En pleno auge de sobradas críticas al estado actual de la educación, y sobre todo a raíz de la perplejidad social, resultante de la acusación judicial a un joven, estudiante destacado intelectualmente tanto al cursar el secundario como en la universidad. Surgió en mí el interés agudo de adentrarme a reflexionar sobre el papel de la socialización secundaria en la niñez y juventud, tiempo en el que nosotros los educadores, somos los intermediarios y facilitadotes sociales de los aprendizajes de la vida.
No estoy exceptuando la socialización primaria cuyos protagonistas principales son los padres y el resto de la familia, ya que es mi parecer, que en todas las etapas están imbricadas como complementarias los roles que les cabe a cada uno o mejor expresado a ambas instituciones, tanto familia como escuela.
Estoy hablando de una educación dentro de un marco sociocultural complejo, donde cada persona va tejiendo su propia autonomía en base a no dejarse guiar por dogmas o aferrarse a pensamientos generalizados y poco reflexivos.
Y en esto tenemos que ver los educadores, donde en numerosas ocasiones privilegiamos los frutos intelectuales del alumno, y es más, lo destacamos como el “ideal deseado” y esto lo compartimos no solo los educadores, sino que es simultánea y ampliamente compartido con la familia. Quizás, irreflexivamente, y a sabiendas que cuando “hay algo de mas” este ocupa un espacio “de menos” en la subjetividad, y esto hace que no se valore la posibilidad de la presencia de algún déficit de progresos afectivos o emocionales, no acordes al brillante desarrollo intelectual. Quizás el alumno, y porqué no el hijo, se va acomodando a estos objetivos parciales, obscureciendo otros no menos importantes y hasta diría ennoblecidos, como es privilegiar la espontaneidad y los límites de la relación con el otro. Un desarrollo armónico de todas las potencialidades innatas en los seres humanos, nos permite como padres y maestros, acompañar al infante y al joven guiándolo para la construcción individual y sociocultural de sus propias aspiraciones y emociones.
El objetivo central de la escuela, como dice Ana Harendt, “debe ser el de poner a los niños en posesión de la valiosa herencia que para ellos es este mundo”.
Si seguimos con anteojeras, mirando solo hacia lo intelectual ¿Qué otras cosas les hacemos perder al hijo-educando? ¿Qué otras cosas, a los cuales nos cuesta asomarnos, les estamos privando?.
Si continuamos en este derrotero, ya estoy avizorando indicios de una limitación seria de la realidad, un obstáculo sensato para la expansión del alma humana. ¿Cuál es la consecuencia? Vivir carente de elementos emocionales y de habilidades sociales para superar o resolver los conflictos, sobre todo relacionales en esas edades; es decir en las dificultades en la relación con el otro, que de ser potencialmente enriquecedoras pasarían a revelar ante los demás las posibilidades de compartir infinitas vivencias que nos son desconocidas. “En esos casos se adopta la opción de lo ya conocido, escuchamos solo lo que ya sabemos, recibimos noticias de los que piensan como nosotros” al decir de J. Echeverri. Y esto es muy típico de las sociedades conservadoras, con grandes problemas para el cambio y adecuación a las nuevas conflictivas sociales.
Claro, que ante este panorama, es evidente la limitación del desarrollo personal evolutivo, la visión se acota ante la realidad sociocultural compleja, brotan dificultades personales de resolución de sus conflictos, etc. Hasta que “inesperadamente”surgen conductas que paralizan de estupor y perplejidad a la sociedad. “No esperaba que fulano o sultana fuera o hiciera…”.
Todo viene de un proceso que hay que concientizar, familiar y educacionalmente.
Tenemos que asumir nuestras responsabilidades como padres y educandos, que estamos ante niños y jóvenes con diferentes aspiraciones y percepciones, que nos están pidiendo algo que en soledad no podemos quizás satisfacer por su complejidad.
Lo imperdonable es seguir cayendo en la trampa de aplaudir los éxitos parciales, sobre todo intelectuales, sin concientizar que estos van ocupando los espacios dejados en nuestro ser por otras carencias no menos substanciales.
Lo que si sabemos es que si nuestras conductas continúan dirigiéndose de esa manera con soluciones precarias o provisorias, van a continuar emergiendo diversas conductas infantiles o juveniles…pero ya no inesperadas.
LIC ELENA FARAH