Los derechos de los jóvenes alumnos

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La convivencia así nomás no significa “sociedad” o vivir en sociedad o formar parte de una sociedad. Con esto estoy siguiendo a Ortega y Gasset. Debemos decir que la convivencia involucra sólo relaciones entre personas. Pero no puede haber convivencia duradera y estable sin que se produzca, involuntariamente, ese fenómeno social por excelencia, que son los usos: usos y costumbres, usos intelectuales o sea “opinión pública”; usos que dirigen la conducta o “moral” y usos que la dominan o “derechos”.

Entonces, “el carácter general del rito o uso consiste en ser una norma del comportamiento humano ya sea intelectual, sentimental o física, que se asigna a los sujetos quieran éstos o no”. Ya entonces podemos definir a la sociedad: “como el conjunto de individuos que mutuamente se saben sometidos a la vigencia de ciertas opiniones y valorizaciones”. Para que  esa sociedad exista, tiene que tener la vigencia efectiva de cierta concepción del mundo, variando la mirada ingenua que tenemos de mismo.
No se sabe hacia que centro de gravitación van a aprobar en un próximo porvenir las cosas humanas. Por ello la vida del mundo, parece entregarse a una escandalosa  provisoriedad. Todo lo que hoy se hace en lo público y en lo privado, con pocas excepciones, es provisional y hasta me atrevería a decir precario. Todo lo que está en nuestra mano tomar, dejar o sustituir, es como una imitación de la vida. No hay mas vida que las que se compone de escenas inevitables, que de hecho hay que hacer.
Es directamente inmoral pretender que una cosa deseada se realice mágicamente simplemente porque la deseamos. ¿Y de su ejecución, quién se encarga? ¿No es una escena ineludible? O vamos a seguir con lo provisorio, con la “no vida”.
Ustedes se preguntarán  ¿Por qué tanta introducción?. Pues bien, por los conflictos de la cotidianidad educativa, más concretamente con la desvalorización, sobre todo estatal, de uno de los componentes esenciales para una calidad educativa: el edificio escolar. Aulas sin vidrios, sin gas o sin estufas en estos días “pre-invernales”. Quienes hacen la denuncia (según ellos reiteradas en años anteriores, sin respuestas) son los propios perjudicados, los alumnos. Y aquí cabe una pregunta ¿Qué derecho tienen en hacerla? La gente ha oído que el joven tiene más derechos que obligaciones, ya que puede demorar el cumplimiento de éstas hasta la madurez. Siempre al joven se lo ha considerado eximido de hacer o haber hecho iniciativas. Siempre ha vivido a crédito. Esto se halla en la naturaleza humana.
Ahora bien, sabemos que el derecho como actividad humana, siempre ha padecido de una elemental limitación. El derecho es estático y no es perogrullada que el principal órgano se llame Estado. Pero como la realidad cambia de modo substancial y vertiginoso, embiste sin remedio con la estabilidad del derecho que se convierte en una camisa de fuerza. Es por ello que el hombre, y por ende el joven, necesita un derecho dinámico capaz de acompañar a estos cambios. Un derecho acorde al mundo cambiante que vivimos.
La demanda de los alumnos de ejercer sus derechos no es exorbitante ni siquiera nueva. No pretendo resolver ahora con gesto irrefutable de paso y al vuelo las cuestiones más intrincadas del derecho de esos alumnos, sí me atrevo a insinuar que caminará seguro quien como ellos, exijan cuando alguien les habla de un derecho que se los indiquen a la sociedad. Y para ello es necesario un substrato de unidad de convivencia humana, lo mismo que el uso y costumbre, donde el derecho es el hermano menor,  al decir de Ortega y Gasset: pero el más enérgico.
Si los jóvenes no quieren vivir de pura incoherencia, como la relatada en el edificio escolar, tienen que hacer valer sus dinámicos derechos, pero para eso debe contar con el Estado a que pertenece y con la comunidad en que habita. Y ellos encontraron la vía para exponerlos.
Finalizo con una anécdota, donde se relata que el explorador Parry, rastreando el polo norte de la tierra, en el Ártico,“hacía galopar de día valientemente los perros de su trineo. Pero que a la noche pudo comprobar que se hallaba mucho más al Sur que de mañana. Es que durante todo el día había corrido hacia el Norte sobre un inmenso témpano al que  una corriente oceánica arrastraba hacia el Sur”.                               Por eso, las miradas amplias al contexto no deben faltar nunca y deberán ser concientes y serenas.

LIC. ELENA FARAH

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