El placer de ser engañados

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Siguiendo al artículo de Esther Charabati, y en principio consonante con lo que está ocurriendo en nuestra ciudad, Río Cuarto, afirmamos que odiamos que nos mientan y descalificamos a quien lo hace. El asunto se presenta si…¿Eso significa que estamos dispuestos a escuchar la verdad? Allí comienza lo dudoso… La mentira y el ocultamiento, indisociable de la historia del género humano, ocupa un lugar de honor por su ambigüedad. Tiene múltiples facetas e innumerables motivaciones, muchas de ellas concebidas por la misma persona o grupo de pertenencia. Considerada un grave pecado, un legítimo medio de protección o un divertido juego de imaginación, en cualquier caso forma parte de nuestra cotidianeidad. Es algo ya instalado, no se puede ignorar su existencia

¿Qué sería de la sociedad si todas las relaciones estuvieran basadas exclusivamente en la práctica de la verdad? Es difícil pensarlo e imaginarlo, pero el primer requisito para que ello ocurra sería que las personas fuéramos unívocas, realistas y rígidas. Pero acontece que en general somos subjetivos, y la realidad la construimos nosotros de acuerdo a ella.
Pensándolo bien, ¿por qué siempre ubicar a la mentira del lado del mal si sus móviles son variados: el interés, el odio, la venganza, la necesidad de reconocimiento, pero también hay que ubicarla del lado de la pasión, la protección, la generosidad, el amor…? 
Además, no podemos negar que los engañados a menudo somos como “cómplices” del que miente, precisamente porque conocemos los beneficios de la mentira. “Qué bien estas”, “Te vas a curar”, “Seguro que ganas”, etc., son expresiones que aunque no correspondan a la realidad del momento, motivan al interlocutor y quizá le permitan cambiar su realidad. O no. Que el engaño tiene un aspecto positivo —o al menos necesario— lo demuestra la existencia del autoengaño: Cuando me asomo a la realidad, no me gusta y creo una realidad paralela. Así puedo pasar años convencida de que mi esposo es fiel aunque tenga un amante, o que mi hermano administra mi dinero cuando en realidad se lo roba. Proust acusa a su protagonista —que sabe que Odette no lo ama, sino que busca su dinero— de “pereza mental”. Algo así como una flojera de saber la verdad y asumirla. Y esa posición es conveniente. En ese sentido, Philippe Bouvard declara que “El verdadero responsable de una mentira no es aquel que la dice, sino aquel a quien está dirigida, porque se sabe que no soporta la verdad”. Efectivamente, a veces nosotros mismos pedimos que nos engañen: no sólo “Dime que siempre me vas a amar”, también “Convénceme de que hice lo correcto”. ¿Qué sería de nosotros, cómo soportaríamos la angustia que nos genera nuestra propia existencia si no contáramos con esos pequeños consuelos? Freud conocía bien estas estrategias psicológicas a las que denominó “mecanismos de defensa” y que nos permiten alejar la realidad mientras no estamos preparados para enfrentarla. Me pregunto ¿algún día lo estaremos?.
Clément Rosset en su libro “Lo real y su doble” y en  “Ensayo sobre la ilusión”, analiza la manía de negar lo existente, ya que la misma nos permite aislarnos de la realidad y desligarnos de las consecuencias de nuestros actos con dos palabras: “No sabía”, “no me di cuenta”. No hablamos de ignorancia ni de error sino de que, a pesar de que conocemos la realidad, actuamos como si ésta fuera distinta. Por ello, el que se engaña es incurable, ya que “No se puede ‘volver a mostrar’ algo a alguien que tiene ya ante los ojos lo que uno se propone hacerle ver”.
Fiodor Dostoievski, decía en «Recuerdos de la Casa de los Muertos”: «Todo ser humano tiene recuerdos que no contaría a nadie más que a sus amigos. Otras cosas hay en su mente que ni siquiera revelaría a sus amigos, sino sólo a sí mismo, en absoluto secreto. Pero hay otras cosas que el hombre teme incluso contarse a sí mismo, y todo hombre decente tiene una cantidad de esas cosas guardadas en su mente».
¿Qué es lo que nos empuja hacia el engaño? En primer lugar, saber que muchas cosas son irremediables y que todo tiene un fin: La felicidad, las pasiones, la vida misma. Por otro lado, vivimos en la incertidumbre, pues lo real es incomprensible y cuesta mucho vivir sin certezas; preferimos inventarlas, aunque sea en forma temporal, activando la imaginación y la fantasía, como reavivando ilusiones. Ante la angustia que nos provoca la realidad, Rosset plantea la “verdadera” alegría que consiste en decir “sí” al mundo tal como es. A pesar de todo.
¿Por qué preferiríamos asumir la realidad cuando el engaño es mucho más placentero y accesible? Porque cuando uno no ve la realidad no desarrolla las habilidades para enfrentarla; en ese sentido, somos mucho más vulnerables cuando nos mantenemos en el engaño y actuamos como si no supiéramos. El precio es alto; sin embargo, es un hecho que vivimos de ilusiones, y no podemos imaginarnos una humanidad sin ellas: en la vida privada, en la política, en la educación, en el arte… ¿Y qué es la ilusión? Ninguna definición más bella que la de Macedonio Fernández: “Hacer esperar en el umbral a la realidad”.

Lic Elena Farah
Lic en gestión y administración educativa

Dr Eduardo Medina Bisiach
Médico siquiatra

07/11/06

 

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