Empezar a construir la paz

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¿Por qué Cultura de Paz?

Por Rolando Guadagna y Fabian Melamed

La paz es un anhelo de la humanidad que ha atravesado culturas y épocas, es un polo de las dos tendencias dominantes de nuestra vida en sociedad. Es un desafío que todavía no hemos logrado alcanzar, pero al que no abandonamos. Es mensaje central de las religiones occidentales y orientales, y, en nuestro caso en particular, es base de nuestra cultura judeocristiana y está presente en una ética nuclear, que los humanos compartimos, como modo de calibrar aspectos mas primarios, relacionados a causar dolor y muerte a otros congéneres.

Sin embargo, si miramos el mundo, la sensación es que estamos perdiendo nuestra cruzada por la paz. Los medios de comunicación nos traen diariamente imágenes de guerras, enfrentamientos civiles, conflictos sociales que se vuelven violentos, asesinatos en escuelas, delincuencia, familias destruidas por sus propias manos, abuso de poder, y otras formas mas sutiles, pero no por eso menos violentas, relacionadas a la exclusión, el hambre y la inequidad de todo tipo que hoy atraviesa nuestras sociedades.

La lógica de la competición, tan afín a nuestra cultura, se siembra desde la familia (en la crianza fomentamos o toleramos que los hermanos compitan entre sí), luego se acrecienta en la escuela, donde incentivamos las rivalidades por rendimientos académicos y deportivos; también los vemos en nuestra comunidad y junto a ello, la televisión termina generando héroes cuya forma de hacer justicia contra el mal es justamente a través de la violencia.

Es obvio que en nuestra sociedad el estilo de afrontar las diferencias interpersonales es, justamente, el competitivo-confrontativo, cuya lógica es ganar, en muchos casos, a cualquier precio.

Este estilo tiene, en cuanto a género, connotaciones estrictas para los hombres y se sintetiza en la imagen que lo relaciona a competencia física y es el proveedor de la instancia que asume que aquel que no compite y pelea con violencia es menos hombre. No por ello las mujeres están exentas de la violencia física. Ellas, tradicionalmente más cercanas a un estilo de confrontación indirecto, ahora es más común que arreglen sus conflictos a los golpes.

Esta forma de resolución de conflictos está tan enraizada en nuestra cultura que, incluso en contextos de familia, sigue siendo una forma de relacionarse corriente y vivida como natural.

 

La fuerza por sobre la solución dialogada se impone en nuestra experiencia, al menos en definiciones actitudinales. En efecto, la mayoría de los jóvenes asumen que una verdadera solución de las disputas debiera recorrer el camino del diálogo y dicen preferirla; sin embargo, en los hechos, esto se disuelve y las diferencias se resuelvan recurriendo a la fuerza o a la amenaza. Los conceptos de paz y buena convivencia son muy bien aceptados por nuestra sociedad, son valorizados altamente, pero a la hora de resolver los conflictos la situación tiende a volcarse a la violencia.

Por esta razón nos parece que si queremos construir una sociedad en la que los diferentes podamos convivir juntos y en paz, es necesario iniciar un trabajo que intente sensibilizar, informar y cambiar hábitos, respecto a formas tradicionales de resolver conflictos, reemplazándolas por sistemas basados en la negociación inteligente, y el diálogo empático.

La empatía, el eje central de lo que da en llamarse inteligencia social y emocional, tiene el poder de disminuir la violencia a partir de la vivencia que cada uno de los oponentes tenga a través del diálogo y la comprensión mutua.

Diálogo y empatía son parte de un continuo que antecede a arreglos pacíficos, sustentables y que fortalecen las relaciones dando espacio a procesos de transformación del conflicto.

Cultura de paz es, entonces, una propuesta contra cultural, sentida como tan estratégica para un mejoramiento del sistema social de vida y de la misma supervivencia de la especie, que no debiéramos abandonarla por mas difícil o utópica que parezca.

Por dónde empezar.

Esta propuesta contra cultural es, precisamente por eso, de difícil aplicación. Construir la paz, en un mundo injusto y violento, es un desafío tan enorme, que parece que sólo puede ser afrontado por personalidades extraordinarias, como Mahatma Gandhi o Martin Luther King.

Sin embargo cada uno de nosotros podemos contribuir a transformar la cultura de la confrontación y la violencia por la cultura de la paz.

El fracaso de las revoluciones armadas demostró que no se puede construir la paz con violencia. 

Queremos construir un mundo distinto al actual. Parafraseando a Mahatma Gandhi: Tenemos ante nosotros dos alternativas. Una de ellas es la de la violencia, la otra es la de la cultura de la paz; si queremos construir un mundo mejor tendremos que esforzarnos mucho y seguir uno de esos dos caminos. Como son incompatibles entre sí, el fruto, es decir, la sociedad que construyamos siguiendo uno de ellos, será necesariamente diferente del que se obtendrá siguiendo el otro… Cosecharemos lo que sembremos.

Pero, ¿por dónde empezar?

Cambiar el mundo parece una empresa imposible para seres humanos comunes. Más fácil resulta pensar en cambiar las formas de relacionarnos en los ámbitos más pequeños en los que se desenvuelven nuestras vidas y confiar en que la generalización de esa nueva forma de relacionarnos cambiará la sociedad en la que vivimos.

Podemos proponernos crear ámbitos seguros en la familia, la escuela, el lugar de trabajo, el club, tal vez, la ciudad. Para lograrlo tenemos que cambiar valores y actitudes. Priorizar la cooperación y la colaboración  por sobre la competencia; el trabajo en equipo por sobre el esfuerzo individual; el diálogo por sobre la lucha; la fuerza de la razón y de los argumentos por sobre la fuerza física o la amenaza; la empatía por sobre la confrontación; la confianza y la fe en los demás por sobre la desconfianza y la incredulidad; el amor por sobre la envidia, el rencor o el odio.

Finalmente, para que la inercia de la cultura dominante no frustre nuestros esfuerzos, es preciso que nos sintamos partícipes de un movimiento colectivo por la paz. En ese sentido creemos posible diseñar estrategias  que permitan tornar visible la red de ámbitos seguros que vayamos construyendo, de manera que cada uno de ellos apuntale y fortalezca a los demás. En palabras de Mario Benedetti, que sintamos que “en la calle codo a codo somos mucho más que dos”.  

La realidad social es producto de nuestras interacciones y, por lo tanto, la forma en que nos relacionemos determinará la sociedad en la que viviremos. El cambio no sólo es necesario, también es posible y depende de nosotros; de nuestras actitudes y compromisos.

Fabián Melamed y Rolando Guadagna

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