El suicidio como una condena del momento histórico

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Cada tanto hieren la superficie de nuestra sociedad noticias que como“burbujas” emergen de su fondo oscuro e inexplorable, provocando una conmoción en toda la comunidad, como fue el suicidio de dos adolescentes recientemente acaecido en nuestra ciudad. No podemos quedarnos tranquilos, como si el hecho fuera ajeno a nosotros, e inexpresivamente salgamos aliviados al comprobar que no los conocemos o no estamos ligados familiarmente.

Creo que si esto fuera así, lo catalogaría como avisos dolorosos que representan los tiempos que corren: insensibilidad colectiva; un mecanismo de defensa que se usa para desplazar una sobredosis de realidad que impacta y perturba las emociones. Creo que esta actitud hace más difícil aproximar la visión a la verdadera realidad, y sobre todo intentar comprenderla. Sino no la asumimos, y nos orientamos a reflexionar hoy sobre el suicidio adolescente como un “mensaje compacto” del sufrimiento humano en el mundo, es que no sabemos ¿que estamos haciendo de nuestras vidas y las de nuestros jóvenes?. Si la asumimos, quizás logremos comprender el porqué los jòvenes están como están o porqué hacen lo que hacen.
No es sorpresivo que la creciente tendencia de los jóvenes hacia el suicidio, especialmente entre los 14 y los 25 años sea una característica de los países desarrollados. Cuesta mucho encontrar gente feliz en algún lado. Es muy grande en la actualidad la angustia y la ansiedad concomitante con la volativilidad de los contextos, nada dura nada. También en nuestro medio la problemática del suicidio adolescente constituye una cuestión social de enorme trascendencia, ya que Argentina  presenta la más alta tasa de suicidios en América Latina. Las cifras estadísticas señalan que 13 de cada cien mil habitantes se suicidan, registrándose 12 casos por día, de los cuales 2 son adolescentes. En este sentido debemos recordar que existe en los países de origen latino la tendencia a sub-diagnosticar la frecuencia de los suicidios, reportándolos como accidentes; notando además que los intentos suicidas frustrados no se reflejan  en las estadísticas. Tampoco aparecen en las estadísticas ideas de autoeliminación ni las denominadas conductas autodestructivas no percibidas o subvaloradas con anterioridad.
Durkheim, socióloga del siglo pasado, parte de la idea de que las conductas individuales guardan relación con el contexto social que las determina, afirmando que “el suicidio es el emergente de las circunstancias de ese ámbito”. Describiendo las relaciones entre el individuo y el sistema social al que pertenece; e introdujo un esquema centrado alrededor de dos pares de polos: el primero opone altruismo a egoísmo, y el segundo enfrenta los conceptos de anomia (falta de normas que conduce a la desorganización social) y fatalismo (excesiva dependencia a normas rígidas que anula la libertad).
El ejemplo de que existe una parte de la sociedad proclive al suicidio y descontrol, es el reciente festival rave en Creamfields, mas que una fiesta para estar en continuo movimiento al son de música electrónica, fue una invitación al descontrol como seudo libertad, “asombrándose” haber encontrado éxtasis en pocos adolescentes, cuando cientos por no decir miles yacían en el campo drogados y en riesgo de muerte. Y esto es para mí el paradigma del suicidio colectivo. La sociedad nada. Familia permisiva. Estado solo controla.
Es evidente que existe gente común y corriente,  y no tan común ni corriente sino gente en función de responsabilidad, que pueden “convivir” con la consternación y atravesarla como una falsa realidad que no será registrada en su memoria. Listo, ya pueden volver tranquilamente a sus casas. Yo no.
El suicidio, desde una mirada sociocultural, puede entenderse como el producto del  fracaso e indiferencia de la sociedad en  contener (y sobre todo entender) el comportamiento individual adolescente, a lo que le agregaría la existencia de un divorcio entre las entusiastas expectativas juveniles individuales y las exiguas herramientas que la sociedad le provee para lograrlas. 
En este comienzo del siglo XXI, debemos tener presentes estas circunstancias sociológicas, que nos están cuestionando los valores éticos , el concepto del progreso solidario, al ascenso social logrado merced al esfuerzo y la laboriosidad personales, a los que se le intenta reemplazar por el culto de lo aparente, de lo hedónico y del facilismo individualista utilitario, desprovistos de solidaridad social. El adolescente expectante.
La mundialización de la cultura nos hace a todos cada vez más iguales y al mismo tiempo cada vez más diferentes, y genera  una enorme desocupación de causa tecnológica y productiva, con su secuela de inseguridad individual, familiar y social. En nuestro medio afecta, con particular severidad, a una franja adolescente y juvenil que, con un alto índice de desocupación, ve dificultada la formación de hábitos de trabajo, su adaptación laboral, su incorporación al mundo productivo, el sentimiento de confianza en sí mismo y  el lograr su lugar en el mundo a partir del esfuerzo personal en la etapa en que esto es más necesario. De cada 100 desocupados 51,4 tienen menos de 25 años. Y esto condiciona frustración, desánimo, impotencia y depresión, y promueve como más tentador el consumo de drogas y la comisión de actos hetero y autodestructivos.
Estamos en un momento histórico de transición, quizás todo este escenario doloroso sea la condena que hay que pagar por ser protagonistas del mismo.

DR EDUARDO MEDINA BISIACH

 

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