El piquete del Campo – El síndrome de Estocolmo

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La Biblia y el Calefón – ¿Por qué no hubo manifestaciones en contra de piquetes ilegales que desabastecieron e inflaron los precios en las góndolas? ¿Por qué hubo una tolerante paciencia que soprendió a propios extraños? ¿Por qué no le creen a los discursos de una Presidenta que dice que quita a montones a quienes más tienen para asegurar una distribución equitativa de la riqueza? ¿Por qué aceptamos que la ciudad y la región aparezcan sitiadas, en un estado de anomia, que ni la Justicia ni la Política lograron contrarrestar durante 90 largos e irritantes días?…

Por Pablo Callejón – «Si nosotros no compramos ¿De que viven? Somos nosotros los que invertimos en las tiendas, los negocios de electrodomésticos y las agencias de autos. ¿Sabe quien le da de comer a todos los obreros que recuperaron el trabajo? Los edificios son nuestros pero el empleo es de los que antes vivían de planes del Estado».
Sin sonrojarse, el productor de pañuelo de marca en el cuello y boina haciendo juego, fue literal en las ideas que dominan el pensamiento del hombre de campo. «Nosotros y después el resto porque sin nosotros no queda resto».
Muchos de quienes cerraron sus comercios en adhesión a la protesta agropecuaria, vivaron el paso de tractores del primer mundo y camionetas todo terreno ó aceptaron pegar los panfletos a favor del lockout en las ventanillas de sus autos, después de esperar largas horas para que un «oficial» de bombacha y botas texanas le permita el paso en las rutas, sienten que son rehenes de un modelo económico soja-dependiente. En lugar de discutir el intransigente sometimiento se arropan en los acaudalados brazos de los dueños de la tierra.
 ¿Por qué no hubo manifestaciones en contra de piquetes ilegales que desabastecieron e inflaron los precios en las góndolas? ¿Por qué hubo una tolerante paciencia que soprendió a propios extraños? ¿Por qué no le creen a los discursos de una Presidenta que dice que quita a montones a quienes más tienen para asegurar una distribución equitativa de la riqueza? ¿Por qué aceptamos que la ciudad y la región aparezcan sitiadas, en un estado de anomia, que ni la Justicia ni la Política lograron contrarrestar durante 90 largos e irritantes días?
«Lo que le pasa es que tienen el síndrome de Estocolmo», afirmó irónico un agudo analista social en medio de una charla de amigos y mientras esperaban un jugoso asado que esquivó los piquetes. La definición provocó risas primero y estupor después. «¿Será cierto?» Nos preguntamos.
La identificación de la víctima con quien la somete es tema de estudio de la psicología moderna y probable motivo de conversación entre los investigadores policiales. El paso del tiempo puede convertir la traumática relación en un complejo romance entre quien queda inmerso en ese vínculo paternalista y quien ejerce el poder.
Río Cuarto y las poblaciones que la rodean dependen de los beneficios del campo. «Si les va mal a los productores les va mal a todos» Se afirma en una frase que por repetida no deja de convalidarse con la realidad. El desarrollo de un modelo industrial es una propuesta aún remota y  la consolidación de un eje comercial y de servicios depende de fondos que emergen, fundamentalmente, de los rindes agrarios.
Aún cuando Río Cuarto sea la ciudad más cara de la provincia y los precios de alquileres e inmuebles estén regulados por  el mercado que el campo dispone, está latente el temor a un estancamiento en los flujos de dinero que provocaron la mayor reactivación económica de los últimos años.
En los pueblos y ciudades pequeñas, donde el drama del éxodo de los más jóvenes y la regresión en la actividad provocaron el olvido del interior del interior, sienten que «el crecimiento llegará con el campo o no llegará».
Los discursos de Cristina no seducen y a veces hasta molestan a quienes pretenden liberarse del mandato unívoco de los productores agropecuarios. Por una intencional omisión, el gobierno nacional se lleva miles de pesos de Córdoba y devuelve migajas. Incumple compromisos, como los asumidos con la Caja de Jubilaciones, y vincula obras prometidas que nunca llegaron al malhumor político partidario.
A los cortes de ruta le responde con piquetes. A las agresiones verbales con discursos más  virulentos. A la intolerancia con intransigencia. Y a los que no acuerdan con ellos con un desacuerdo eterno.
La teoría del bien y el mal que productores y funcionarios nacionales utilizan para su mezquino  interés se mofa de quienes buscan explicaciones para tamaño conflicto social en momentos en que todos los vientos conducen al crecimiento. Una búsqueda forzosa de las crisis aunque no haya motivos para sostenerlas.
Pese a que son rehenes de ambos sectores, muchos prefieren -al menos, por ahora- los forzudos y potentados brazos del campo  en su particular padecimiento del síndrome de Estocolmo. No es el amor lo que los une, pero prefieren no espantarlos.  

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