Los jóvenes que no serán dirigentes mañana

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Nuestra actualidad compleja coloca en el fondo de toda discusión pública, la perentoria necesidad de oxigenar con nuevas generaciones la vida institucional de nuestro país. En eso estamos todos de  acuerdo y que fue avisado, para mí, con la frase “que se vayan todos”. Lástima, quedó solo como una expresión de deseos en el medio de la crisis del  2001/2.
Pero, ¿que sucede?.

Por un lado, la sociedad argentina trata de recrear una nueva camada de dirigentes, capaz de interpretar con lucidez los fenómenos de su entorno, comprometerse con ellos y transformarlos con su energía e ideal juvenil. Por el otro, esta transferencia lógica corre el riesgo de incumplirse si la misma sociedad que deposita en los más jóvenes su destino histórico, no toma conciencia de que el consumo de drogas se está cobrando a parte progresiva de esta nueva generación. Lo que llama la atención , y es motivo de preocupación, para nosotros los especialistas, son los escasos reflejos políticos-sociales frente al fabuloso impacto, también social y político, que produce hoy el consumo de drogas y el abuso descontrolado de alcohol. La tolerancia social frente a este tema es alarmante y constituye el principal obstáculo que impide enfrentar, con la efectividad deseada, un malestar tan complejo. Es seguro que el incremento de las adicciones en nuestro país se ha visto aventajado por escenarios de emergencia social, pero sin embargo en sociedades económicamente ordenadas también está presente, e indica que esto es más que un derivado de situaciones culturales complejas y existenciales, sino que es la expresión dramática de uno de los flancos más absurdos de la sociedad de consumo.
Es necesario exigir al Estado su responsabilidad primaria en la materia. Pero cuando se le exige al Estado que se haga cargo hay que ser justos. “No se pueden trasladar responsabilidades individuales a la órbita de lo público”. Cuando un comerciante vende alcohol a menores está fuera de la ley y es un deber denunciarlo. Cuando un hijo vuelve alcoholizado, es una responsabilidad de sus padres hablar con él. Cuando un amigo toma drogas es una obligación del compañero ayudarlo a salir. Un ejemplo es el que ocurrió recientemente en la ciudad de Córdoba con los narcotraficantes de un barrio, la comunidad sale a protegerse ante la ineptitud (con corrupción incluida) de la intervención pública. Esto es la participación activa de la sociedad. Esto es intentar bajar la tolerancia a cero. La intervención del Estado tiene un límite, y desde allí se debe promover un acuerdo global de toda la sociedad para cumplir con las normas. En su defecto, estaremos gestando un modelo de sociedad padecido, donde tendría que poner un policía al lado de cada joven al que se reclama «controlar». En cada momento tenemos la oportunidad histórica de evitar una nueva frustración. Hay que enfrentar esta tolerancia de la gente que mira de reojo el problema de las drogas. En la provincia de Buenos Aires, más de 700 mil personas padecen alguna adicción compulsiva a sustancias tóxicas, sin contar el tabaco, y cerca de 300.000 menores de entre 12 y 15 años consumen alcohol con regularidad.                                                                   El desarrollo de nuestra comunidad a través de la participación activa de su gente, puede lograr la transformación de la propia realidad distorsionada por permanecer indiferente, como si toda esta desviación estuviera naturalizada al decir: “ante tamaño problema no se puede hacer nada”. Yo estoy convencido que toda intervención comunitaria promueve su autogestión, como esos vecinos cordobeses barriales, generando capacidad de decisión y de acción que favorece el fortalecimiento comunitario. Cuando nuestra comunidad se desarrolle, va a crecer. No seamos ingenuos, el crecimiento edilicio y rural es parte, no todo. Crecer no significa necesariamente volverse mayor o más rica, sino más compleja y fuerte. Para que haya un desarrollo comunitario, debe implicar un cambio social. Y cambio social significa dejar de lado las instituciones obsoletas que abordan los problemas posmodernos con herramientas ineficaces modernas, mientras el narcotráfico, como las multinacionales, utilizan herramientas sofisticadas y son prácticos en la acción.                     Yo creo que ante una comunidad que se hace cada vez más enmarañada, solo nos queda aumentar el número de sus instituciones eficaces y prácticas, cambiando cualitativamente su organización, pero como eje fundamental incrementar el poder colectivo a través de la acción mancomunada. Sino continuaran los discursos individuales. Acciones dispersas y aisladas, gastando energías inútilmente. Si continuamos así, las organizaciones colectivas de narcotraficantes agradecidas. ¿Qué sucede entonces? Que sin quererlo, estamos consintiendo la desaparición de una nueva generación de jóvenes, esos que ya no serán dirigentes mañana.

EDUARDO MEDINA BISIACH

 

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