El mayor desafío para los 33 mineros chilenos será todo lo que venga luego de un rescate exitoso

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Michel siffre se encerró voluntariamente en una cueva en el año 1972. No era su primera experiencia —ya lo había hecho hacía una década, cuando tenía 23 años— pero sí era la más larga: Siffre, geólogo —pero sobre todo  temerario—, había decidido enterrarse a quinientos metros de la superficie y mantenerse en la ultratumba por seis meses. Durante ese lapso no tuvo contacto con la luz del sol ni con cualquier otro elemento del mundo exterior. “La idea era vivir sin saber la hora, como un animal en la oscuridad”, sintetizó en su momento. Esto significa que leía, comía, escribía y dormía cuando se le daba en gana. Afuera (arriba) la gente se refería a Siffre como “el hombre de las cavernas”. También lo llamaban “loco”.

Había motivos.

Durante los seis meses de confinamiento, a Siffre le pasaron unas cuantas cosas. Sus “días” empezaron a durar más de 24 horas; comenzó a experimentar depresión y ansiedad; y pronto sobrevinieron los problemas de sueño, visión y estabilidad emocional. En síntesis, Siffre perdió parte de su juicio. Pero, gracias a ese sacrificio temporario, pudo concluir que la alternancia luz-oscuridad cobra fundamental importancia en la organización biológica y psíquica de un ser humano; una certeza que estos días cobra especial relevancia, cuando el mundo entero tiene sus ojos puestos en Copiapó: el pueblo chileno donde, desde el 5 de agosto pasado, treinta y tres mineros sobreviven a un derrumbe en un estado de negrura y encierro.

“Cuando uno está rodeado por la noche, con tan sólo una bombilla de luz, la memoria no captura el momento. Se le olvida. Después de uno o dos días, uno no recuerda lo que ha hecho un día antes. Todo es totalmente negro. Es como un largo día interminable”, dijo Siffre en 1999 -luego de un segundo experimento similar al de 1972- y volvió a repetirlo en estos días, cuando la agencia AFP lo contactó a propósito del accidente chileno.

Para Siffre, padre de la cronobiología y también padre de los encierros, que los 33 sigan en sus cabales sólo puede atribuirse a tres motivos: saben que ya fueron encontrados, están en grupo, y armaron su lazo con el exterior a través de un ducto de 10 centímetros de diámetro; un “cordón umbilical” –así lo llama el Ministro de Salud chileno– que los mantiene atados al lado cuerdo de las cosas.

Por ese hueco reciben agua, remedios, comida, videos, libros y asistencia psicológica. Pero la pregunta es si eso alcanza. La pregunta es si eso soluciona, por ejemplo, lo que viene después. ¿Se puede pasar de un mundo chico —un mundo que se muestra por el ojo de una aguja— a un mundo demandante y sin filtros? ¿Se puede dar ese gran salto sin perder algo —la estabilidad, la percepción de uno mismo- en el camino?

Fuente: El Argentino

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