Rosa, otra madre coraje

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Por Guillermo Geremía – Puede pensarse que cualquier madre lo haría pero todos sabemos que no es
así. Algunas se sumen en la profunda depresión de la ausencia y se
inmovilizan. Otras prefieren llenar con otros hijos la falta de uno. Y
otras se resignan a que el destino es así y dejan que la vida transcurra
sin más. Eso sí todas con el dolor, siempre con el dolor eterno que no
cesa.

Con solo verla uno se da cuenta que es una mujer sufriente. No se necesita conocer su historia para tomar dimensión del dolor lacerante que se apoderó de ella hace casi dos años. Basta con mirarla a los ojos y lo dice todo.
Puede pensarse que cualquier madre lo haría pero todos sabemos que no es así. Algunas se sumen en la profunda depresión de la ausencia y se inmovilizan. Otras prefieren llenar con otros hijos la falta de uno. Y otras se resignan a que el destino es así y dejan que la vida transcurra sin más. Eso sí todas con el dolor, siempre con el dolor eterno que no cesa.
Cuando desapareció su hijo Nicolás, Rosa optó por el camino de la reserva y era lógico. Quería preservar la intimidad familiar. Al fin de cuentas a nadie que no tenga voluntad manifiesta le gusta hacer público lo privado. Fueron familiares cercanos quienes apelaron a su búsqueda. Pero a medida que pasaron los días, Rosa se dio cuenta que el camino del martirio no iba a ser corto. Y ella salió públicamente a defender a su hijo “desaparecido”. Las versiones que lo involucraban con el mundo de la droga fueron la gota que colmó el vaso y ella se puso en la línea de fuego.
En la Argentina el género ha dado muestras en el pasado reciente de un coraje que los hombres no pudieron, no supieron o no quisieron igualar. Las madres y abuelas de Plaza de Mayo, las madres del dolor o esa madre tucumana que desbarató solita una red de trata de blanca son algunos ejemplos de ese valor no mensurable.
En Río Cuarto también hay mujeres que sobreponiéndose al dolor o alimentadas por él lograron torcer el camino de la impunidad consagrada. Rosa Arias, con su incasable búsqueda de Ale durante dos décadas o la madre de Lorena Micaela en aquellos días en donde se puso al frente de la búsqueda de la niña que apareció muerta, son dos ejemplos portentosos entre otros.
Rosa con su grito quebrado reprochó al fiscal, reclamó a la policía, golpeo las puertas de la política, se reunió con ministros y no se quedó esperando. Transita los caminos del infierno esperando que Nicolás todavía no haya llegado al cielo.
A Rosa le faltará este domingo un hijo para entregarle el regalo de la niñez eterna. Le sobrará coraje para seguir reclamándo por él.

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