Hombres salud y cuidado, un tema que recién empieza

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¿Y por casa como andamos?

Ante todo quisiera decir que este no es un texto acabado, es apenas un intento de reflexión en torno a un tema del que poco se acostumbra a hablar: La relación existente entre perspectiva de género y el binomio enfermedad—salud masculina, así como su impacto en la salud de las mujeres.

Hugo Huberman – Educador. Facilitador de Género, paternidades y familias.
hombrespadresfamilias.blogspot.com
Buenos Aires – 011 1535739909

Considero atinada la decisión de tomar la perspectiva de género –hasta ahora utilizada casi exclusivamente para analizar la condición femenina- para ubicar procesos, explicar problemas y proponer formas de desarrollar relaciones distintas a partir de la sensibilización y la reflexión desde el espectro masculino.

Con mucha frecuencia se dice o se escucha decir por ahí que las mujeres representan la mitad de la población de este planeta y que además son madres de la otra mitad (la mitad del cielo y madres de la otra mitad).

A todas y todos nos consta que han sido precisamente las mujeres quienes hace más de treinta años, tomaron la iniciativa para reflexionar y actuar en torno a la necesidad de llevar a cabo sendas transformaciones en la manera en que mujeres y hombres cohabitábamos en este planeta. De ahí el surgimiento de diversos análisis, estudios, debates encaminados a hacer evidente la desigualdad de trato y de oportunidades en que mujeres y hombres continuamos estableciendo nuestras relaciones tanto en los ámbitos familiar, educativo, laboral, profesional, económico y político.

Hasta hace poco tiempo el trabajo de género había sido principalmente hecho por y para mujeres, analizando la posición y condición femenina, lo cual es un acierto pues permite encontrar solución a varios de los problemas que durante años han obstaculizado el mejoramiento de la situación de las mujeres.

No obstante, el que la mayor parte de los trabajos de género sean abordados casi exclusivamente desde el punto de vista femenino, podría resultar un tanto cuanto parcial, en el sentido de que para resolver los problemas que más de la mitad de la población del mundo enfrenta al relacionarse con la otra mitad, es necesario involucrar a esta otra mitad, es decir a los hombres, para que reflexionen en torno a cuál es su papel en esta historia.

Por eso es importante destacar la utilidad de que en los últimos años hayan surgido algunas aportaciones significativas en la búsqueda de mecanismos que rompan con la antiquísima relación de subordinación del género femenino ante el género masculino, elaborando fuertes críticas hacia el tradicional concepto de masculinidad.

En estos recientes estudios, también al hombre comienza a mirársele con una perspectiva de género, para tratar de explicar a partir de ahí las causas del comportamiento masculino hacia otros hombres y hacia las mujeres. (Kimmel, 1992).

Hablar de género es ubicar toda esa amplia gama de atributos y funciones, que van más allá de lo biológico/reproductivo, mediante los cuales hemos sido constituidos las y los representantes de los sexos para justificar diferencias y relaciones de opresión entre los mismos. El género se interioriza a través de todo un trabajo de socialización entendida como un complejo y detallado proceso cultural de incorporación de formas de representarse, valorar y actuar en mundo.

Según enunciábamos antes el género es un constructo social, por lo tanto, es algo histórico, limitado y relativo, sin embargo como es introyectado en la psiqué de las personas desde la más tierna infancia, tiene un carácter prescriptivo casi tan fuerte como si obedeciera a causas biológicas o inherentes a la naturaleza masculina o femenina. En este sentido el género afecta a todas las personas, hombres y mujeres, actuando como una especie de corsé de fuerza del que resulta difícil (no imposible) salir porque es un elemento fundamental en la configuración de la identidad masculina o femenina. El hombre fuerte autónomo, exitoso, que no duda , sigue siendo un modelo de lato impacto.

El hombre que se “siente” se hace ineficaz e incompetente porque se compromete emocionalmente y esto retarda su ritmo y le distrae de forma inevitable. Su competidor más deshumanizado le adelantará entonces sin lugar a dudas.

Este concepto de masculinidad tiene repercusiones muy negativas para la salud física y mental de los varones, debido a la íntima asociación entre varón = cultura, varón = ámbito público y varón = producción , debido a que el varón estructura su identidad masculina de acuerdo con los ideales que el sistema patriarcal le adjudica de autonomía, capacidad de iniciativa, control de los sentimientos…etc, de acuerdo con los dictados bíblicos de “ganarás el pan con el sudor de tu frente” -o en la reformulación actual como uno de los dos que ha de ganar el pan-, de acuerdo con las leyes civiles que dictan que el varón ha de ser el pater familiae y de acuerdo con las costumbres y tradiciones -cuyo fuerza muchas veces es más pesada que la de la ley según las que un hombre ha de ser capaz de sostener económicamente y de alimentar a su mujer e hijos/as, ocurre que su salud muchas veces se puede ver fuertemente amenazada por tratar de asumir esos estereotipos. Así la salud mental del varón y su autoestima se puede ver seriamente dañada en el caso de que éste no pueda desempeñar un trabajo remunerado en el ámbito público, o simplemente si su sueldo o su prestigio social es inferior al de su compañera o esposa.

El número de depresiones o de alcoholismo “provocado” por la pérdida de un trabajo remunerado en el ámbito público es muy superior en el caso de los varones.

La alteración sufrida en la personalidad masculina puede ser tal que además de trastornar su equilibrio psicológico y mental, puede repercutir negativamente en su estado somático. En este sentido hay que reseñar el importante incremento en los últimos tiempos de los problemas de impotencia o de deseo sexual, porque algunos varones se sienten inseguros por ocupar económica o socialmente un lugar secundario o porque las mujeres asumen la iniciativa o autonomía que por cuestiones de género les correspondía a ellos. No es de extrañar que esto ocurra así:

También repercute negativamente en su salud el hecho de que tradicionalmente sean ellos los que desempeñan profesiones y trabajos de mayor riesgo, así como que asuman comportamientos peligrosos o un estilo de vida imprudente, ya que como han de ser duros, han de demostrar su hombría y rudeza ejercitándose en deportes de alto riesgo, conduciendo medios de locomoción muy potentes y a alta velocidad, o simplemente llevando un régimen alimenticio poco saludable. Además son los que más abusan de las drogas legales e ilegales y los que menos acuden al médico, psicólogo o psiquiatra a pedir ayuda para sus problemas físicos o mentales.

Todos estos comportamientos obedecen a la socialización que reciben los niños, a los que se les enseña desde pequeños que quejarse de dolores corporales es de “nenas”, y que además les anima a negar y resistir la realidad de la enfermedad y las heridas por tanto tiempo como les sea posible.

Una de las definiciones culturales de un “chico de verdad” o de un héroe es la de que siga adelante, ya sea en un partido de fútbol, una pelea o en sus actividades habituales, a pesar de sus heridas o síntomas.

Esta es la condición sutil e inconsciente del hombre en nuestra cultura. Desde muy temprana edad aprende que estar enfermo es impropio de un hombre, que quejarse es impropio de un hombre, que pedir ayuda es impropio de un hombre.

Ser hombre es un itinerario propio modelado socialmente, que implica, algunos riesgos precisos, conocerlos es parte de un recorrido vital, desconocerlos es parte de ese riesgo, y ¿por casa como andamos?

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