La reforma aún pendiente¿se cumplirá?

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Un grupo de alumnos, más allá de la identidad colectiva o grupal de su nivel etario o social, refleja entre líneas fenómenos individuales diversos asociados a múltiples aristas psicológicas y circunstanciales; en efecto, desde que Anthony Gregorc introdujo el concepto de “Estilos de Aprendizaje” a finales de los 70, los y las docentes tienen la gran responsabilidad de descubrir, potenciar y respetar, al menos, las cuatro grandes categorías taxonómicas aportadas por este autor (activos, reflexivos, teóricos y pragmáticos).

El enfoque pedagógico LSBE –Learning Style Based Education- supone que los aprendizajes son comportamientos distintivos que sirven como indicadores de cómo una persona aprende y se adapta desde la perspectiva epistemológica, afectiva y fisiológica; ciertamente, el aprendizaje real, con verdadero significado no es sólo cognitivo sino que tiene implicaciones asociadas al ethos; es decir, un estudiante brillante no es solamente aquel que obtiene buenas notas, sino también aquel que se adapta a diversas situaciones con mayor versatilidad.
    Desde Sócrates con su heurístico método dialógico, pasando por las respuestas a las necesidades del individuo en El Emilio de Rousseau, hasta Dewey y Piaget con sus teorías paidocéntricas y constructivistas, descubrimos que cada persona posee necesidades concretas, intereses diversos y aspiraciones multifacéticas. Ante esta compleja realidad, los y las docentes no pueden obviar las particularidades, y tratar al los estudiantes como un conjunto o como un todo, bien sea en el proceso de enseñanza aprendizaje o en la evaluación. No es en vano, que las corrientes pedagógicas actuales reclaman la incorporación de las experiencias de cada alumno para lograr aprendizajes significativos, sin menos cabo de la arquitectura de las relaciones sociales de cada grupo, necesarias para crecer en solidaridad.
    Cuando no atendemos la diversidad y generalizamos, estamos ante eminentes síntomas de fracaso escolar, bien sea por repitencia, deserción o desinterés; en este contexto, el reconocimiento fáctico de los Estilos de Aprendizaje se enmarca dentro de enfoques pedagógicos contemporáneos que insisten en la creatividad sustentada en el aprender a aprender; Carl Rogers (1975) afirmaba en Libertad y Creatividad en la Educación: «El único hombre educado es el hombre que ha aprendido cómo aprender, cómo adaptarse y cambiar»; en efecto, desde los niños hasta los adultos el aprendizaje a lo largo de toda la vida es una necesidad. 
La UNESCO, en Aprender a ser (1972), indicaba que aprender a aprender no debía convertirse en un slogan más; posteriormente en el informe Delors “La educación encierra un tesoro” se despliega la tétrada emblemática del siglo XXI: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir y aprender a ser, tarea sustantiva y difícil en escenarios educativos absolutizados…
Cada maestro y maestra en su aula tiene el reto de no interrumpir la capacidad de asombro y creatividad de cada niño y niña; para ello tiene que ser un verdadero pedagogo observador y mediador, y no un simple transmisor de conocimientos que cumple con el horario y con los contenidos curriculares. La verdadera reforma educativa iniciará parcialmente y paulatinamente en cada aula, cuando los y las docentes descubran que el quehacer educativo en un diálogo pautado por conciencias, creencias y valores, en donde cada quién debe establecer su punto de vista, su punto de partida y su punto de llegada, contrastando siempre estos puntos con la verdad y con la historia. Para descubrir este nuevo rol docente se necesita mística, principios y fundamentos.

Elena M. T. Farah
Lic. en Administración y Gestión de la Educación

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