Mujeres que luchan

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«Creyeron que podían dejar morir hasta la propia muerte. Que la vida de un niño ó un adolescente valían menos que sus propias estrategias de supervivencia. Creyeron que podían con todo y no pudieron con ellas…»

Por Pablo Callejón

Les arrebataron sus hijos. Los desaparecieron. Policías y funcionarios judiciales fueron cómplices. Callaron, ocultaron, mintieron. Creyeron que todo estaba al alcance del olvido, la desmemoria y la impunidad. Se olvidaron de ellas. Las que pusieron el pie que impedía cerrar la puerta. Las que patearon escritorios y les gritaron en la cara la misma mierda. Todo parecía minuciosamente preparado para archivar corazones sangrantes en húmedos expedientes amarillentos. Creyeron que podían dejar morir hasta la propia muerte. Que la vida de un niño ó un adolescente valían menos que sus propias estrategias de supervivencia. Creyeron que podían con todo y no pudieron con ellas.

A Rosa Arias la ningunearon por ser pobre. Debió lidiar hasta con sus propios abogados. Supo que le mentían, que la Justicia no buscaba la verdad. A Rosa Sabena le cuestionaron que gritara demasiado, que no pidiera permiso para entrar a los despachos, que les enrostrara la negligencia y el vacío.
Los restos de Ale Flores fueron hallados al final de una alcantarilla el 2 de julio del 2008, hace 10 años. Fue en un terreno baldío a pocos metros del lugar en que lo atropelló un móvil policial. Los huesos del niño se encontraron 18 años después, cuando los dos efectivos que se conducían en el Renault 12 ya no podrían ser juzgados. Mario Gaumet y Gustavo Funes vivieron una carrera de ascensos y lugares de privilegio en la fuerza policial. Sabían que habían sido ellos, pero nunca llegarían al banquillo de los acusados. Fueron imputados y sobreseídos por prescripción.

El 14 de septiembre de 2008 Nicolás desapareció en la quinta de los Vargas Parra, una familia ligada al hampa y la comercialización de drogas. Nunca más se supo de él. 10 años después, Rosa no pudo velar los restos de su hijo y los acusados fueron condenados por el secuestro, nunca por la muerte. El 15 de septiembre José Vargas fue detenido por la Policía y en estado de pánico, se defecó con la ropa puesta. Horas después fue liberado y el dato se ocultó durante años, hasta que llegó el juicio a los sospechosos.
Luis Cerioni y la estructura de investigación policial hicieron lo imposible por desvirtuar la causa por la desaparición de Ale. Testigos que mentían una y otra vez, sospechas contra la propia familia del niño, datos ocultos y policías callados por conveniencia, sumaron obstáculos en la búsqueda de la verdad. El caso contaba con la intencional maniobra de impunidad articulada entre la Justicia y la Policía. Fueron Rosa y Víctor Flores quienes debieron asumir la búsqueda de pruebas. Cuando hallaron los restos de su hijo la autopsia ratificó lo que ya sabían.

Rosa llevó al primer fiscal de la causa a juicio político. A Walter Guzmán lo respaldó la corporación en Tribunales y tuvo un fallo a favor. Apenas unos meses después, fue ascendido a Fiscal de Cámara. La mujer aún debe lidiar con la resistencia judicial para sentar en el banquillo a los policías acusados de alertar a los Vargas antes de cada allanamiento. Uno de los implicados, Gustavo Oyarzábal, es actual jefe de Investigaciones de la Unidad Departamental.

Rosa Arias hace 10 años se sentó en cuclillas frente a la tumba de su hijo y dejó un juguete entre las flores. Durante minutos lo pudo llorar, en su íntima soledad, aunque la rodearan cientos de personas en el Cementerio Parque. Rosa Sabena hace una década que espera saber donde ocultaron los restos de Nicolás. Les gritó en la cara a los fiscales de oficina y fue gestora de pruebas que impidieron paralizar la causa. Hasta se convirtió en abogada para romper la monotonía de los burócratas de escritorio con la letra fría del Código Penal.

Tienen las cicatrices del tiempo y los ojos irritados por tantas noches con luces encendidas. Aún se advierten en la angustia que ahoga la garganta. La falsa ilusión de que un día podrían volver a encontrarse con ellos, la certeza de que estaban muertos, aunque no estaban. El llanto contenido por los otros hijos. La información falsa, la Justicia dormida, el poder negligente, los cómplices, la impasible ventaja de la muerte. Los huesos que no son, la excavación de la tierra virgen. El rostro hermoso de mujeres que luchan.

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