Puro y fresco de Rio Cuarto

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El 6 de diciembre próximo será presentado un libro del periodista local Lionel Gioda: “Puro y fresco de Río Cuarto. Tenaglia y otros providenciales”, título intrigante que alude al apodo familiar del protagonista (“Puro”) y al color de la ciudad que lo educó y recogió luego sus frutos de educador y emprendedor. Una de las  numerosas anécdotas que incluye se remonta a comienzos de los ’60, cuando se pone en marcha la Universidad del Centro, la creación más trascendente del profesor Tenaglia. Es ilustrativa de su clarividencia.

Turbantes en la universidad

    En cruz hacia el noroeste de la Plaza Roca, el Bar Nipon es en febrero de 1962 un referente urbano, dato insoslayable si alguien quiere orientar a un foráneo en su búsqueda de los negocios céntricos y vecinos: Norton, el bar Clarín, el Pasaje Dalmasso, la zapatería Zardain. Masao Higa, uno de los hijos del inmigrante japonés que fundó ese bar casi exclusivamente masculino, borda con el taco en la mesa verde –reservada para los mejores-  la filigrana de tres bandas y la leve sutileza de la carambola libre o al cuadro que lo sitúan en lo alto del billar en el país, un  paso detrás de los Navarra o del legendario Pedro Leopoldo Carrera. Figuras éstas de la cumbre billarística mundial hasta la aparición del belga Raymond Ceulemans, que barrió con todos.

   Shungaro, cuñado de Masao, recorre las mesas con similar levedad y sólo levanta el tono para ordenar al mostrador:
  -¡Un cotado bien cagado!

  Cuando las mesas están repletas, Shungarito olvida el rostro de quien encargó el cortado y se justifica, con fastidio:
  –¡Ustedes, los argentinos, tienen todos la misma cara!

  Casi en la entrada, el quiosco del “Poroto” Aegerter revienta de diarios y productos secretos para la época, como preservativos o revistas audaces. Los muchachos precavidos no tienen necesidad de requerir con palabras ese artículo socialmente innombrable: basta con extender un billete de un peso y hacer un gesto con los ojos hacia el cajón que guarda los profiláticos. El “Poroto” deslizará sigilosamente el envase de papel aluminio ocultándolo con el dorso de la mano.  Un lacónico “chau” será todo lo que saldrá de la boca.

  Peatón consuetudinario, Tenaglia se cruza en una vereda de esa esquina ciudadana (Constitución y San Martín, la esquina de Norton inmortalizada en la letra de un tango, “símbolo de la elegancia”) con el doctor Juan Vázquez Cañás y aprovecha para anoticiar al memorable ex director del Colegio Nacional, ahora inspector de escuelas nacionales:
  -¿Se enteró, doctor?
  -¿De qué, hijo?
  -Empezamos las clases en Ciencias Económicas. ¡Río Cuarto tiene por fin universidad!

  Los sueños de Tenaglia suelen marchar varios años delante. En realidad, la universidad se pone en marcha, no existe aun. La reflexión de Vázquez Cañás es desalentadora: “No va a andar. Córdoba está a 200 kilómetros”. Dos o tres años atrás, estudiantes libres de abogacía agrupados en el CRED (Centro de Estudiantes de Derecho) gestionaron ante el decano de la Facultad en Córdoba la apertura en Río Cuarto de una dependencia de esa carrera y recibieron una respuesta semejante: “La Universidad de Córdoba no instala sucursales”. La idea de la universalidad de los estudios superiores concentrados en unas pocas ciudades de fluido intercambio cultural predomina aun en los ’60. El plan Taquini vendrá a introducir en pocos años una propuesta superadora que colocará a Tenaglia y a Río Cuarto frente a sus destinos, paralelos pero confluyentes si ello pudiera ser imaginable.

    Respetuoso de la personalidad del anciano docente, Tenaglia sólo se atreve a recordar a Vázquez Cañás (“con acento”, suele aclarar éste) que cuando Córdoba levantó su universidad era ésta del tamaño de un grano de mostaza, como la fe de los precursores, comparativamente con Salamanca. Vázquez Cañás cuenta con 75 años de edad y 67 de residencia en Río Cuarto. Doctor en jurisprudencia, ejerció la magistratura y la docencia; como dirigente radical ocupó brevemente la intendencia en 1922, cuando Tenaglia no caminaba aun. Poeta e historiador completan una personalidad multifacética muy acreditada.

   A una cuadra de donde se desarrolla el diálogo amistoso se yergue Delta, el primero de los edificios de departamentos y otro hito urbano. A Tenaglia le surge un vaticinio metafórico: “Si a Río Cuarto lo van a recordar será por su universidad y no por ese edificio”. Ese edificio es el llamado “Delta” por la empresa aceitera homónima que lo levantó en aquel terreno donde funcionó  la barraca Trapalanda. Su erección fue saludada como la presencia en Río Cuarto del “segundo rascacielos”. El primero data del 17 de enero de 1953; es el Grand Hotel, de siete pisos, construido en dos años por ese laborioso matrimonio de inmigrantes yugoslavos, el de Anita y Antonio Marich. Doña Anita  es una de las principales propulsoras de otro edificio, menos suntuoso, el del Cottolengo, inaugurado en 1970.

Viene a la memoria de Tenaglia, también, la crónica de los jeques árabes que envían a sus hijos a estudiar a los grandes centros europeos y le surge otro  pronóstico afiebrado:
  -Recuérdelo, doctor: ¡algún día van a venir a nuestra universidad con turbantes!

  Cuatro décadas más tarde se juntan en el campus de Río Cuarto estudiantes de todas partes del mundo, entre ellos varios llegados desde Medio Oriente y la India, ataviados con vestimentas típicas. Tenaglia, sentado ante el televisor, observa esos rostros aceitunados de bellos ojos y empinados turbantes y recupera aquella lejana anécdota, concluida como siempre con un cariñoso abrazo entre dos precursores de la educación en Río Cuarto. Siente a la Universidad Nacional de Río Cuarto como sus fundadores, como toda la ciudadanía: como algo propio y enorgullecedor: “Seguramente que hoy mi querido e ilustre profesor compartiría conmigo este orgullo”, remata a título de homenaje.

Lionel Gioda

 

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