El pibe del semáforo

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Por Pablo Callejón

Ramón comenzó a pedir monedas en la puerta de los supermercados a los 8 años. Aún no había dejado la escuela primaria, pero debía priorizar las reglas del hambre. Era el año 2000 y el 37 por ciento de la población urbana en la Argentina era pobre. Se trataba de unos 12 millones de argentinos que no accedían a la canasta alimentaria básica. El niño de pelo rojizo enredado y saludo a carcajadas vivía en una vivienda precaria en la Avenida Argentina. Al destino de hacinamiento y pies descalzos, Ramón le sumó la mala suerte. “Sortearon las casitas que iban a llevar a las 400 y no estuvo la nuestra”, recuerda resignado. 18 años después de la relocalización, en Río Cuarto hay 16 asentamientos en el que residen 1.400 familias. Ramón, el mayor de 8 hermanos, aún vive con sus padres en una de las 200 casitas que permanecen sobre la ribera norte del río, entre los puentes Colgante y Filloy.
Cuando la crisis social y política elevó en helicóptero al presidente Fernando De la Rúa y los muertos documentaban con su sangre caliente la lucha en Plaza de Mayo, en Río Cuarto un 51 por ciento de los hogares eran pobres. Para muchos integrantes de la clase media en corralito y desempleada, se trataría de un desplome accidental de la historia. Otros, como Ramón y su familia, habían nacido en la pobreza estructural que los aprisionó desde siempre.
En el 2002, con apenas 10 años, Ramón buscó adueñarse de las esquinas en la Avenida. En esos segundos de tregua del semáforo en rojo resultaba más fácil convencer a un conductor resignado, que al ama de casa ofuscada al salir de un supermercado. Sin tiempos, dejó la primaria que logró retomar a los 14. Tras dos años intensos entre las aulas de las escuelas República del Uruguay y Mariano Moreno pudo cumplir el objetivo y eso fue todo. Nunca pudo iniciar el secundario.

A los 16 años, Ramón se fue de su casa por una fuerte pelea con su mamá. Vivió durante dos años en el reparo de los descampados. Su preferido era detrás del supermercado Vea. Allí dormía con lo puesto y durante el día disputaba la limosna para alimentarse. También conoció el abrigo fulero de las drogas. Pastillas, faso y merca que conseguían “los otros pibes”. Una mierda de mala calidad que actuaba como somnífero en la crudeza del frío y el hambre.
Estuvo varias veces preso en las alcaldías del centro y Banda Norte y aguantó las golpizas de los policías que buscaban “ponerlo en carriles”. Lo apresaban por merodeo y desacato y Ramón resistía volver al calabozo sin haber robado nada. Su última detención fue el día en que cumplió 18 años. Estaba tomando una cerveza tibia con un amigo en el puente Ferroviario y la cana le vio cara conocida. Nunca más visitó una comisaría. Volvió con sus padres y decidió ingresar a una iglesia evangélica para enfrentar la pesadumbre de la abstinencia. En el templo aprendió a tocar la guitarra, con la especialidad de las baladas rockeras. La devoción a misa duró solo unos años. Las peleas con los pibes del barrio definieron una oportuna salida del templo y no regresó. Tampoco volvió a tocar la guitarra, aunque nunca perdió su devoción a Dios.

En Río Cuarto hay 49 mil pobres y 10 mil indigentes, según datos oficiales del INDEC del primer semestre de 2018. En el país, son 11 millones las personas en la pobreza y de ese total, un 4,9% son indigentes. Aunque el presidente Mauricio Macri anunció la pobreza cero como su principal slogan de campaña, la recesión acompañada por altísima inflación y una devaluación histórica, profundizaron la degradación social.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) advirtió que “alguien nacido en un hogar pobre en Argentina necesitaría seis generaciones para mejorar sus condiciones de vida”. En el ranking, la peor parte se la lleva Colombia, donde llevaría 11 generaciones tener ascenso social, mientras que en Dinamarca o Suiza tomaría dos generaciones. El estudio sostiene que «uno de cada tres niños con padres de bajos ingresos permanecerá atrapado en la misma condición, mientras que la mayoría de los dos tercios restantes solo subirá un peldaño durante su vida».
Tras la crisis de 2001/2002, la pobreza alcanzó al 58.2% de la población argentina. La recuperación económica y social redujo el índice al 37.6% en la primera mitad de 2007 y en el segundo semestre de 2011 se ubicó en el 28.0%, una caída del 30 por ciento de la pobreza en solo 10 años. A finales del 2013 se observó una leve merma con un indicador final del 27,4%. Un año después, el gobierno de Cristina Fernández decidió no brindar datos a través del INDEC para evitar “la estigmatización de la pobreza”. La realidad es que la situación económica empeoraba y decidieron ocultar la información. Los datos volverían a conocerse en el 2016, ya con Macri en el Gobierno.

Con los años, Ramón se hizo dueño de la esquina de Marcelo T. de Alvear y Chile. Al principio alcanzaba con aguardar en rojo en sentido hacia el norte, aunque la falta de ingresos lo obligó a correr en cada cambio de semáforo hacia el otro carril. Jesús es el único de sus hermanos que lo acompaña en la tarea de limpiar vidrios al conteo de 60 segundos. Llegan poco antes de las 5 de la tarde y no regresan hasta la madrugada. Una jornada con suerte puede generar unos 500 pesos, suficiente para almorzar comida caliente y guardar algo para la cerveza.
Alguna vez intentó ser albañil, jardinero y hasta peón de campo. “No me querían ni pagar, me veían trapito y me jodían”. Ramón recuerda con resentimiento la miseria de los avivados. En la esquina no le rinde cuentas a nadie y ninguno se va sin dejar el billete. Con el tiempo aprendió a tolerar los insultos y hasta algunos manotazos. El cliente con el auto en marcha siempre tiene la razón.

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