Una foto, un veredicto y las culpas – La Biblia y el Calefón

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El mueble de la cama de Luciano, quien pesaba apenas 15 kilos, tenía una gran bocha de madera con la que el pequeño podría haberse golpeado. Sin embargo, ¿pudo Luciano impactar contra el mueble con tamaña intensidad como para partir, literalmente, su hígado por la mitad? Los forenses aseguraron en su escrito ante el fiscal que esto era prácticamente imposible. Los accidentes domésticos son frecuentes y muchas veces fatales, pero dificilmente se burlen de la lógica y los dictámenes de la física…

Por Pablo Callejón (pjcallejon@yahoo.com.ar) Luciano Thiago Luchini se alzaba sobre una infancia de corridas y rodillas con barro.  En una fotografía junto a su tía Viviana se observa con una mirada profunda y calma. Agudísima, es cierto, pero latiendo en la espera.
A sus cuatro años lo calificaban de hiperkinético, inmerso en espasmos nerviosos, como escapando de alguien ó de si mismo. En la foto se ve diferente. Está en brazos de su tía, sin ánimos de fuga.
El mediodía del 8 de mayo del 2008, Luciano apareció postrado en su habitación, sin aliento, inconsciente, inmóvil. En la vivienda de Olegario Andrade al 900, en barrio Alberdi, solo se hallaba su padrastro Luis Morales, un empleado de estación de servicio, integrante de una familia tradicional de Sampacho, que convivía desde hacía un tiempo con Fabiana Filipetta, la madre del niño.
Cuando la mujer llegó al lugar, varios minutos después, no había ninguna ambulancia en el lugar. Morales dice que intentó practicarle primeros auxilios pero Luciano no reaccionó. Siguieron pasando los minutos hasta que un repartidor que estaba ocasionalmente en el barrio trasladó a la madre y su hijo hasta el Dispensario.
Luciano no reaccionaba y la derivación hacia el Hospital solo sirvió para confirmar su muerte. La autopsia sobre el cadaver del niño reveló que había sufrido una hemorragia interna y un posterior paro cardiorrespiratorio producto de un shock hipovolémico que lo llevó a la muerte casi inmediata.
El doctor Guillermo Mazzuchelli, médico forense, añadió otro dato estremecedor a su informe: Luciano había sido violado en reiteradas ocasiones y los abusos habían sido recientes.

Condena, a medias

El dictamen del Tribunal que condenó a 11 años de prisión a Morales por los ataques sexuales a la criatura y la absolución por el crimen generaron estupor y desconcierto. Los datos genéticos en el semen hallado sobre la sábana donde dormía Luciano coincidían con el del imputado. El abuso estaba probado.
La defensa intentó desvincularse de la acusación torpemente. Afirmó que era posible que hallaran semen sobre el cubrecamas -«se cambiaba cada 15 días»- porque allí mantenían relaciones sexuales Morales y Filipetta.  El fiscal les advirtió, sin embargo, que el rastro genético estaba sobre las sábanas donde dormía el niño.
La muerte de Luciano parecía generar certezas aún más contundentes. El fiscal Walter Guzmán nunca dudó de la participación de Morales, aunque sobreseyó a la madre, quien había ido al mercado cuando su hijo sufrió el golpe fatal.
El informe forense fue clave para las sospechas del fiscal instructor. El accidente era una opción que adquiría el carácter de altamente improbable en su análisis práctico. En el límite de la cama donde dormía Luciano – quien tenía un peso de apenas 15 kilos-, había una gran bocha de madera con la que el pequeño podría haberse golpeado. Sin embargo, ¿pudo Luciano impactar contra el mueble con tamaña intensidad como para partir, literalmente, su hígado por la mitad, como si hubiese actuado el filo de un cuchillo? ¿Por qué no tenía otra lesión en codos, rostro, rodillas? ¿Pudo golpearse solo el hígado y evitar cualquier otro impacto? Los forenses aseguraron en su escrito ante el fiscal que esto era prácticamente imposible. Los accidentes domésticos son frecuentes y muchas veces fatales, pero dificilmente se burlen de la lógica y los dictámenes de la física.
Para el fiscal, la razonabilidad del análisis hacía presumir que el presunto homicida le habría aplicado intencionalmente golpes de puño o puntapiés en el cuerpo causándole una fuerte lesión en el abdomen con ruptura hepática, lo que generó una gran hemorragia.

Los dichos del juez 

El doctor Carlos González Castellanos, uno de los tres jueces que integró el Tribunal en el que se juzgó a Luis Moráles, manifestó ante los medios periodísticos que Luciano «pudo haberse golpeado, pudo haberse caído, era un niño muy inquieto»
Aseguró que no había elementos probatorios irrefutables por el crimen, es decir que «no hay un hilo conductor que de manera inexorable nos diga que Morales lo mató»
El magistrado añadió un aspecto que generó mayor indignación entre los familiares de las víctimas: «hay varios testimonios que dicen que la criatura lo quería -a Morales- como si fuera el padre y le decía papá»
Es decir, los jueces que condenaron al acusado como autor de los abusos sexuales consideraron sin embargo que el niño mantenía una relación de afecto con el agresor a quien «llamaba papá».

Destino, la muerte

La muerte de nuestros chicos es una herida dolorosa que se repite como el peor designio del destino riocuartense. Fue Luciano y antes Lorena Micaela, Ale Flores, Laura Mansilla, los primitos Noriega. Es el niño inquieto que una mañana despertó en la misma casa donde dormía su violador y murió en un supuesto mal paso de una infancia marcada por la tragedia. Para los jueces, pudo ser un accidente, un hecho casual, la voluntad que nadie pudo prevenir. Es la muerte que convive con el asco.
Los fundamentos escritos del Tribunal quizás puedan esclarecer la sombría visión que deja el veredicto y los dichos del juez Castellanos. Sin embargo, duele ver aún a Luciano en esa mirada infinita y sin prisa. En esa foto que insiste en juzgarnos.

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