Tensión institucional y desendeudamiento

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El país atraviesa una seria tensión institucional. La Presidente de la nación, arremete con todo contra todos. Afirma que desobedecerá al poder judicial. La oposición inflexible no pone un puente de plata. Cualquier manual de estrategia dice que el adversario acorralado se desespera y recurre a todo para defenderse. Posiblemente tanta fortaleza aparente de la Presidente refleje en realidad una gran debilidad.

Es que esta historia, deviene no de que la oposición ponga palos en la rueda, sino porque la sociedad civil al votar a mediados del 2009-en el medio del triste invento de los candidatos testimoniales- fue contundente y cambió el panorama legislativo del país. Algo, de lo que la Presidente y su esposo no quisieron nunca anoticiarse. Mudó el eje del poder. Lo que siguió es conocido. El uso de la mayoría que le quedaba por unos meses para sacar cuanto proyecto de ley quiso. Esa historia llegó a su fin. Ahora sin poder legislativo en sus manos, sin un órgano que convalide mansamente todo cuanto el ejecutivo quiere, se acabó el tiempo de la política personalizada e ilimitada del gobierno.

Lo que la oposición sin embargo no hace, es entender que resulta urgente pagar la deuda y arreglar con los bonistas con la quita esperada del 65 %. Esta política de desendeudamiento y arreglo con los acreedores no puede seguir esperando. Es más, el solo hecho de que el país esté empantanado en este dilema que se ha creado, sobre el uso o no de las reservas mediante el uso de decretos, está ocultando el hecho de que el desequilibrio que existe en las finanzas no es mayoritariamente debido a los pagos externos. Se debe a los gastos incontrolados de este Gobierno como el de aerolíneas argentinas que pierde un millón de dólares por día. Hay que destrabar entonces la situación, para seguir avanzando en los problemas graves que el país tiene. La solución no pasa naturalmente por esperar cordura del Gobierno. Sus permanentes desbordes de retórica rebelde hacen pensar sobre la urgente necesidad de calma y equilibrio en quienes lo gobiernan. La responsabilidad entonces es de la oposición. Debe urgentemente hacer una ley para permitir el pago de la deuda con las reservas y proceder a terminar con el canje de los bonistas. Es mérito de este gobierno la quita que logró antes y la que está a punto de lograr ahora si todo sigue como debiera ser. Esto no significa para nada, ignorar lo que viene pasando en el país que es en realidad una tensión entre la tradición demócrata y la tradición liberal en el país.

La tradición de los demócratas doctrinarios dice que la regla de la mayoría es la que decide. Eso fue lo que siempre dijo el Frente para la victoria y la Presidenta para imponer sus proyectos y acusar a todo el mundo que los discutía de destituyentes. Le increpó cuantas veces a los representantes de las organizaciones intermedias del campo que ganaran votos en la política y después cuando fueran mayoría entonces hicieran sus propias propuestas. La tradición demócrata, asimila así, la regla de la mayoría con las buenas leyes. La mayoría en esa visión, se convierte en una súbita maquinaria iluminada de conocimiento perfecto y de propuestas óptimas. La tradición liberal en cambio, sostiene que la regla de la mayoría para tomar decisiones, esto es la democracia, no es un fin en sí mismo. Sostiene que es el mejor sistema para decidir cuando hay opiniones encontradas. Que es el sistema que mejor resguarda la libertad. Que mejor enseña a los ciudadanos con tanto debate y publicidad de lo que ocurre en política.  La tradición liberal sostiene que la democracia es en realidad, el mejor semillero de futuros dirigentes por la participación amplia que requiere su método de decidir sobre la base del debate. La tradición liberal sin embargo, no termina ahí. No identifica las decisiones mayoritarias necesariamente con las mejores decisiones.

La tradición liberal busca convencer a las mayorías sobre la adhesión a ciertos principios para decidir. Que las decisiones sean guiadas por principios previamente aceptados y acordados para que las mismas sean buenas decisiones. Claramente la tradición liberal somete la regla de la mayoría a la división reglada de poderes. Es la mayoría en el Congreso la que debe decidir sobre cuestiones que le son propias como la política fiscal, la colocación de impuestos y la aprobación del gasto mediante el presupuesto. Es esta tradición liberal y la adhesión a principios irrenunciables como la división de poderes la que atropella la Presidente de la Nación. Es la imposición de la regla de la mayoría, la que ella utilizó en el pasado con independencia de que sus decisiones lesionaran principios aceptados como en la utilización indebida de los decretos de necesidad y urgencia. Todo esto está clarísimo. La Presidente no distingue la diferencia entre la tradición demócrata y la tradición liberal. Confunde así el respeto de los principios con una actitud destituyente.

Dicho esto, hay que encaminar el país. Hay que sacar las leyes que permitan resolver el problema del pago de la deuda, del canje con la quita, del regreso a los mercados de capitales, de las normas que deben regular la coparticipación. Todo eso hoy está en manos de la oposición. No sirve seguir denunciando a la Presidenta por sus exabruptos. Está débil y acorralada. Es hora de que la oposición haga lo que debe, consolidar el gobierno de las leyes, afirmar una política reglada de gobierno, minimizar el uso discrecional y personal del poder y pensar que el Gobierno está al servicio de una estrategia del país antes que para ritualizar la afirmación de los principios que son irrenunciables. Que en el nombre de los principios, no se ayude a empujar otra vez al país en el precipicio de los desaciertos. Es urgente desendeudar al país. La oposición debe ya promover las leyes necesarias para que eso ocurra y avanzar por el terreno de la política grande.

Roberto Tafani   

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