Zapping a la niñez

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La opinión principal que intentaré esbozar en este artículo, es que el desarrollo globalizador de la economía y los mercados, junto a una tendencia a hegemonizar las culturas y sociedades del planeta, concomitantemente se nota una percepción homogeneizada de las etapas evolutivas de la existencia humana a nivel psicológico, generada y alentada por los medios masivos de comunicación.

Percepción en la que se tienden a desdibujar los límites y las diferencias entre las condiciones psico-sociológicas existentes entre la niñez, la adolescencia y la adultez. Además de establecerse un alejamiento bien manifiesto del Estado de sus funciones tutelares de protección y cuidado de los pueblos, como es la garantía de trabajo- atención de la salud- educación- seguridad- justicia. Se advierte, además, un déficit en las funciones de sostenimiento y contención de niños y jóvenes por parte de instituciones sociales, padres, docentes y adultos en general.                                                                              Como consecuencia, a nivel “sociológico”, el hombre de la pos-modernidad ha quedado huérfano. Profundamente huérfano; huérfano de Estado, al desaparecer el Estado de Bienestar, y huérfano de un “director” favorecedor de sentimientos de identidad y pertenencia. En la actualidad ese director identificable, ha sido reemplazado por las anónimas, frías y despersonalizadas Organizaciones Corporativas que no estimulan filiaciones personales.
Y a nivel más “psicológico”, la profunda orfandad del hombre y de la mujer se ve potenciada, por la inutilidad en que han caído sus propios modelos de la relación padre-hijo internalizados desde la infancia, que los descalifica para ser usados como patrones en la relación con sus propios hijos, ya que se trata de estilos de parentalidad y filialidad que fueron moldeados según las experiencias en un mundo que ya no existe; un mundo en el que la identidad de “ser” fue reemplazada por la de “tener o estar”. Esto debido a la jerarquización de la relación con los objetos y los bienes por sobre la relación con las personas; y al valorizarse la acción impulsiva y psicopática vertiginosa por sobre las ideas y el pensamiento reflexivo pausado. Un mundo en que los valores y las antiguas pautas de convivencia entre las personas eran ordenadoras, y que hoy han perdido vigencia. Pareciera que este cambio tan irreconocible por lo drástico, hace sentirse extraños a los mayores.          Por lo tanto, todo entrenamiento adecuado de los roles paternos y maternos debe estar basado en la aceptación de vínculos extendidos de dependencia que los hijos establecen con sus padres. Esta dependencia se expresa no solamente en su inclinación material para  satisfacer las necesidades básicas sino también, y de modo muy significativo, para posibilitar que el psiquismo infantil se estructure sanamente en su vertiente afectiva a través del extenso sostén emocional que requieren los hijos.                                                                                        En los sectores sociales más pobres, que han quedado al margen de la “economía de mercado” y de los sistemas de salud, educación, vivienda, recreación, seguridad, etc.,  la expulsión precoz del niño de su infancia suele manifestarse bajo circunstancias horrorosamente crueles: altas tasas de mortalidad infantil, abandono material y/o afectivo precoz, maltrato infantil, trabajo de menores, deserción escolar, delegación de funciones adultas sobre los chicos, prostitución de menores, abuso sexual, incesto y embarazos adolescentes, inclusión de niños en ejércitos y conflictos bélicos, tráfico de menores, son sólo algunas de las exposiciones de esta crudeza. Crudeza generada en el seno de estructuras familiares que, por otra parte, no hacen más que expresar el modelo de una red social con múltiples fracturas.
En los sectores sociales de mayores recursos económicos, también existe la expulsión precoz del niño de su infancia, pero adquiere formas más sutiles y cautelosas. Si bien la familia sostiene material y económicamente al hijo durante su infancia y aún durante su alargada adolescencia, (a veces hasta la adultez cronológica en relación a los aspectos cognitivos y emocionales), también tiende a percibir al hijo como más “maduro”, como más grande de lo que realmente es. Esta percepción deformada de la infancia produce  como consecuencia, una rapidez en los tiempos de la crianza, sufriendo el “tiempo psicológico” infantil una aceleración en paralelo con la del tiempo social.                                             Son en estos sectores sociales donde la aceleración de los tiempos del niño junto con la necesidad y ansiedad por verlo más grande de lo que en realidad es, suele presentarse sostenido por múltiples racionalizaciones por parte de los padres y familiares y aún, por parte de maestros, pediatras, psicólogos, trabajadores sociales, jueces de menores y abogados de familia. Quedan, detrás de discursos al estilo de “es muy inteligente”, “puede dar más”, “es muy maduro para su edad”, “quiere cosas de grande”, “está muy adelantado”, etc., una hiper-valoración de la racionalidad e “inteligencia”, de la rapidez de respuesta y de la sobre-adaptación de las expresiones infantiles (los chicos “piolas”), quedando.                                     verdaderamente oculta, en esta distorsión de la realidad, una desestimación de aquellos aspectos relacionados con la madurez emocional alcanzada por el niño. Esta que es básica, es relegada a un segundo plano.                                                                                                Para terminar un refrán sufi “Para el que posee percepción, un simple signo es suficiente. Para el que realmente no está atento, mil explicaciones no le bastan” (Bektash)

LIC ELENA FARAH

 

 

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