Con el juego no se juega

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La sociedad en su conjunto no reconoce a la Ludopatía como una enfermedad. A pesar de su sostenido crecimiento, (a nivel mundial en general, y en nuestro País en particular), ninguno de sus actores en nuestra comunidad enfrenta la problemática del modo adecuado.
Por parte del jugador, la idiosincrasia, el pudor y la falta de información hacen que éste no asuma su condición de enfermo. Además, la Ludopatía, ya reconocida como enfermedad por la OSM (Organización Mundial de la Salud) en el año 1992, no está ligada al consumo de sustancias (como el alcoholismo, la drogadicción, etc), lo cual hace pensar equívocamente en un asunto de menor gravedad.

Por el lado del Estado, en cualquiera de sus formas, solo hay tibios indicios de participación con el objeto de controlar algunas de las consecuencias del juego sobre las personas. Y más pobres aun, son las iniciativas que tiendan a la asistencia del ciudadano enfermo.
Tampoco hay participación activa y contundente por parte de los profesionales de la salud. Y nula es la participación de quienes explotan el negocio, sean estos del ámbito público o privado.
El juego como tal existe desde el año 2000 AC y precede en el tiempo al dinero. Muy presente en distintas civilizaciones (egipcias, griegas, romanas), casi siempre ligado a niveles altos de la sociedad. Hubo también una época en la que el juego clandestino era para los marginados, y el “legal” para las clases altas. Sin embargo, fue a mediados del siglo XX cunado el juego tuvo una inusitada penetración a nivel mundial, sin distinción de extractos sociales.
Pensar en la erradicación del juego es por lo menos una utopía. No podemos pretender soluciones imaginando esa posibilidad. Sin embargo, los ciudadanos “tenemos el derecho al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental” (avalado por nuestra Constitución y por declaraciones internacionales al respecto). En lugar de discutir sobre si la culpa la tuvo otro, debemos tomar cartas en el asunto buscando el modo de remediar los efectos del juego en nuestra ciudadanía. En lugar de preguntarnos si el juego debe estar en manos privadas o públicas, debemos lograr que ambos ámbitos participen activamente en la prevención y recuperación del enfermo.
Hacer declaraciones públicas desde el oficialismo sobre la preocupación en el tema, cuando estamos en plena campaña electoral, esgrimiendo proyectos estériles y “estudios” poco serios al respecto, solo hace presagiar que las soluciones no están ni siquiera por ser escritas. Claro que uno quisiera ser optimista.
La Ludopatía ya existe en nuestra ciudad. Sus efectos negativos se pueden palpar a diario. Quien pretenda anunciar que esta enfermedad está por venir, simplemente no sabe de lo que habla (o le informaron mal).
Consecuencia de un negocio largamente millonario y próspero, que ha contado con la complicidad de factores sociales y ambientales, pero también con la de oportunistas mercachifles disfrazados de políticos que desde el poder no tuvieron la delicadeza de por lo menos reglamentar de manera seria el manejo de este brillante negocio. Se han violado leyes, se ha entregado buena parte del negocio al sector privado sin reparar en la creación de entes reguladores y de control. Ni siquiera sabemos cuáles son las obras que vuelven a la comunidad como producto de esas ganancias (y poco le importa al jugador si está haciendo una buena obra con su apuesta).
Lamentablemente en nuestro País vivimos exaltados por las urgencias, lo cotidiano o lo que venden los medios. En el nombre de: “hay cosas más importantes”, terminamos dejando de lado absolutamente todo. Por lo que pido disculpas al lector, y exijo a gritos que funcionarios y ediles dejen de lado sus mezquinas preocupaciones personales y partidarias, y se pongan a trabajar seriamente en el asunto.
Mientras tanto, trataré de informar y alertar, por este y otros medios a mi alcance. Invito al Cecis, Defensoría del Pueblo, Defensa al Consumidor, y profesionales de la salud, a participar activamente en la problemática. No podemos permitir que el juego y sus consecuencias sigan siendo tan solo un enunciado.
Aldo A. Pedano

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