El arte del cinismo – La Biblia y el Calefón

0
Compartir

Cuando la ex Aceitera fue lanzada a remate, Passarini vio una oportunidad que otros apenas comenzaban a interpretar. Con un pago de un millón de pesos -en tiempos de convertibilidad, un millón de dólares- se quedó con varias manzanas recubiertas de una estructura obsoleta en el corazón del sur de la ciudad. Fue el único oferente. Muchos creyeron que se estaba ante una operación de riesgo de un inversor. Passarini ya había imagindo su negocio…

Un cínico es el hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada.
Oscar Wilde

Por Pablo Callejón (pjcallejon@yahoo.com.ar) – Leonardo Passarini  es un abogado al que no le gusta quedar entrampado en el dictamen de las leyes. Si alguna vez ejerció fue apenas un espasmo en su vida. Se siente un hombre de negocios que se mofa de lo que sería una pesada carga para cualquier vecino común: ser el centro de un contexto de repudio social.
Fue el rey de la noche riocuartense en tiempos en que Marrackesh se convirtió en el templo bailable que visitaron varias generaciones. Allí también se instaló la perversa metodología del derecho de admisión. Passarini dijo que la sociedad riocuartense lo obligó a seleccionar entre «admisibles e inadmisibles». El aceptó el convite. Es un hombre de negocios.
Su carácter irreverente lo hizo público ó lo defenestró al ocultamiento social sin medias tintas. Passarini optó por el reclutamiento moral que ofrece el dinero. Disfruta de su vida en la Villa Golf y el confort que le ofrece un BMW gris capaz de superar los 200 kilómetros por hora.
Cuando la ex Aceitera fue lanzada a remate, Passarini vio una oportunidad que otros apenas comenzaban a interpretar. Con un pago de un millón de pesos -en tiempos de convertibilidad, un millón de dólares- se quedó con varias manzanas recubiertas de una estructura obsoleta en el corazón del sur de la ciudad. Fue el único oferente. Muchos creyeron que se estaba ante una operación de riesgo de un inversor. Passarini ya había imagindo su negocio.
El lento trámite judicial para destrabar el estado de quiebra provocó un deterioro de la ex aceitera y la aparición, inevitable, del riesgo de contaminación ambiental. La fábrica escondía en su interior recovecos que escupían desechos nauseabundos y pasillos con mugre de años. Cuanto tomó intervención sobre el lugar, «El Pucho», prometió construir en el sector un «shopping del sector agropecuario». Quería reunir a empresas del sector y generar un mega proyecto comercial que nunca dejó de ser una mera excusa. Jamás avanzó en la propuesta y la Municipalidad optó por iniciar una lucha tardía y desigual que Passarini utilizó en beneficio propio.
El Estado que dejó pasar la oportunidad de interceder en el litigio judicial para tomar posesión de la ex Aceitera determinó decretar el lugar como sujeto a expropiación. La decisión se tomó meses después del remate y se pidió la tasación del inmueble. El dato fue revelador: lo que no se quiso comprar por 1 millón de pesos valía entonces 30 millones. Passarini, un virtuoso de la especulación, simplemente se sentó a esperar. «Mis abogados me dijeron que no podía poner ni un clavo mientras el lugar estuviera sujeto a expropiación», señaló. Con la degradación ambiental del sector, Passarini encontró el argumento extorsivo para fomentar el negocio que más encajaba en sus expectativas. Esperó que el Estado le otorgará una ganancia obscena multiplicada en millones ofreciendo un descuento «del 20 por ciento».
La decisión del intendente Juan Jure de avanzar en la demolición de 6 manzanas tras el amparo judicial de la doctora Graciela Filiberti no conmueve a Passarini, quien ironizó por «la celeridad» en el accionar de la jueza y calificó de «mediáticos» a los funcionarios municipales.
La Municipalidad deberá invertir una cuantiosa cantidad de dinero en la limpieza del sector y Passarini solo está dispuesto a pagar si existe una condena judicial. Es decir, por ahora, todos los riocuartenses deberán pagar mientras el hombre de negocios especula con su suerte.
El pasado 31 de agosto, el millonario «Pucho» jugó una partida que intentó disimular su potestad sobre la ex oleaginosa. Vendió el predio a la firma «Campos y Haciendas S.A.» de la que curiosamente es principal accionista. Según un edicto del gobierno de San Luis, donde está radicada la empresa, la compañía tiene sede social en Zabala Ortiz 220. ¿Adivine quien es el presidente del directorio? Leonardo César Passarini. El hombre de negocios es también un gran simulador.
Passarini no siente culpas por el drama de los vecinos rodeados por esa vieja postal de un progreso industrial que nunca llegó y hoy cuentan las ratas que arraigan en sus galpones.
Tampoco muestra remordimientos por las muertes que se reprodujeron sobre las tarimas de acero que nunca custodió. Solo repite lamentos por los robos «hormiga» de quienes se apoderaron de los hierros encubiertos por las cáscaras de acero. 
Passarini es un cínico que practica con arte el personaje del que no se arrepiente. Pasado los 50 y con porte de jugador de rugby, no duda en ostentar sobre sus 5 mil hectáreas de campo antes de ratificar que le sobra solvencia para enfrentar una condena judicial. La social nunca le importó. Siente que vio el negocio y entró. A costa de todos, sin costos que valgan.

Commentarios

commentarios

Compartir