La muerte del prócer

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Alfonsín fue sin dudas  alguien elevado, eminente, una persona de primera distinción y constituída en alta dignidad. En dos palabras: un prócer.  Sin duda, una de las personalidades del siglo 20.  Marcó el fin de la etapa del militarismo directo e indirecto y de las democracias condicionadas. El resurgimiento de la civilidad a través de la justicia y el encarcelamiento de los represores. Representó la austeridad, la sencillez y la política como vocación. Fue el hombre lleno de valores republicanos ferreos e inalterables. Todo lo contrario de lo que sobrevendría luego con la farandulización de la política vacía de valores, el enriquecimiento a través de la política y la borocotización de las convicciones.

Fue el hombre que tenía y hacía creer en su palabra. Que inspiró a la población civil a defender la democracia contra la barbarie de la imposición dictatorial hasta el punto de acostarse en las calles para impedir el desplazamiento de los tanques en los alzamientos sediciosos que debió enfrentar. Fue el hombre que en el ejercicio del poder enfrentó una de las peores crisis económicas internacionales de la posguerra. Que tuvo que enfrentar el endeudamiento enloquecido de la dictadura. Que heredó las heridas de la guerra. Que se desvelaba por impedir que el conflicto social pudiera desunir a su nación. Que enfrentó la furia de los paros sindicales y que no dejaba de estudiar y aprender de las experiencias exitosas que la historia le brindaba para enseñar a su población lo que debía ser el camino de la reconstrucción democrática. Se fue un gigante de la política.  Sin embargo sus valores están hoy más vigentes que  nunca y su espíritu y legado cobrará con los meses y años una estatura sencillamente monumental…
Dr Roberto Tafani

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