Vivir y convivir hacia el interior de las comunidades humanas

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Plantearse objetivos sobre la educación que brindamos a nuestros jóvenes. Los riesgos de una cultura exitista. El análisis de la Lic Elena Farah.

Me parece importante y casi necesario reflexionar junto a Humberto Maturana, educador y filósofo chileno, para hacernos cargo de numerosas preguntas que surgen en torno a la tarea educacional.
Vivimos una cultura en gran medida centrada en relaciones de dominación y sometimiento.
Nos exponemos a altos niveles de exigencia, en busca del éxito y muchas veces del poder. A partir de esta matriz no debería asombrarnos como ha aumentado la violencia en los colegios y universidades, sean éstos públicos o privados. Violencia que se manifiesta tanto entre los jóvenes como en la relación de éstos con sus profesores. El uso de drogas ha penetrado el espacio del colegio, que en otra época era “el espacio de seguridad para los niños y niñas”; pero también ha penetrado el espacio universitario, que era “un espacio de investigación y creación” para los jóvenes.
Todo esto son indicadores de que algo grave está perjudicando nuestra convivencia escolar.
Recapacitemos dignamente: al reflexionar podemos darnos cuenta de que estamos inmersos en un
modo de hacer las cosas en esta cultura que genera la desconfianza y el control.
Foucault ya expresaba que el control que somete, que exige obediencia, que genera miedo e inseguridades.
Es desde este trasfondo emocional desde donde surge la falta de respeto por uno mismo, por el otro y por la otra. Padres, profesores, Estado…intentamos desde este espacio de desconfianza hacer
lo que hacemos y obtener lo que queremos con el control.
El control es la dinámica relacional desde donde uno mismo, el otro y la otra surgen negados en sus capacidades y talentos, constriñendo la mirada, la inteligencia y la creatividad, generando dependencia desde donde no son posibles la autonomía y el respeto por sí mismo.
Desde este espacio de dependencia los niños, niñas, y jóvenes no tienen presencia, desaparecen. En esta cultura ejercemos el control con la sanción y el castigo físico y psíquico: sancionar y castigar, castigar y sancionar, y se instala la violencia y por lo tanto el des-amor. H. Maturana se pregunta: “¿Cómo escapan algunos niños, niñas, jóvenes a tanto
des-amor? ¿Es acaso el control la manera de generar espacios de sana convivencia abiertos a la creación y a la reflexión? ¿Reconocemos vivir inmersos en una red de conversaciones que privilegia el éxito, el
control, que nos somete y somete a nuestros niños y niñas a altos niveles de exigencia generando en ellos desesperanza y frustración por no ser vistos?, ¿No es acaso este espacio relacional lo que hoy se vive en gran parte de los colegios, universidades y organizaciones?
¿Cuáles son y han sido las consecuencias de este modo de relacionarnos?: estar atrapados en un dolor constante, o sea, en el sufrimiento en distintos aspectos de nuestro vivir. Los
profesores, padres, apoderados y todos los partícipes en el proceso educativo, con compromiso o sin compromiso en él, han perdido la confianza de que se pueda generar un espacio relacional diferente desde donde surja un hacer responsable y ético en el mutuo respeto de la
colaboración. Desde este espacio de desesperanza la responsabilidad por la tarea educativa es pasada de unos a otros, sin que realmente nadie se haga cargo.
Todos somos responsables y co-creadores de este proceso. Todas las personas adultas que se respetan a sí mismas y viven su vivir desde la autonomía con conciencia social y ética, debiéramos concientizar que somos parte de la continua generación del mundo que vivimos.
Si reflexionamos en torno a lo anterior, podemos darnos cuenta de que el dolor y sufrimiento presentes en este vivir en la desconfianza y el control, pasó a formar parte de un modo natural de hacer las cosas generando un vivir y convivir que no deseamos.
Sin embargo, no tiene porque ser así. ¿Que hacemos para promover un cambio?.
Todos somos garantes del modo de vida que elegimos, por lo tanto somos también responsables de la perdurabilidad del vivir lo que no deseamos. “No basta con decir que la Educación es una Transformación en la Convivencia”, al decir de Maturana, tenemos que hacerlo parte de nuestra conciencia cotidiana. Y nos orienta con una visión al referirse
que “tenemos que sentirnos invitados a vivir y convivir al interior de las comunidades humanas que realizamos, contestando seria y responsablemente a todas las preguntas que surjan: ¿qué es educar?
¿Cómo estamos educando a nuestros niños, niñas, y jóvenes?, ¿qué deseamos de la educación?, ¿qué desean los educandos del proceso educativo?, ¿es tarea sólo del colegio el educar?, ¿quiénes son los actores comprometidos en este proceso?, ¿de quién es la responsabilidad de la tarea educativa? Sólo desde un espacio reflexivo que nos abre la mirada a nuestra multidimensionalidad relacional es posible que podamos generar una nueva mirada a nosotros mismos”.

Lic. Elena M. T. Farah Lic. En Administración y Gestión de la Educación
Egresada de Univ. Nacional de Gral. San Martin (BA).

20/07/06

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