El mito de la sociedad segura

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Es un hecho que hay ideas equivocadas sobre la vida en los países desarrollados. Para los ciudadanos abrumados por sobrevivir en los países atrasados, la vida en aquellos países se piensa segura, tranquila y sin tensiones. Todo un mito.

La masacre del estudiante de Corea del Sur impresiona por el enorme número de víctimas provocado por un solo asesino en pocas horas. Sin embargo, cuando este hecho se apague seguirán las muertes silenciosas y continuas que hacen que los homicidios y violaciones se cuenten por minutos en los EEUU.

La situación no es nueva. En los años 60, plena época del romanticismo pacifista, del crecimiento económico y la ilusión de un capitalismo que había vencido las crisis de los ciclos económicos, en EEUU se reportaban 2.000.000 de delitos graves en el año. Esto quiere decir casi 5.500 por día, 230 por hora o 4 delitos graves por minuto. Dicho de otra forma, la sociedad Americana aparecía como una productora sostenida de criminalidad severa. Más aún, los reportes del F.B.I. mostraban que el crimen aumentaba 4 veces más rápido que la población. El sueño americano era sólo parte de la historia. El revés de la trama mostraba violencia, delitos sexuales, robos y asesinatos por doquier.

Si nos atenemos a datos más recientes, la situación en otros países desarrollados muestra que entre un 15 y un 30 % de su población ha sido víctima de un delito.



(para ampliar haga click sobre el gráfico)

La pregunta entonces se disloca, ¿es el delito apenas una cuestión de la acción humana individual o tiene la estructura social algo que ver? ¿En que medida la sociedad desarrollada es criminogénica y fomenta la producción de delitos? ¿En ese contexto, si el avance material produce no solo bienestar sino enorme malestar medido en las pérdidas de vidas y bienes por el delito que se puede hacer?

Los estudios criminológicos dieron resultados interesantes. Analizaron comunidades de inmigrantes para comparar su conducta en los países de origen y en los EEUU. En el caso de las comunidades Africanas, que vivían respetuosos de sus normas, al trasladarse a los EEUU y entrar en una sociedad, que potencia tanto la individualización social, sus miembros aparecían muy representados en las estadísticas de delincuencia. Esos casos sugerían fuertemente que el problema no es tanto individual de personalidades criminales, sino la influencia de la estructura social que genera condiciones proclives al delito.

Por otro lado, había comunidades orientales, que tenían una conducta inversa a la anterior sin delinquir, pese a vivir en situaciones comunitarias similares. Los investigadores, creían encontrar la explicación en el control social que la cultura de la familia oriental ejercía sobre sus miembros. En todo caso, lo que parecía ocurrir, es que ante una cultura basada en el individualismo, la protección de la persona deriva de la red de lazos de proximidad que los contiene. Nuevamente una cuestión estructural donde hay una oposición entre culturas. Una que desorganiza personalmente, la otra que contiene y protege.

Finalmente una última cuestión. Los delitos parecen aumentar a medida que las sociedades se vuelven más ricas. Un viejo maestro y tutor personal el Dr Howard Jones enseñaba que el problema no es la pobreza sino la obsesión por la interacción simbólica a través de la posesión de bienes. Los padres viven para trabajar. Los jóvenes se crían solos. Los lazos familiares se materializan en regalos y dinero. Así las cosas, la sensación de crecer sin amor termina en conductas inadaptadas y delictivas, que son en realidad, manifestaciones de una sociedad materialista que prioriza la propiedad y los bienes antes que los afectos y los valores humanos. Algo anda mal. Lo peor es que nosotros vamos en ese camino…

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