Una riocuartense en el temblor – Habia gritos, y un rugido bronco, salvaje, proveniente de los gigantescos trozos de hormigón que se iban desprendiendo

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La escritora Susana Biset, está «de paso» en Chile y desde allí escribió un estremecedor relato del sismo que generó más de 800 muertos. «A las 3,33 horas de la madrugada del 27 de febrero de este año, lentamente el departamento donde nos encontrábamos  comenzó a mecerse. Primero fue un suave y silencioso movimiento. El que, con el correr de los minutos, se transformo en un vaivén frenetico, ensordecedor. Pronto los metales de la estructura edilicia crujieron en sonidos roncos, asemejándose a chasquidos secos, tensados y presionados al máximo de su capacidad…»

 

Nota completa:

Soy argentina, y estoy de paso por este hermoso país llamado Chile. A las 3,33 horas de la madrugada del 27 de febrero de este año, lentamente el departamento donde nos encontrábamos  comenzó a mecerse.
Primero fue un suave y silencioso movimiento. El que, con el correr de los minutos, se transformo en un vaivén frenetico, ensordecedor.
Pronto los metales de la estructura edilicia crujieron en sonidos roncos, asemejándose a chasquidos secos, tensados y presionados al máximo de su capacidad.
Estabamos en el piso 19, y el péndulo del edificio tenia su punto mas determinante de oscilación en el piso que se encontraba sobre nosotros.
Los objetos mas inestables se balancearon y terminaron en el suelo, las puertas de vidrio se abrieron y cerraron, reventándose; la heladera se inclino y abrió sus puertas, lanzando su contenido, el que fue a explotar contra las baldosas, o contra los demás objetos que iban cayendo de las repisas. Los cajones se deslizaron, volteando la loza; las botellas se rompieron unas sobre otras, esparciendo sus diferentes aromas por el descalabrado habitáculo.
La cama inicio un movimiento inquietante hacia los cuatro puntos cardinales, recorriendo el cuarto como si tuviera vida propia; y las luces se encendieron todas juntas durante un breve momento, mostrándonos un pandemonio increíble en nuestro derredor.
El microondas, la juguera, licuadora y cafetera enredaron sus cables y cayeron al piso de la cocina; y las lámparas se tumbaron, apagándose.
Afuera, en el balcón, las macetas bailaban de un lado al otro, y mas alla las sirenas lanzaban sus sonidos intermitentes mientras las gaviotas volaban asustadas, chillando con desconcierto. Escuchábamos puertas golpeándose con fuerza, y hasta sentimos cuando la piscina del piso superior lanzaba su contenido hacia el vacio.
Habia gritos, y un rugido bronco, salvaje, proveniente de los gigantescos trozos de hormigón que se iban desprendiendo de las construcciones mas viejas, y si hubiésemos querido hablar, no podríamos haberlo hecho, tan avasallantes eran los ruidos a nuestro alrededor. Los pocos vehículos que andaban en ese instante por la calle, se chocaban entre si, como si el mundo hubiese cambiado sus reglas, y los carriles no existieran.
Un minuto paso… mis plegarias rogaban para que el poderoso fenómeno cesara, pero mis rezos rápidamente se volvieron sollozos de impotencia. A mi lado, mi hombre con voz fuerte me hablaba al oído, intentando explicarme con palabras que en nada sonaban convincentes, que el terremoto pronto cesaría.
Aunque este, en vez de calmarse, iba tomando fuerza con cada nueva sacudida. Todo se estremecía, todo crujía, soportando una presión a todas vistas incontenible.
Finalmente, luego dos minutos durante los cuales estuvimos seguros que si acaso existía el infierno, de seguro debía ser asi, el terremoto termino.
Nos quedamos quietos, aun temblando de terror, aguardando las replicas, las que sin duda, mas tarde o mas temprano, llegarían.  En un momento de calma, por unos minutos y como para hacer algo que aquietara nuestros corazones acelerados, a tientas encendimos la pc. Habia internet! Le escribimos a aquellos seres queridos que debían estar pensando en nosotros, diciéndoles que estábamos bien. Sin embargo, tratabamos de demostrar una calma que distábamos muchos de sentir.
Entonces las replicas llegaron.
Una, tres, diez, cuarenta.
Permanecimos inmóviles, todavía recostados sobre la cama, en la mas absoluta y total oscuridad, y no solo dentro del departamento sino en el resto de Valparaiso. El lecho se encontraba donde las sacudidas la habían dejado; los ojos desorbitados, abiertos, sin pestañear casi, al tiempo que clamábamos en silencio, bregándole a las fuerzas superiores por un poco de piedad.
Sin nada para hacer, prestamos atención a lo que sucedia. En alguna parte varias cañerias se habían reventado, lanzando agua con presión dentro de los placares y el palier; varias ambulancias, bomberos, la policía y algunos desesperados por regresar a su querencia, comenzaron a recorrer las oscuras calles. Las aves se calmaron, y los artículos caidos sorpresivamente, parecieron acomodarse en sus improvisados lugares.
Y al cabo de tantos espantos sin aparente termino ni calma, comenzó a amanecer.
Tímidamente me levante, asomandome por el balcón a mirar el paisaje, esperando encontrarlo transformado, diferente.  Asombrada comprobé que el cuadro era el mismo precioso, cautivante que tenia Valparaiso, solo que sus calles se hallaban inusualmente desiertas.
En silencio también armamos nuestros bolsos y regresamos a Santiago de chile. Una vez aquí comprobamos que, a pesar del increíble poderío del fenómeno que nos acababa de atropellar / un terremoto de 8,8 puntos/ todo estaba en pie.
Ahora, dos días después, aun sentimos las replicas.
Ya no hacemos comentarios al respecto, y confiados continuamos con nuestros quehaceres. Hemos comprobado que la ingeniería chilena es una maravilla de eficiencia. Aquí supieron adelantarse a los sucesos, previniéndolos y  preparando las construcciones para afrontar fenómenos tan poderosos como este, el imborrable terremoto de Concepcion.

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