Y no le dije nada – Por Pablo Callejón Periodista

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El viejo siempre fue un oso. Tan alto y fornido que podía bajar la caja de cambios de un automóvil sin pedir ayuda. Cuando ibas al taller te sentabas sobre una hoja de diario que tapaba la grasa del banquito de madera y lo veías orgulloso, sin decirle nada. Perdiste muchas oportunidades para contarle lo mucho que querías jugar al fútbol al frente del taller y saber que te cuidara. No decías nada. Y volvías por la noche a casa, mientras el viejo guardaba los vehículos y colgaba el mameluco azul engrasado. Corrías con la pelota debajo del brazo, gambeteando las baldosas azules, con las blancas como aliadas. Y en la cena, el viejo tenía los ojos enrojecidos por el cansancio, la piel de sus manos caladas por el aceite negro y algún corte violáceo envuelto con la sequedad de un hilo de sangre. Nunca se quejaba por las lastimaduras. Parecía un oso invulnerable al dolor. Vos admirabas eso, pero no le decías nada.

Nunca le dijiste cuanto te gustaba que te fuera a buscar al colegio con El Gráfico envuelto en un papel de nylon. Lo mirabas feliz y con eso le bastaba. El viejo creía que te iba a sorprender, pero lo intuías. Los miércoles de cada semana, la biblia del periodismo futbolero estaba sobre el asiento del viejo Gacel. En el viaje al almuerzo le contabas sobre los once de River frente Platense, y cómo el “Polillita” Da Silva eludió al zaguero del Calamar y la metió de emboquillada sobre Scoponi. Al viejo no le gustaba el fútbol pero te escuchaba convencido de que serías un buen periodista deportivo.

El viejo también te regaló una enciclopedia de cinco tomos con el reglamento de cada uno de los deportes del mundo, desde el rugby hasta el bádminton. La publicación había sido editada varios años atrás y las reglas habían cambiado mucho desde entonces. La había recibido como parte de pago del arreglo del embrague de un Renault 12. El dueño del auto era un viajante que debió hacer una parada obligada sobre la 35. Por varios días, aprovechaste las 14 cuadras entre el colegio y tu casa para explicarle como se juega al hockey sobre patines y las normas básicas de la Esgrima. El viejo te escuchaba con una mueca de felicidad y no te decía nada.

Un día de verano en San Rafael, lo acompañaste al mercado de la Ballofet . El almacén se ufanaba de presentar una vinoteca exclusiva de botellas de vidrio. Querías volver con alguna golosina y en el auto lo convenciste de exigir aún más el magro presupuesto que rara vez ayudaba a llegar a fin de mes. Mientras el viejo cumplía con la lista del hogar, golpeaste con el empeine una etiqueta de cigarrillos Chesterfield sobre el piso y comenzaste a correr entre las góndolas hasta llegar a la exposición de vinos. El codo de tu brazo derecho golpeó una botella de Suter marrón y el Pinot blanco quedó esparcido entre recortes de cristales verdes. El viejo dejó lo que había ido a buscar, pagó la botella rota y volvimos. Después de almorzar te fuiste a dormir una siesta de penitencia. Al despertar, te habían dejado una chupaleta Topolín sorpresa sobre la mesa de luz.

El viejo te dice poco. A veces se olvida un cumpleaños y ya no es un oso capaz de domar un camión con solo mirarlo fiero. En la mesa de dados, apostó el cielo y resistió al crupier que apretujó el corazón de tanto infarto. La artrosis demora sus pasos, pero el viejo insiste en desafiar el tramo que le da alcance a la vereda. Frente a la cuneta de una Mendoza de otoño respira el zonda que entumece el pecho cuando se desliza desde los Andes. Y pensás en lo mucho que lo extrañás, sin decirle nada.

Y cada 8 de junio, ves fugar el tren de unicornios de paño que custodian la siesta de Sabi. Y en cada 20 de enero, observas a Jaz refugiarse en los sacramentos de una adolescencia a prueba de inviernos. Y querés apresurarlo todo, sin apurarte demasiado. Es la impaciencia de los 40 que no pudieron robarte ni la mitad del olvido. Y al ver a tus hijas extrañas a tu viejo. Y buscas el modo de acunarlas con un Topolín sorpresa. Pero no encontras el modo. Solo tu viejo sabe como agitar el corazón, sin decirte nada.

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