Jazmín me pide sueños bañados de chocolate y espera ver perder al gato que confiere su alma ante un ratón de morondanga. Sabina llora solo para reírse de la paciencia que cede en los brazos de mamá…
Por Pablo Callejón (pjcallejon@yahoo.com.ar) – Jazmín devora al mundo, lo aprisiona hasta quedar exhausta. No solo lo descubre, se lo apropia. Lo que la rodea se convierte en satélite de su impronta. Tiene 3 años pero no le importa el tiempo.
Sabina endulza la calma. No pretende domar los brazos que la mecen. Los convence. La desborda el universo de Jazmín aunque lo busca para contemplarse. Es la brisa que sucede al viento. Nació hace dos meses y el tiempo es solo la sinrazón.
Jazmín es la conjugación del verbo anticipar. El pasado le queda demasiado lejos. Dibuja con trazos finos y colores fuertes. Termina de jugar cuando aún nos preguntamos como enseñarle las reglas. Sus ojos tienen la cautela de un mar turquesa a punto de expulsar la marea.
En Sabina se descubren dos hoyuelos cuando sonríe y un halo de desconfianza sobre los colgantes de colores. En su carrito aún prefiere que el sueño no ceda a la autoridad de la cadencia musical envuelta en plásticos. Sus ojos tienen la convicción de quien no adeuda ningún perdón.
Jazmín se impone, Sabina no tiene apuros. Una es la vertiente, la otra el agua mansa. Una baila con payasos que tocan saxo, la otra sonríe sin saber bailar. Jazmín me pide sueños bañados de chocolate y espera ver perder al gato que confiere su alma ante un ratón de morondanga. Sabina llora solo para reírse de la paciencia que cede en los brazos de mamá.
El domingo espero verlas descubrir el ocio de un domingo de niños. Abriremos el juego que ellas decidan y será el primero que juntas le confiscarán a la vida. Jazmín echará de menos el final de la tarde. Sabina lo dejará correr.
Si alguna vez resulta preciso explicar las razones de los niños en su día, no bastarán los olvidos sobre lo que supimos ser. Jazmín me recuerda la tarde plena, Sabina cuando empieza a amanecer.