En la madrugada del día miércoles 5 de noviembre confirmado el triunfo de Barack Obama como futuro Presidente de los EE.UU. apareció un halo de esperanza con respecto a las políticas que deberán implementarse para lograr la recuperación y los posteriores cambios necesarios para mejorar la situación mundial. Su triunfo fue categórico en cuanto al número de electores para el Colegio Electoral, la elección de los miembros de la Cámara de Representantes y del Senado, donde tendrá mayoría absoluta en ambas Cámaras del Congreso.
Pero lo que llama la atención es que en términos absolutos su diferencia en votos no fue tan notable: 63,5 millones contra 55,9 millones de McCain; una diferencia de algo más de 7,6 millones de votos. Se estimaba que dado que su contricante era considerado la continuidad de las deficientes políticas vigentes, su diferencia tendría que haber sido mayor.
Siendo los EE.UU. la primer potencia mundial y la máxima responsable de la crisis económica actual, es lógico que el resto del mundo le pida que haga los mayores esfuerzos para la recuperación. De aquí que sea Obama a quien se le exigirá que cumpla con las promesas electorales. No cabe duda que el esfuerzo será mayor ya que Bush y sus “secuaces” (léase: Henry Paulson, Secretario del Tesoro; Ben Bernanke, Presidente de la Reserva Federal; Harvey Pitt, ex –Presidente de la Comisión de Control de Títulos y Bolsa, entre los principales) le van a entregar al nuevo presidente el 20 de enero de 2009 un país que enfrenta dos guerras (Irak y Afganistán) y con una economía en rojo (déficits gemelos de balanza comercial y del presupuesto federal). ¡Pensar que el Presidente Bill Clinton entregó un país mucho más sólido y con un superávit fiscal que se había logrado en su administración después de 50 años de déficits!
Incluso, en la actualidad, el problema se ha agravado. Ya no es sólo el escenario financiero el que está mal. La crisis, aceleradamente se ha trasladado a la economía real tanto de EE.UU. como del resto del mundo, incluido nuestro país. Como ejemplo, la industria automotriz norteamericana, columna vertebral de la manufactura de ese país, en donde aproximadamente 1 de cada 5 familias viven de la misma, se encuentra seriamente afectada y el gigante General Motors a un paso de solicitar se le aplique la ley de quiebras. Aquí surge que esta industria comparativamente respecto a la japonesa y la alemana ha quedado obsoleta y con bajos niveles de productividad, lo que la obligará a reestructurar su andamiaje productivo. Por lo tanto necesitará fondos significativamente mayores a los que puede generar.
Al momento de escribir esto todavía Obama no nombró al Secretario del Tesoro, de Estado y tampoco el cargo clave de Consejero en Seguridad. Entre los nombres que están colaborando con él en los temas económicos y que posiblemente formen parte de su gabinete están: Paul Volcker, Presidente de la Reserva Federal con Jimmy Carter y luego con Ronald Reagan; Robert Rubin y Lawrence Summers, ex colaboradores de Clinton. Durante la gestión que le cupo a cada uno de ellos, se los reconoce como funcionarios capaces y honestos. Aunque debe reconocerse que están más volcados a una forma de pensamiento de tinte más conservador que de grandes cambios como el que Obama planteó en su campaña.
Obviamente, hoy no está el Keynes de los años 30 que logró generar un ambiente apto y confiable para poner en ejecución algunas de las políticas por él propuestas en su Teoría General. Ahora, serán los aportes de economistas, politólogos y políticos los que irán diseñando las políticas de estado más adecuadas para lograr la recuperación en el menor tiempo posible.
Puede estimarse que Obama puede lograr la confianza necesaria para dar inicio a sus políticas de mantener en marcha la economía a través de créditos al consumo, mayores beneficios para los desempleados, cobertura de planes de ayuda médica, renegociar las deudas de los deudores hipotecarios en mora, más obra pública tendiente a incrementar la productividad general de la economía. Todo ello con la finalidad de no dejar que el llamado “efecto pobreza” se establezca en la población y bajen significativamente los consumos y las inversiones. Implementar todo esto llevará su tiempo.
Es de esperar que las grandes potencias económicas, comenzando por los EE.UU. no tiendan a “exportar” sus crisis al resto del mundo como ha sido históricamente. La reunión del G-20 que se está llevando a cabo este fin semana (14 y 15 de noviembre) en Washington, debiera reconocer que es necesario además de una mayor participación de los países emergentes en la toma de decisiones, la desaparición o al menos la atenuación de los paraísos fiscales y una mayor reglamentación financiera con el fin de controlar los movimientos internacionales de capitales que tanto daño han hecho a la economía mundial, en estos últimos tiempos.
Ernesto Seselowsky
Master en Economía / Prof. Titular Fac. de Cs. Ecs. y Est. de la UNR – seselovsky@citynet.net.ar