La familia y el desarrollo infantil Tercera entrega

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La tercera entrega del análisis de los especialistas en educación y médico siquiatra: Elena Fara y Medina Bisiach sobre la importancia de la familia en el desarrollo infantil.

La esperanza aprendida, aunque sea nimia a otros ojos, pero significativa para él, quedará impregnada en su memoria como una huella sin representación, y crea en ellos una aptitud para soñar el porvenir.
Compartimos con Cyrulnik que “Un niño lavado, alimentado estará mejor en los instantes inmediatos, sin duda es preciso hacerlo, pero si en ese vendaje no incorpora el sentido, sino es impregnado de significado y de dirección, quedará todo en lo superfluo sin hacer mella en su conducta.” 
Contrariamente a lo que se piensa, los niños pequeños, ya a los 18 meses tienen capacidad del Sistema Cerebral para tener un recuerdo preverbal, la representación de una imagen y tiene recuerdos definidos de sus experiencias. Sin embargo como es imposible acordarse de todo, solo conservan imágenes de lo que les ha impresionado. La memoria de un niño de 3 años es tan buena como uno de 10 o 12 años.
Por consiguiente el niño deberá afrontar la primera gran prueba social de su vida, el colegio con un capital histórico ya bien constituido. El primer día de colegio, su temperamento se encuentra ya moldeado por el vínculo precoz  que le ha enseñado a preferir determinadas respuestas emocionales y de comportamiento. A esta memoria particular se añaden muy pronto los recuerdos en imágenes, como una película muda: los discursos de los padres, sus prejuicios, sus carcajadas, sus aplausos o sus amenazas añaden otro tipo de memoria semantizada, recuerdos en frases. Y con ese capital procedente de sus allegados e impregnado en su memoria hará el niño su primera entrada en el colegio.
Por primera vez en su vida, comienza a escapar al modelado de los padres para recibir el del colegio, que configura a los niños mucho más de lo que creemos, con lo cual comparto lo de Oscar Picardo, de la influencia decisiva del papel del docente, “La historia entera de la educación no es en realidad, más que la crónica de las ideas que una cultura tanto local como global tienen de la infancia. Las presiones que moldean a nuestros niños cambian de forma cada vez que cambia la cultura. En una cultura que descubre la importancia del afecto, los padres durante sus horas disponibles acentúan al máximo las marcas de afecto”.                            
La educación parental, que ya no considera que el adiestramiento sea un método moral, transfiere la autoridad al colegio y al Estado, que pasa a ser contenedor.
Sin embargo los vínculos que con mayor facilidad se tejen en estas instituciones puramente operativas, centradas en la función más que en la relación, son vínculos de carácter no protector.
Incluso en un contexto de gran de gran miseria, es posible descubrir niños que trabaja bien en el colegio y que obtienen un diploma que les permite salir adelante.
En casi todos los casos, cuando se encuentra un medio familiar muy estructurado: gestos de afecto, prácticas domésticas, los rituales religiosos o laicos y los roles parentales son claros. Se charla mucho, las personas se tocan con los gestos y con las palabras, se comparte el cuidado del hogar, se reza, se cuentan relatos para dar sentido a o que nos ocurre, y los padres asociados tiene roles diferenciados. Este tipo de familia escapa a los efectos sociales de su entorno desmantelado. Son familias que creen en un espacio de libertad íntima.
La creencia en  una familia de un control interno crea el equivalente de un vínculo protector, una fuerza íntima que permite que el niño escape a los estereotipos de su grupo social.
Pueden estar plenamente inmersos en una increíble miseria, el padre y la madre, fuertemente asociados, se reparten tareas y estructuran los días mediante pequeños rituales de higiene, de religión y de ingenuos festejos que impregnan en la memoria de los niños y son la columna vertebral de su personalidad.
Ahora cuando esto no está, no tienen esa envoltura afectiva y unas estructuras rituales, habrían quedados faltos de socialización: y de caída en caída son  protituídos, enfermados, ser rechazados, violados, aislados.
Peor aún, cuando un adulto está allí, desde luego pero no como tutor. Cyrulnik advierte que “En la mayoría de los casos, un niño que flota está a merced de quien quiera pescarlo. Es una presa fácil para las mafias del sexo, del trabajo abusivo, o de los ideólogos de la droga y la violencia”.
Cuando un niño flota demasiado cerca de un predador, una simple mano tendida se convierte en un apoyo que podría salvarle. Incluso una charla anodina constituye un acontecimiento que puede modificar el curso de su existencia. Esta es, con frecuencia, la razón de que los educadores tengan una eficacia cuya medida es al menos similar a la de su descarga de conocimientos abstractos. Se convierten en tutores de resiliencia para un niño herido, cuando crean un acontecimiento significativo que adquiere valor de referencia. A veces con simples gestos de muda complicidad alentadores, pueden volver sorprendentemente sensible a un niño al estudio. No por el contenido en sí, sino por la actitud afectiva relacional

Dr. Eduardo O. Medina Bisiach           
eomedinab@hotmail.com
DNI 7.976.139
Psiquiatra Universitario (UBA) Matrícula Especialista Nº 11375
Master Internacional en Adicciones (USAL y Deusto- España)

Lic. Elena M. T. Farah
elenafarah78@hotmail.com
DNI 6.396.189
Lic. En Administración y Gestión de la Educación
Egresada de Univ. Nacional de Gral. San Martin (BA)

06/06/06

 

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