No los hemos de olvidar

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No los hemos de olvidar
Por Pablo Callejón Periodista

Se los consideró víctimas delgadas de huesos fríos inmersos en una aventura criminal ó símbolos que agigantaban heroísmo en la plaza multitudinaria. Los soldados que volvieron, los que sobrevivieron al suicidio y pudieron reconstruir sus vidas, los que aún penan por fantasmas de noches de insomnio, aguardan por la Malvinización de una sociedad que los prefiere en el bronce.
La dictadura en poder del genocida de mano de hierro y whisky on the rocks los utilizó para fagocitar el delirio mesiánico sustentado en la causa más justa de soberanía nacional. Y en Democracia, se les endilgó el título eterno de “chicos”, minimizando la experiencia de soldados frente a una potencia colonialista varias veces superior en recursos militares y políticos, económicos.
A las 21 horas del 14 de junio de 1982 el gobernador militar de las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, General Mario Menéndez –primo hermano del genocida Luciano Benjamín-, entregó la rendición en Puerto Argentino. La guerra había terminado y comenzaba una lucha desigual por evitar la discriminación y el ocultamiento social. Fue el principio de un pedido por malvinizar un país que intentaba deslindar la derrota en los manuales de historia.

Las Islas fueron usurpadas por el imperio británico el 2 de enero de 1833, tras el arribo la fragata de guerra HMS Clio, al mando del capitán John James Onslow. Hoy, es uno de los 17 territorios en la lista bajo supervisión del Comité Especial de Descolonización de las Naciones Unidas.
Para los veteranos, Malvinizar es defender el reclamo de soberanía, denunciar su enclave colonial, condenar que estemos obligados a usar el pasaporte para entrar a las islas y sobre todo, entender que la causa Malvinas es mucho más que la guerra.
Se expresa un reclamo insustituible por obtener plena soberanía y saber que son nuestras, aún en la ocupación británica. Algunos medios nacionales titularon que los familiares que reconocieron a las víctimas en el cementerio de Darwin habían “regresado” al país. El fatal vicio conceptual periodístico es revelador sobre las grietas que definen también nuestra memoria.

Malvinizar es defender la vía diplomática de recuperación de nuestro territorio, rechazando la creciente militarización británica del Atlántico Sur. Es también dimensionar a los soldados argentinos como tales, sin recaer una y otra vez en el ocultamiento posbélico. 649 efectivos murieron en la guerra y fueron más de 500 los que se suicidaron después, flagelados por la indiferencia social.
Hubo intentos demagógicos y oportunistas por apelar a una malvinización presunta en diferendos políticos y hasta partidos de fútbol. Es la misma apelación banal que los prefiere inmaculados en los manuales escolares, aunque lejos de casa.

Los soldados no dieron la vida por Galtieri, se la jugaron por la patria. La dictadura apeló a la guerra como un desquiciado plan de supervivencia, pero los héroes fueron a Malvinas para defender la soberanía nacional. Los que murieron y los que volvieron con parte de sus vidas muertas. Cuatro décadas de Democracia no han alcanzado para entender que no se trata solo de lo que ocurrió en cada batalla, sino también del reclamo presente por la recuperación de las Islas. Malvinizar es convertirlo en una política de Estado.
Río Cuarto sufrió a sus víctimas bajo el fuego enemigo en las Islas y los vio morir por las balas que despiertan a medianoche sobre una cama caliente. Sus veteranos aún esperan por el reconocimiento real que los quite de un bronce tan gélido como las noches de otoño en las trincheras de Praderas del Ganso. Los responsables políticos de la guerra en su mayoría fallecieron y fue por razones biológicas. Los soldados que están vivos aún ruegan por esa Malvinización que debió gestarse como un mandato social de la democracia. Una deuda pendiente que ya se devoró 36 años.

Tras el manto de neblinas, no los hemos de olvidar.

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