Caso Ale Flores – Recuperar los sentidos

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El testimonio público de Norma Nieto reveló lo que los investigadores ya sabían y decidieron obviar. No solo la enfermera confirmó la hipótesis de un móvil policial que atropelló a Ale. También lo hizo Jorge Múo, aunque de manera indirecta. El informe forense sobre el hallazgo de los huesos apunta a la misma presunción y el accionar policial en los tiempos de la desaparición podría haber derivado en un burdo encubrimiento sobre lo que pasó. Sin embargo, los que hablaron terminaron solos y víctimas del castigo patológico de una vida sesgada por la muerte impune. Tanto fue el tiempo que transcurrió que podría haber alcanzado para una prescripción definitiva de la causa y la consolidación más obscena de impunidad.

 

Por Pablo Callejón (pjcallejon@yahoo.com.ar) – Norma Nieto enciende el enésimo cigarrillo y apenas le queda aire para expulsar un humo denso que ahoga la pequeña pieza de pensión. Desde hace 2 años no cumple horarios de trabajo y lentamente recupera la naturalidad de los gestos que fueron  devorados por tranquilizantes y un trastorno bipolar que le carcomió sus días de calma. Antes de iniciar un crudo relato sobre la muerte del niño que agonizó sobre su regazo aspira la última bocanada y luego desfigura el cigarrillo sobre la tapa chamuscada de una mermelada. No necesita especular sobre como empezar a narrar la historia. Demasiadas noches en vela le enseñaron como hacerlo.
La enfermera asegura que estuvo en la esquina de calle Carlos Rodríguez frente al vehículo policial Renault 12, caracterizado como Halcón 5, que la tarde del 16 de marzo de 1991 impactó violentamente sobre el torso desnudo de una criatura de 5 años que se desplomó con la misma oscilación de una bolsa en el aire.
Norma dice que uno de los policías que se conducía en el móvil del Comando Radioeléctrico le pidió que subiera y así lo hizo. En el asiento trasero, Ale parecía dormido -según relató- y su cuerpo no revelaba las heridas que le estaban provocando la muerte.
Durante varias cuadras de tránsito incierto, la cabeza de la criatura reposó en la falda de la mujer que no dijo palabra. Tampoco lo hicieron los policías nerviosos que esperaban una respuesta de alivio al plan que comenzaba a gestarse. No hubo reanimación ni viaje urgente al Hospital. Norma asegura que frente a una vivienda de calle Dean Funes la obligaron a bajarse y, amenaza mediante, le impusieron un silencio que tardó 4 años en quebrarse. Ella calló y la impunidad gozó de buena salud.
Fue desde la propia policía donde se advirtieron las primeras grietas al impasible mutismo de los presuntos implicados. Un efectivo escuchó una historia que le pareció creíble y su jefe la investigó hasta hacerla verosímil. La hipótesis se hizo pública y el entonces fiscal Luis Cerioni citó a Jorge Múo, el agente que narró lo que le contaron y supo escuchar, pero el inflexible mandato judicial lo tildó de mendaz y hubo una extraña rectificación del relato. Múo fue echado de la Policía, su vida se convirtió en un calvario y sus verdades comienzan a ser corroboradas por los hechos mucho después de que la Justicia tropezara con las carencias propias y ajenas.
Norma Nieto no la pasó mejor. En 1995 habló con Cerioni a pedido del padre de Ale. «El sabía que yo sabía», recuerda la mujer que se escondió durante años de la súplica de Víctor Flores. La mujer olvidó algunos datos, tuvo contradicciones y algunas flaquezas en su descripción. Sin embargo, asumía haber sido parte del hecho investigado aún a riesgo de pagar el costo que los verdaderos implicados ya habían negociado. El fiscal tampoco le creyó y subestimó sus dichos. A Norma y a sus hijos los amenazaron de muerte. Le prometieron al padre que encontraría el cadáver de su hija en una zanja y poco después un incendio que pudo ser intencional consumió su hogar y los últimos vestigios de una vida de clase media. Sus problemas psiquiátricos se agudizaron y ya no encontró sentido volver a contar su verdad.

Sin réditos

Dos personas sin relación próxima describieron lo que sabían un hecho que les produjo un riesgo inesperado aún cuando algunos ya se habían encargado de garantizar una muerte sin culpables.
El dictamen de la conciencia tardía expuso a Nieto a develar lo que ya no podía ocultar sin sobresaltos físicos y psiquíatricos. Ni el miedo, ni un suicidio frustrado resultaron suficientes. La fragilidades de su relato pudieron más que las convicciones de los hechos y debió ser el tiempo el que corrigiera la ineficacia de los investigadores. Los que hablaron perdieron la vida que gestaban y fue el tiempo el que recuperó el valor de lo que sabían y decidieron contar.
Si todo lo que denunciaron no es cierto, la mayor parte parece ratificarse con las pruebas que a la Justicia le estallaron en su cara. Los huesos de un niño menor de 6 años a la salida de una alcantarilla ubicada a 400 metros de donde desapareció Ale fueron la primera señal. Los forenses se encargaron del resto. El cadáver tiene una antigüedad de entre 14 y 20 años y la muerte se produjo por un fuerte traumatismo toráxico, probable consecuencia de un choque automovilístico.
Tanto fue el tiempo que transcurrió que podría haber alcanzado para una prescripción definitiva de la causa y la consolidación más obscena de impunidad.
Los resabios de una policía todopoderosa, las flaquezas institucionales, la condición social de los padres de Ale y el descrédito a testimonios que pudieron ser concluyentes en la indagación de la verdad, confluyeron en un cerco de ocultación que podría ser sorteado 17 años después.  
La Justicia fue siempre detrás de las acciones que impulsaba el padre de Ale. Víctor Flores consultó documentos, buscó testigos, habló con los supuestos autores, indicó allanamientos, propuso pruebas y hasta fijó lugares de excavación. Su visión no fue científica, pero le sobró sentido común.
En pocas horas sabremos si los huesos hallados el pasado 2 de julio pertenecen a Ale. Las sospechas sobre la Policía persisten desde el mismo momento de la desaparición. Los presuntos implicados comenzaron a perder el sosiego que gestaron con carreras brillantes y temen al banquillo que podría esperarlos para medir sus culpas.

Ciega, sorda y muda

Norma Nieto no soporta una breve abstinencia obligada por la entrevista que decidió afrontar y el humo del cigarrillo vuelve a colmar la habitación que se observa despojada de tensiones.
La enfermera volvió a contar su historia, la que la compromete y desgarra la memoria de los padres de la criatura.
La justicia sorda y ciega pareció muda hasta que los huesos brotaron más allá de las narices de funcionarios sin un Watson inspirador. Resulta elemental recuperar sus sentidos.

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