Treinta años después de Chernóbil, la contaminación nuclear afecta a 5 millones de personas

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Telam – Existe cierto consenso que 31 personas fallecieron de forma directa por la explosión, pero la cantidad de fallecidos desde entonces por trastornos genéticos, malformaciones de órganos internos y cáncer como consecuencia de la radiación está en disputa.
«Chernóbil es la peor de todas las guerras. El hombre no tiene salvación en parte alguna. Ni en la tierra, ni en el agua ni en el cielo». Esas palabras de un sobreviviente del desastre nuclear recopiladas en el libro «Voces de Chernóbil», de la Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich, resumen de forma clara y precisa la magnitud del problema: la contaminación radioactiva comenzó el 26 de abril de 1986 y 30 años después siguen afectando a unas cinco millones de personas que viven en la zona.
Existe cierto consenso que 31 personas fallecieron de forma directa por la explosión en el reactor 4 que liberó un poder nuclear 200 veces superior al de las bombas de Hiroshima y Nagasaki combinadas, pero la cantidad de fallecidos desde entonces por trastornos genéticos, malformaciones de órganos internos y cáncer como consecuencia de la radiación está en disputa, con algunos cálculos que apuntan a una cifra de medio millón.
Ese contador de víctimas fatales sigue en aumento con «cinco millones de personas que viven hoy en día en áreas contaminadas de Ucrania, Bielorrusia y Rusia y se ven afectados por partículas de estroncio y plutonio que son absolutamente peligrosas si se inhalan o ingieren», indicó a Télam Rashid Alimov, activista antinuclear de la sede Moscú de la organización Greenpeace.
El ambientalista explicó que «cada vegetal que se cosecha, vaso de agua que se tome, pescado que se coma» son un peligro para la población, al igual que «el humo radioactivo de la gran cantidad de incendios forestales que hay alrededor de Chernóbil», especialmente en el Bosque Rojo, llamado así por el color que tomaron los pinos al morir tras absorber grandes dosis de radiación.
En este panorama sombrío Alimov lamentó que «la situación sobre lo que pasa y la inseguridad nuclear no está en el interés del público» y lo ejemplificó con que «el gobierno de Rusia está cortando la protección y los programa de apoyo» a sus habitantes en la zona afectada.
Los problemas en la salud que siguen generando son tales que existe la afección llamada «corazón de Chernóbil», bautizada así por la gran cantidad de chicos que nacieron después de 1986 con problemas cardíacos que encima no son tratados o lo son, pero de una forma no efectiva y terminan convirtiéndose en casos fatales.
«Sólo la mitad de los niños afectados recibirá las cirugías que necesitan para sobrevivir: el resto va a morir dentro de tres a cinco años», advierten desde la ONG «Chicos de Chernóbil», responsable de llevar hasta la fecha a más de 25.000 menores desde la zona de contaminación a Irlanda, donde familias los reciben de forma temporal para su recuperación en estancias que tienen un promedio de dos años.
El trabajo es arduo y continuo ya que según la organización unos 600 bebés nacen al año con el «corazón de Chernóbil», condición cardíaca que además le dio el nombre a un documental de 2003 ganador de un Óscar y que relata los efectos de la radiación que se sufre en el área alrededor de la accidentada planta nuclear soviética.
Solamente el 3 por ciento del material radioactivo fue expulsado durante el incidente de 1986 y por eso, más tarde que temprano, se está construyendo un nuevo sarcófago que prevé ser terminado el año próximo para evitar más filtraciones durante el próximo siglo.
Si bien es un avance, las organizaciones humanitarias y sanitarias advierten que se necesita un plan integral ya que el plutonio tiene una vida media de 24.000 años y se necesita además mejorar la ayuda para aquellos que están en las zonas contaminadas, especialmente por el estroncio y el cesio que se filtra en el suelo y afecta la cadena alimenticia al ser absorbido por plantas, insectos y hongos.
Al fin y al cabo, los sobrevivientes del desastre nuclear no piden más que lo que tienen muchos habitantes del planeta, tal como reflejó otro de los testimonios que recogió la autora Aleksiévich en su libro documental: «Si pudiera elegir mi muerte, pediría que fuera común y corriente. No como las de Chernóbil».

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