Miguel Ángel Zavala Ortíz, un radical de extracción “unionista” que huyó a Uruguay tras el atentado.
Este episodio  que parece tan lejano para algunos, encarna una clave fundamental para pensar el desarrollo del Terrorismo de Estado en el período posterior; con nombres que se repiten, como el de Luciano Benjamín Menéndez o Emilio Massera; o con odios encarnizados hacia las luchas de los sectores más humildes y desprotegidos del pueblo, por reivindicar sus legítimos derechos.
Hace pocos días, la presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo,Estela de Carlotto, en su discurso de adjudicación del título de Dr. Honoris Causa de la U.N.R.C. se preguntaba qué hubiera sucedido si en el ´55 la sociedad en su conjunto hubiese salido a la calle a repudiar masivamente lo los atentados que desembocaron en los hechos de septiembre.  Se preguntaba también si eso habría modificado el acontecer del Golpe de 1976. Quizás las consecuencias serían otras.
Estela nos invita a pensarnos como actores sociales con gran responsabilidad en el acontecer de nuestra vida democráctica. Pero además,  nos invita a pensar la reconstrucción de la memoria y la verdad histórica como elementos principales para recuperar el tejido social roto y conformación una identidad nacional basada la reflexión crítica del acontecer histórico y en la resignificación de aquellos episodios injustos que se han perdido en el silencio de la impunidad.
Por eso, que en nuestra ciudad se declare el “Día en defensa de la democracia, contra la intolerancia política” no es un hecho menor. Nos muestra que la sociedad riocuartense  crece día a día en la consolidación de una democracia participativa y entiende que la intolerancia no atenta contra un signo partidario, sino contra las instituciones de una democracia joven, que tanta sangre nos costó.

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