Hace 3 años, en un acto conmovedror, las cenizas de Susana Dillon fueron depositadas debajo de un Jacarandá, en el patio de la escuela Normal. Aquel 22 de septiembre del 2012, la nieta de Susana, María Victoria, estuvo acompañada por las madres de Plaza de Mayo, Micaela Bijande y Lía Berti, quienes recordaron con emoción a “la más luchadora de todas”.
En el homenaje participaron allegados, dirigentes sociales y políticos, y representantes de la cultura, quienes recordaron con emoción a la escritora y referente de los Derechos Humanos.
Una de las oradoras fue Vicky Sagarnaga, locutora y amiga de Susana, quien recordó el texto en el que la Madre se describió a si misma: “Crecí bajo la férula machista del “que dirán”, los secretos de familia y la virginidad caiga quien caiga. Como es de suponer, me rebelé a diario. Entonces me metieron en un colegio de monjas y, lejos de acatar tanta mansedumbre impuesta, me desacaté de por vida. Nada pudieron ni las santas reverendas, ni padres severos, ni marido autoritario, ni novios, ni amigovios, ni moros en la costa… Soy madre de desaparecidos, pero en la lucha me han nacido veinte libros desde ‘Mujeres reveladas’: algunos premiados, otros perseguidos y hasta reeditados. Hubo audaces que los tradujeron y los estudiaron”.
También la recordaron compañeras de la escuela Mitre, militantes de Derechos Humanos y el director de la escuela Normal, Ernesto Olmedo.
“Pepi” Dillon hizo un emotivo agradecimiento a Micaela Bijande, “la otra vieja”, y a quienes la acompañaron tras la muerte de Susana.
La joven fue quien arrojó las cenizas de su abuela debajo del Jacarandá ante el silencio respetuoso de los presentes. Fue el último adiós para uno de los emblemas inolvidables de la lucha por los Derechos Humanos y la justicia social.
Susana Dillon, en su memoria
Nota escrita en el último adiós a nuestra madre de la Plaza
Por Pablo Callejón
Los dictadores desprecian a la vida porque prefieren sentirse dueños de la muerte. Ese dominio, mal que les pese, tampoco es severo ni infinito. Queda una historia vivida y otra por narrar, aún cuando algunos prefieran obstinarse al olvido ó reducirse al relato inmoral ceñido por el puñal y la sangre. La rebelión contra los tiranos y sus indebidos obedientes nos descubre finalmente al amparo de mujeres con pañuelo blanco. Madres que volvieron a parir la lucha de sus hijos desaparecidos y a describir el relato de los que no mueren, ni aún muertos. Cuando Susana recibió a su nieta recién nacida sabía que no volvería a ver a su hija. Sin embargo, no debieron imaginar los esbirros del genocidio que aquella mujer de profunda belleza y ojos pincelados por el mar fuera el reservorio moral que aleccionara la herencia de homicidas y cómplices. 35 años fundamentaron una lucha que pareció de corceles y de aceros, aunque la única protagonista fuera una madre y su militancia febril.
La Olivetti de color plomo, apuntes esparcidos por la mesa de madera, un recorte del Página 12 y el aroma de un café tibio a medio tomar formaban parte del escenario donde la conocí por primera vez. En el comedor del pequeño departamento sobre calle Moreno había un cuadro de Rita en blanco y negro y un portarretrato de María Victoria, aún adolescente. En la biblioteca a la par de la puerta de acceso, entre libros de Galeano y Cortazar, estaban sus propias publicaciones. Ese día me regaló “Mujeres que hicieron América”, su opera prima nacida en la experiencia de sus viajes por Latinoamérica. La ancianidad no le había empañado su guapeza, ni logró aplacar la fortaleza de sus ojos de cielo. Solo la torpeza de sus pasos pequeños parecía revelar la vejez.
“Hay una falta de educación para lo imprevisible”, expresó Susana en una de sus últimas entrevistas. La escritora y maestra sabía que aún en el poder redundante de quienes ostentan los hilos del sistema, la existencia dispone grietas con saldos, por suerte, irreversibles. Susana, fue una obstinada luchadora por montar la crisis en el convencionalismo riocuartense y resistir el lastre del abandono sobre los ninguneados de siempre. “La madre de los desaparecidos” obligó a muchos descendientes y obsecuentes del poder dictatorial a cruzar la calle para evitar su mirada aleccionadora. Aún en democracia, las víctimas del abuso policial ó el letargo judicial y político en la búsqueda de la verdad, hallaron en ella la respuesta moral a sus reclamos.
Susana no pudo ver sentenciados en vida a quienes mataron a Rita y su yerno, ni pudo colocar las flores sobre las tumbas todavía vacías. El Tribunal Federal Número 1 prevé comenzar a juzgar este año a Luciano Benjamín Menéndez y otros represores por la muerte de su yerno, Gerardo Espíndola. Gerardo y su esposa, Rita Ales, fueron secuestrados de su vivienda en Río de los Sauces por un grupo de personas de Inteligencia militar vestidas de civil. Entre ellas, aparecían Luis Manzanelli, Carlos Vega, Oreste Padován y Ricardo Luján. Gerardo había sido derivado a la Perla y tras varios días de sometimiento a torturas y vejámenes fue asesinado y enterrado en una fosa común. Susana supo por un sobreviviente que su hija murió fusilada. Rita estaba embarazada de 6 meses cuando fue secuestrada y finalmente dio a luz en el Hospital Militar de Córdoba. La beba fue entregada a Susana en una caja de cartón, con una carta que decía:“Me llamo María Victoria, soy sana, tomo leche Nan”
Susana duerme ahora su noche más larga, en un reencuentro eterno con Rita. Las certezas que nos legó se definen también como nuestras deudas. El destino de muerte parece alcanzar algunas veces a la muerte misma y se expresa en una trama infinita, rebelde, valiosa y temperamental. La Madre de la Plaza fue la rebelión permanente contra los mercaderes que siembre equilibran la balanza a su favor. Parte de la revolución que buscó su recuperar su tiempo y espacio. La mujer convencida de haber vivido como pensaba. La cálida sensación de la madre que nos parió en Verdad, Memoria y la búsqueda de Justicia.