Educando con la historia

0
Compartir

La historia, la cotidianidad de esa historia, nos lleva a veces a plantearnos interrogantes acerca de cómo reciben o como impactan emocionalmente en nuestros jóvenes, tanto sean escolarizados o no, las situaciones de conflictividad que se instalan y se ubicarán  en nuestro país. Como ejemplo paradigmático y postulador tenemos el  problema entre el campo y el gobierno.

Esta situación puso bien en claro dos posiciones aparentemente contradictorias, ambas impregnadas de sensibilidad sectorial, sintiendo que por un lado prevalecía la claridad y la perseverancia, y por el otro, una supuesta soberbia y tozudez. Entiendo que ambas posiciones estuvieron empeñadas en demostrar modelos antagónicos tales como: interés-desinterés, diálogo-mutismo, participación-autismo, interacción-soledad, predisposición-retracción,  etc. También opino que ambos sectores manipulaban los hechos, uno como estrategia de institucionalizar los poderes del Estado, y otra para prolongar el conflicto, quizás para endilgarle problemas latentes (como la inflación, por ejemplo). Y esto provocó en muchos de nosotros sensaciones de bronca y rechazo reactivas a las contradicciones entre el discurso y la acción; pero éste sentimiento colectivo oscurece el juicio y el razonamiento. Tenemos que tener en cuenta que los jóvenes, los educadores y toda la sociedad, nos beneficiamos al recapacitar que, desde el punto de vista de la labor educativa el conflicto no concluyó. Es que debemos utilizar el mecanismo del razonamiento y la memoria para pensar en principio en “no olvidar” mas que, como hacemos habitualmente, en “recordar”. ¿Por qué digo esto? Se me ocurre que el no olvidar nos permite trabajar la situación temporalmente en forma vivencial, es decir en paralelo con la dinámica del proceso y sus protagonistas. El recordar en cambio, significa privilegiar el evocar como método de análisis  retroactivo en el tiempo. Sin embargo, tratamos de olvidar casi siempre quizás por mandatos sociales los diferentes hechos que nos afectan.
Lo que estoy requiriendo es invitar a utilizar en el aquí y ahora, todos los escenarios contradictorios y complicados para comprender las conductas sociales de los seres humanos y su repercusión en la conciencia. Sino fueran así pasarían desapercibidos.
Como educadora instalo el acento en el impacto emocional y su secuela sobre los jóvenes. ¿Con que se identifican éstos jóvenes en el conflicto al cual casi todos acompañamos como espectadores-testigos? ¿Qué podríamos vislumbrar desde sus argumentaciones?
Creo que la comprensión de los acontecimientos nos permitiría ampliar nuestro abanico de posibilidades para percibir e intentar priorizar los valores de la convivencia como son: el respeto, la tolerancia, la empatía y, sobre todo, aprender del disenso reflexionándolo para enriquecerse como ser social. Para eso no debemos tener una visión parcializada del entorno, sino pretender desplegar el panorama para que, racionalmente y con hechos concretos, lograr una visión integral y una agudeza precisa de la realidad que estamos trabajando.
¿En que ayuda a la escuela todos estos análisis?
Ayuda y mucho. Los datos de nuestra educación nos dicen todo. Según las últimas estadísticas en Latinoamérica y el Caribe (CEPAL) sobre calidad educativa de nuestro país, el mismo ha decaído tanto que estamos en por debajo de Cuba, México, Costa Rica, Chile y Uruguay, países que siempre estuvieron por debajo nuestro, excepto Cuba.
¿A qué viene esta acotación? Las pruebas de evaluación han demostrado el bajo nivel de educación, estableciéndose como la variable más importante el “clima aúlico”: y esto es un aprender a “vivir-con”, y esta palabra significa el instituir en el aula un ambiente donde prevalezca la reflexión, el debate, el respeto, la autoridad y el disenso entre otros objetivos.
Por lo tanto, tenemos que aprovechar todas las circunstancias sociales actuales para llevarlas a analizar y debatir en el aula. Tomarlas como una verdadera práctica pedagógica democrática en la que solo debe interesar el bien común, la interacción con el otro y la integración de las opiniones.
Toda ésta filosofía de la educación estoy convencida va a ayudar a mejorar, no sólo el clima aúlico, sino también la convivencia entre los jóvenes y por ende la sociedad, elevando de ésta manera la posibilidad de nuevos y mejores aprendizajes
Para finalizar y afianzando mis argumentos, me remito al escritor José Saramago, para compartir con ustedes una analogía:
“Pretendemos comprender la vida a través de sus coherencias e identidades, cuando ciertamente estas se explican por sí solas y no nos aportan nada. Deberíamos buscar la comprensión por el camino de sus contradicciones. Por que así, éstas sí nos aportan información de la vida y de la realidad.

LIC ELENA FARAH

 

 

 

 

 

 

 

 

Commentarios

commentarios

Compartir