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Nuestro Futbol: ¿un invento pos colonial?
Cuando nos sentamos tranquilamente en la grada de un estadio o en un mullido sillón frente al televisor para gozar de un partido de fútbol, observamos reiteradamente hechos de violencia que enrarecen el clima deportivo que esperanzados nos propusimos presenciar.
Si nos atenemos a los hechos en sí, tendríamos una visión miope del problema. En principio no se puede abordar el fútbol desde una óptica de deporte popular y folklórico y por ende aceptar las barrabravas y los hechos de agresividad interaccional entre jugadores o espectadores de distintas banderías. Para mi visión social, la sociedad va modelando al deporte hacia un fin encubierto: la rentabilidad del evento. No interesa toda competitividad sana ni echar por tierra lo dicho por Martín Lapadú  “los jugadores que tratan bien la pelota tratan bien a su adversario y por ende al espectador”.

Esto no se cumple, pues pareciera que un partido, que tiene componentes similares a la dinámica de la vida, esto es: impredecibilidad, existencia de tácticas y estrategias de conjunto, armados de equipos unidos hacia un fin, demostración de las habilidades y lo que se ha aprendido en la semana, etc. También como en la vida el perder o el fracaso tiene que asimilarse como una alternativa posible, que lleve a la reflexión para evaluar los motivos del mismo.
En la realidad en todo evento deportivo actual, una exhibición de las des-habilidades morales y físicas, existencia de una intolerancia del fracaso, una meta solo de éxito, las estrategias son más destructivas del adversario que creativas para superarlo, y que los medios justifican el fin: ganar. Si esto es así se está perdiendo la esencia del deporte como juego, como dice Huizinga “el hombre es un ser que juega”, un juego que busca placer para escapar del aburrimiento del tedio y la soledad.
La sociedad economicista y financiera lo ve como un producto comercial en el que los actores deben adaptarse (modelarse) a ese criterio.
¿Se toma en cuenta la opinión del jugador para las decisiones, o mejor dicho la conveniencia para su integridad psicofísica en los cambios de horarios o concentraciones tediosas (lavados de cerebro), etc. ¿Donde queda la agresividad e impulsividad propia del ser humano, que el deporte les deja espacio, si este le propicia un empujón para su manifestación mas intensa e inadecuada llamada violencia?.
La sociedad tiene que sincerarse que deporte quiere: o el de los romanos que gozaban no del deporte en sí, sino de la sangre (circo deportivo), o el de los griegos que se entrenaban desde niños para una cultura del deporte encerrada dentro de un marco de pautas y códigos éticos.
Si optamos por lo primero, no nos deben entonces asombrar hechos de violencia como el acaecido entre jugadores, como el reciente en nuestro medio, con sangre y hasta pérdida de conocimiento.
A veces pienso, ¿No será cierto lo que Borges decía del fútbol nuestro, “que era un invento pos-colonial”?

Lic Elena Farah
Dr Eduardo Medina Bisiach.

27/09/06

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