Ebriedad y tolerancia social

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Dificultosamente puede comprenderse el uso de la bebidas alcohólicas, si no se medita su influencia en las conductas colectivas de una región, lo cual hace que se considere al beber como un acto social. Aún, cuando en algunos casos, suele enfatizarse como una conducta individual que la caracteriza en las sociedades modernas, lo cierto es que de todas formas, su uso no está exento de un marco de valores que le dan un significado social a una elección aparentemente personal.

Esto ha hecho del alcohol una droga institucionalizada, de la que puede disponerse casi con absoluta libertad. Es precisamente, esta consideración de la institucionalización en nuestro contexto histórico social, lo que permite comenzar a vislumbrarse los límites de su tolerancia social hacia el uso y el abuso de la bebida. Los modelos de esta subcultura de la ingestión correspondientes al habitante de nuestra ciudad y de la región rural, constituyen las raíces de una verdadera cultura regional, que es similar a otras regiones del interior del país, pero con características propias de las costumbres locales y que en general fueron cambiando con el tiempo, adquiriendo sus estilos sociales particulares.
El habitante de nuestra ciudad y el “chacarero”, habitante del campo circundante, pertenecen a una subcultura local con potentes controles sociales sobre sus conductas.
Viven con “los ojos puestos en su nuca, preocupados por el que dirán”.
Se mantiene la idea que la bebida le da una superior posibilidad de extroversión y le facilita la comunicación, “permitiendo externalizar francamente sus emociones: puede llorar, reir, abrazarse, besar, gritar, sin el temor de ser penado, sin estar forzoso a muchas explicaciones por esta conducta y sin ser tomado plenamente en serio”.
De esta forma, la embriaguez se presenta suministrando como un momento de “tiempo liberado”, durante el cual muchas de las reglas sociales quedan suspendidas: bajo esta circunstancia, la gente se halla en libertad de exteriorizar conductas que en otros casos hubieran sido objeto de reprobación; en nuestro medio sería el asado, por ejemplo-. Muchas veces se rebusca activamente esa embriaguez que es llamada en nuestro medio, estar “chupao, mamao o tomao”.
En los varones la ingestión, pareciera que es parte de la afirmación de la hombría o “machismo”. Es importante percatarse en este último sentido, que es ritual lograr como un arte, por ejemplo, “tomar mucho pero lentamente sin llegar al descontrol”, o tomar sin interrupción “haciendo fondo blanco” entre otras prácticas; acostumbra a admitirse generalmente, como parte de un concepto cultural que modela cómo debe actuar un hombre en estas tierras.  
Aún cuando las pautas de ingestión son mas manejables en el área urbana y suele presentarse en días de semana, es tradicional que la ingestión más fuerte se inicie el viernes luego de la semana de trabajo, pudiendo continuarse durante el sábado y domingo. Siempre la bebida es grupal no solitaria. Se llega, por ejemplo, en grupo de amigos a tomar en lugares donde lo habitual no es tener relación con otros concurrentes, y esto lo diferencia de la ingestión en los boliches o bares rurales.
Muchos de los nerviosismos laborales se descargan, y usualmente se cree, que algunos problemas de relación pueden solucionarse en un “vamos a tomar algo”, en la que la persona se siente con una mayor libertad de expresión. La bebida actúa como un facilitador, que alivia la carga de la formalidad que transcurre en la interacción de la habitualidad semanal, y de esta manera permite el sinceramiento.
El beber excesivo y los trastornos inmediatamente posteriores a esa forma de ingestión, llamada popularmente “resaca”, son consecuencia inevitables de esa forma de beber.
Por otro lado, la ingestión en la mujer, está más extendida en el área urbana que en la rural. Toma moderadamente y por lo general los fines de semana; lo hace en los restaurantes o bien manda a algún familiar a comprarle unas cervezas. Su beber es cuidadoso, porque la ebriedad manifiesta en la mujer es social y familiarmente censurada.
Para concluir, diríamos que no existen elementos que desde la cultura urbana-rural ejerzan alguna forma de sanción sobre la embriaguez, siempre y cuando ésta no trasgreda la tolerancia social, que es perder su característica de ser episódica. Más allá de éste límite, comienza a reconocerse a la persona como “alcohólica”, y allí sí cae todo el peso del aislamiento social.
Es decir, en síntesis, la aceptación de la ebriedad como una conducta de resolución, ajuste o escapatoria de problemas, constituye uno de los focos generadores de probables alcoholismos propios de la cultura urbano-rural.

DR EDUARDO MEDINA BISIACH

 

 

 

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