La mejor reforma política

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Nuestro blogger invitado el abogado del foro riocuartense Dr Jorge Gonzalez Schiavi propone pensar la reforma política como un camino para dotar de más transparencia a la función pública y permitir que la participación ciudadana  sea un elemento fundamental de control y eficacia.

La necesidad de una profunda reforma política no sólo es una demanda mayoritaria de la opinión pública, sino que también es un punto importante en la agenda de nuestros políticos. Pero tal análisis encubre un gran margen de hipocresía, toda vez que queda la sensación de que sólo es un enorme despliegue de energía dialéctica que se agotó en sí mismo, aumentando el desaliento y el escepticismo de la ciudadanía,  provocando el reproche de la inacción. Después de cada proceso electoral, la ciudadanía confirmaba su sospecha de que no pocos de los miembros de la llamada clase política asumían las preocupaciones de la opinión pública con un único propósito: neutralizar las demandas sociales orientadas a modificar los vicios de la dirigencia política y hacer que finalmente nada cambie. En otras palabras, la vieja dirigencia asumió la retórica de aquello que la amenazaba para seguir manteniendo sus privilegios y su lógica de funcionamiento. Y la tan mentada reforma política se convirtió, en boca de los dirigentes, en un auténtico slogan político para ganar tiempo. O, mejor dicho, para perderlo. La vieja política no es una denominación que guarde necesariamente vinculación con una cuestión generacional. Ese rótulo,  se funda en la atribución de malos hábitos que establecen patrones de comportamiento político. Cuando los malos hábitos se repiten en el tiempo, se transforman en vicios, y muchos de éstos pasan a ser asumidos como hechos naturales y a ser defendidos en forma corporativa. En esta dialéctica perversa de malos hábitos encontramos fenómenos tales como el clientelismo, los subsidios para los «amigos», los puestos públicos o los beneficios de planes de «empleo» que no exigen contraprestación alguna y se otorgan arbitrariamente, los aparatos partidarios financiados con fondos públicos encubiertos, las campañas políticas poco o nada transparentes, las contrataciones públicas espurias y los créditos de bancos oficiales concedidos en forma irregular a los amigos del poder de turno. La institucionalización de esas prácticas reduce a su mínima expresión cualquier mecanismo real de democracia interna en los partidos políticos. Estos, en general, presentan a la sociedad una oferta doblemente cerrada para los cargos legislativos: por un lado, con las listas sábana, y por el otro, con el hecho de que esas listas se confeccionan a puertas también cerradas. Pensar que la reforma política se agota en la modificación de un sistema electoral es equivocado. La  reforma política es mucho más que eso. Ningún sistema electoral es perfecto ni inocente. Cualquier modificación generará partidos coyunturalmente beneficiados y partidos momentáneamente perjudicados. De lo que se trata es de buscar un sistema que termine con las tristemente célebres listas sábana en los distritos más grandes del país y que permita un mayor conocimiento entre la ciudadanía y sus representantes, sin que termine consagrándose un sistema que elimine la representación proporcional y provoque una sobrerrepresentación del partido mayoritario, tal como ha ocurrido en distritos como La Rioja o Salta a partir de la instrumentación del sistema uninominal.
También es errado pensar que una  reforma política seria podrá hacerse sin un amplio consenso o desde fuera de la política .
Nuestros dirigentes políticos han exhibido escasa capacidad y voluntad para alcanzar consensos básicos acerca de cuestiones sustantivas.
El sectarismo de la dirigencia obró más de una vez, entonces, como el obstáculo para la formación de consensos básicos tan necesarios en un país sometido a un endeudamiento récord y a niveles de pobreza y desempleo propios de las naciones más atrasadas del tercer mundo.
Es probable que el político preocupado seriamente por mejorar la calidad del sistema político haya sido el presidente Roque Sáenz Peña (1910-1914),obligado por la abstención de don Hipólito Yrigoyen, al impulsar el voto universal, secreto y obligatorio, avanzando hacia la democratización de la república conservadora, pese a provenir él mismo de las filas conservadoras y de haber arribado al poder por vías fraudulentas. Existe un creciente consenso en la sociedad sobre la  necesidad de reducir enérgicamente los costos de la actividad política , así como de dotarla de mayor transparencia. No es, sin embargo, el elevado costo de la política el principal problema, sino la relación indirectamente proporcional entre el gasto elevado y el nivel de calidad muy bajo de lo obtenido, cuyo gran indicador es la desconfianza de la ciudadanía en su dirigencia política y la consecuente crisis de representatividad. Pero ninguna  reforma puede estar dirigida a renunciar a la política o a destruirla. Porque eso equivaldría a pretender destruir lo que permite disfrutar la variedad sin padecer la anarquía ni la tiranía de las verdades absolutas. La política es el elemento que permite la convivencia pacífica de las ideas y concepciones contrapuestas en un clima de respeto y tolerancia. Debe, entonces, ser entendida como el gran elemento para la conciliación entre los distintos intereses que conviven en la pluralidad y en la diversidad. En este mismo sentido, ninguna  reforma que se plantee debería apuntar a tener menos política , sino a una  política mejor. La mejor política no será aquella que se quede en el debate sobre nuestro sistema electoral, sino aquella que permita terminar con la percepción de un Estado que se asemeja a un aparato burocrático deslegitimando el poder político y reduciendo la participación. La mejor reforma política será aquella que permita que la ciudadanía deje de percibir que hay una oligarquía que se apropia de los recursos fiscales y que hay un Estado ausente para sancionar la ilegalidad. La mejor  reforma política será aquella que rompa el círculo vicioso donde buena parte de la sociedad reniega de sus obligaciones argumentando que los funcionarios le roban el dinero de sus impuestos. En síntesis, la mejor reforma política será además de todo ello, aquella que esté encaminada a dotar de mas transparencia a la función pública y donde la participación ciudadana  sea un elemento esencial de control y eficacia.

                       
Dr. Jorge R. Gonzalez Schiavi
Abogado Foro ciudad de Rio Cuarto
gonzalez_schiavi@arnet.com.ar

03/05/06

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