Vivir suicidándose

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Voy a armonizar en este comentario con Kalina y Kovadloff, quienes abordan el suicidio como un “resultante de una cultura autodestructiva de la sociedad actual mas que de una elección psicológica individual”. Coincido que nuestro “modus vivendi” es propio de una “existencia tóxica” que la transforma mas en un “modus moriendi”. Y esto es así porque por definición, existencia tóxica implica un proyecto con clara intencionalidad de muerte, lo que equivale a decir “vivir suicidándose”.

 

 

Si existe una compulsión colectiva autodestructiva, esta se manifiesta fehacientemente en los diversos comportamientos sociales autodestructivos, muchos de los cuales somos espectadores activos: las adicciones, el alcohol y los accidentes, los “bombardeos preventivos”, los actos terroristas con muertes innecesarias, el “daño colateral”, la devastación impune de la naturaleza planetaria, la violencia urbana, las disociaciones familiares, la opulencia des-integradora, la amenaza nuclear, la muerte por inanición, cada vez mas pobres con menos y mas ricos con más, la despersonalización del ser humano, la objetivación del otro, la polución ambiental, la deshumanización del sistema de libre mercado, el auge del narcotráfico y la carrera armamentista, etc. En toda esta sub-cultura de la muerte está inserto, lamentablemente, el ser humano. El hombre niega esta catástrofe argumentando racionalmente que los beneficios son mayores que los perjuicios. Y dentro de esta matriz aniquiladora surgen las conductas humanas coherentes con ella: el suicidio individual. O sea que la conducta tóxica constituye uno de los factores determinantes no solo del suicidio individual sino del suicidio colectivo. Si bien estamos presenciando a países con una avance avasallante de la civilización tecnológica, carecen de elementos fundamentales de disciplina y autocontrol para propiciar una innovación paralela en la relación con el ser humano y con el medio ambiente.

Con toda esta introducción estoy planteando, junto a Liscano, un problema fundamental en nuestro tiempo que nos toca vivir: “la vocación inconsciente de muerte que nuestra civilización tiene”. Dentro de este contexto, el suicidio individual sería como un adelanto hacia la muerte, considerándola no como una ruptura sino como una continuidad.

Debemos buscar un camino que nos permita entender lo que hay de específico en la modalidad suicida contemporánea. Nosotros, los especialistas en Salud Mental, afrontamos al suicidio como un fenómeno individual, sin embargo esto no es suficiente, ya que no podemos ignorar las enormes presiones que ejercen sobre nuestra vida individual, familiar y laboral las conductas colectivas o los acontecimientos sociales. En este sentido podría afirmar que no hemos hecho otra cosa que mirar al mundo que habitamos frontalmente. ¿Podemos continuar entendiendo al suicida actual como protagonista solitario de un acto extremo, prescindiendo de todo el contexto? Podría arriesgarme a adelantar que esta “reacción psicótica”(no controlada) llamada suicidio, es el resultado de una fuerte inducción social y familiar articulada a una libre determinación individual. Pues existe una macro-sociedad y que sus expresiones de la misma se observan en la familia, que nos  indican (manifiesta o latentemente) los modelos de conductas en las que se adecua cada persona para vivir. Sería como decir que, si el suicida es un condenado a muerte que ejecuta su propia muerte, es evidente que hay “jueces y verdugos” indirectos que influyeron en este gesto fatal aparentemente autónomo. No estoy diciendo que la sociedad “programa al individuo como un autómata”, sino que cada individuo se adecua a la vida articulando elementos psicobiológicos propios con los que le provee la sociedad, y que con esos recursos interacciona con las personas, las cosas y con sus ideas. La psiquiatría define así sus posibilidades, pero también sus limitaciones científicas y humanas. Tampoco estoy diciendo que el suicidio, si bien es una conducta inducida, no implica que el inducido no tenga su cuota de responsabilidad y de participación activa en el acto autodestructivo, pues no responde servil y automáticamente a una orden del contexto externo. Lo que sí afirmamos los especialistas, que entendido como imposición, el anhelo suicida invade al Yo conciente (función mental que discrimina impulsos internos del contexto externo), y esa pulsión lo asalta y lo doblega sometiéndolo a una orden de muerte. Es un Yo debilitado, no puede contener la invasión de los impulsos destructivos. Y en esto, debemos destacar, que el hombre que intenta matarse previamente estuvo condicionado y estimulado, manifestando comportamientos autodestructivos mínimos imperceptibles a lo largo de su historia, y que posiblemente no hayan sido interpretadas como conductas pro-tanáticas (de tanos, muerte).

Lo que sí tengo que decir, para concluir, es que las conductas autodestructivas se inspiran íntegramente en modelos socio-familiares: los padres enseñan a sus hijos estilos de comportamientos. Nadie es original en su patología. Todos aprendemos en nuestro medio ambiente los modelos de conducta que aplicaremos frente a las emergencias.

O sea que con nuestro bagaje psicobiológico respondemos a una educación que nos enseña a como articular los recursos que la cultura nos muestra, y nos permitirá o no adecuar dichos elementos en nuestro modo de vivir…o de morir.

 

DR. EDUARDO MEDINA BISIACH

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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