La naturaleza de los compañeros – Por Guillermo Geremía

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Como en la fábula del escorpión y la rana el peronismo volvió a ahogarse por su propio veneno. El traslado de los restos del general a su última morada se transformó en una violeta manifestación de viejas divisiones alimentadas en nuevos sectarismos.

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Como en la fábula del escorpión y la rana el peronismo volvió a ahogarse por su propio veneno. El traslado de los restos del general a su última morada se transformó en una violeta manifestación de viejas divisiones alimentadas en nuevos sectarismos.
Hay una tentación de explicar a los acontecimientos de este 17 de octubre desde la ligereza de los extremos. Los antiperonistas se entusiasman con la ratificación de la barbarie del aluvión zoológico puesta al servicio del poder de turno. Los dirigentes justicialistas se justifican en que “los muchachos” son así, “es parte del folklore peronista”. Uno y otro argumento nos pone inevitablemente a los argentinos –no sólo a los peronistas- frente a espejos que distorsionan la realidad. ¿Habrá de creerse que la batalla sindical de hoy es exclusiva manifestación de los problemas de un partido político que gobierna o el síntoma inequívoco de la baja calidad institucional que tiene el país?. Las fuerzas de choque que hoy se enfrentaron, hasta con armas de fuego, son el sostén de estructuras gremiales que a su vez son el brazo sindical de dirigentes políticos que las alimentan y las usan. Hoy se avergüenzan de lo sucedido los mismos que ayer movilizaron a esa gente para montar la escenografía de un acto de apoyo al Presidente Kirchner.

La masacre que pudo ser

El paralelismo con lo ocurrido en la Masacre de Ezeiza de 1973 se impone. Pero en aquellos días había poderosas razones ideológicas que dividían. Hoy no. El deterioro de la política ha sido tal que la batalla campal de la fecha no es la expresión de diferencias conceptuales, si al fin y al cabo son la misma cosa, sino la mera disputa por un lugar cerca del poder. El poder por el poder mismo es la consigna.
El gobierno nacional pagará el costo político de no haber sido el garante del operativo de un traslado que debió tener todas las seguridades. Se trataba de la movilización de los restos de quien fuera tres veces presidente de los argentinos y uno de los hombres clave de la política contemporánea del país. La quinta de San Vicente quedó liberada durante horas a merced del enfrentamiento entre grupos de choque del sindicato de camioneros y del gremio de la construcción. Los de abajo repitieron potenciada la disputa de los de arriba. Los ex presidentes y el actual movieron fichas para saber si iban o no al acto. Los dirigentes sindicales disputaron toda la semana una manija del féretro de Juan Domingo Perón.

El sentido premonitorio

“Me parecen bien que trasladen los restos del General y que descanse tranquilo y que sirva para la unidad del pueblo, que el país se pacifique y tranquilice y entremos por los carriles que corresponden a un país civilizado. Ojalá este descanso de Perón sea para que nos unamos todos los argentinos, dejemos de embromar y vivamos en paz”, reflexionaba Gastón Iribarne, un histórico dirigente peronista riocuartense con sentido premonitorio, intuyendo lo que podía pasar.
El escorpión le pidió a la rana cruzar en el río en su lomo. El batracio se opuso inicialmente creyendo que lo iba a picar. El escorpión le aseguró no hacerlo porque significaba su propio riesgo. A mitad del trayecto le aplicó el mortal veneno. Su naturaleza no lo pudo evitar.
La naturaleza de los compañeros peronistas pudo más que el sentido histórico del acontecimiento. Volvieron a inyectarse el veneno de la violencia que en otros tiempos ya habían probado. Ese designio signó al país las últimas seis décadas. No es sólo un problema de ellos, sino de todos.

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